vida mía,
donde el beso aún es tibio
y la mano,
es medida de otra mano.
Donde no hay dueño ni siervo
y el amor,
ha bebido en las horas de los labios escanciados.
Déjame madurar en esta voz
tan sentida de tan honda,
de tan tuya.
Déjame, sí,
madurar a sol naciente
el coloquio sin costuras que nos une
a sol poniente
Y si escuchas y me dejas,
guiaré
- ¡a la de tres ¡ -
centuriones desatados de olas verdes,
a manadas,
para que besen la roca
(mientras dos sombras sin fuga se desabrochan las manos).
Somos salvos.
( Febrero en Alicante, sigo con el pie operado y no ando, pero pienso que a la de tres, es igual que a la de dos y ahí estamos. Ay, mar , cómo te vistes de oscuro)