Hay otra vida, capítulo 19 de "La deriva"

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

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Ramón Carballal
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Hay otra vida, capítulo 19 de "La deriva"

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HAY OTRA VIDA

-¡hola, campeón!
-hola ,abuelo ¿qué me traes?
-toma.- José le entrega un paquete de considerables dimensiones, empapelado en azul, con figuritas de payasos
-no puedo abuelo, me ayudas-dice Gabi después de intentar abrirlo
-claro, déjame a mí. José rasga el papel por uno de los extremos y tirando descubre parte del juego
-ya puedo yo, abuelo-Gabi impaciente le quita el juguete de las manos y tira del papel con fuerza - ahí va, un coche de carreras teledirigido, el de Fernando Alonso que sale en la tele. Gracias abuelo-dice Gabi dándole un beso
-¿Cómo se encuentra?- José se da la vuelta para dirigirse a su hijo, que está sentado en el sofá-cama del fondo
-Bien. Muy bien, todo salió estupendamente. Está algo dolorido, pero es normal
-si, abuelo, me duele mucho aquí, dice Gabi señalando con el dedo donde tiene el esparadrapo
-os ha dado un buen susto
-ya lo creo, creíamos que era la adenitis como las otras veces pero mira tú se trataba de apendicitis, la verdad es que ya venia avisando, parece que estaba condenado a que le extirparan el apéndice, te acuerdas la vez anterior ,el cirujano quería operarle, esperamos un poco y resulto una falsa alarma, esta vez, no
- mira, ahora por lo menos ya sabéis que esto no se le va a volver a repetir, tendrá otros problemas pero de esto se ha librado. ¿qué tal pasó la noche?
-regular, tenia dolores y se despertó varias veces, tuvimos que insistir para que le pusieran unos calmantes, el servicio aquí ha empeorado de lo lindo, no se que pasa, la otra vez nos atendieron mucho mejor, falta personal y el que viene o se olvida de las cosas o está de mal humor
-debe ser por el cambio de propietario, se comenta que han hecho reducción de plantilla y que han bajado los sueldos, el personal no debe de estar contento
-ya, pero eso no debe repercutir en el trato a los pacientes y más si son niños, no crees-se quejó Gabriel
-desde luego
-abuelo ¿sabes cómo se llama ese?- Dice Gabi refiriéndose a la maquina portátil a la que está enganchado
-no tengo ni idea
-Manolito
-encantado de conocerte Manolito-dice José haciendo como que le da la mano. Yo lo veo bien Gabriel, esta pálido y delgadito, pero ya se recuperará.¿Le han dado algo de comer?
-todavía no, creo que al mediodía podrá tomar alguna cosa ligera
-si, si, comida ¡tengo un hambre!-dice Gabi haciendo como que se come el aire
- ¿Cuánto tiempo tiene que estar aquí?
-en principio dos días
-¿os organizáis bien? Si es necesario puedo echaros una mano-se ofrece José
-no gracias, papá, Laura y yo hacemos turnos y de momento nos vamos arreglando
-mejor, porque tenia otros planes
-¿a qué te refieres?
-a que me voy unos días
-¿te vas? ¿Adónde?-pregunta extrañado Gabriel
-el padre Damián me deja una casa que tiene en su aldea, me apetece mucho estar tranquilo, caminar, rodearme de naturaleza, escapar un tiempo de tanto tráfico y tanta gente
-pero ¿cuánto tiempo vas a estar fuera?
-no lo sé, una semana, quince días, ya veremos, de todas maneras si me necesitáis aquí lo puedo aplazar
-no, no ya te he dicho que nos arreglamos, además Aurora también se ha ofrecido a ayudarnos, aquí en el hospital solo son dos días y en casa es más fácil organizarse
-muy bien, me pasaré por la tarde a ver como sigue el niño
-¿ya te vas abuelo?
- si, campeón, tengo que hacer unos recados pero vuelvo luego, dentro de poco, cuando estés mejor, vamos a ir al parque a jugar con el coche ¿qué te parece?
-bien, abuelo
-dame un beso, anda

El padre Damián se ha ofrecido a llevarle. Parten el lunes, muy temprano, a las ocho de la mañana. José ha metido ropa de verano y artículos de higiene personal en la vieja maleta samsonite. El peugeot 205 del padre Damián tiene trece años de vida, pero se comporta como si tuviera cinco, circulan con calma apreciando el paisaje
-¿ dónde queda exactamente su aldea, padre?-le pregunta josé
- a unos veinte kilómetros de As Pontes ,en dirección a Viveiro . Mi aldea está en un valle y es el mayor núcleo de población del municipio, lo demás son lugares desperdigados a lo largo de la sierra
-¿cuántos habitantes tiene?,
-no sé exactamente, ahora quizá doscientos, en agosto vienen algunos veraneantes, gente que vive en las ciudades y pasa un mes o dos de vacaciones , disponen de casas que han heredado de sus padres o de otros familiares, la mayoría cuidadas y en buenas condiciones. Allí, como puedes suponer, nos conocemos todos. Por lo demás, es un sitio muy agradable, un poco más arriba del pueblo nace el rio Eume, a su paso por Suras todavía no es muy caudaloso y menos en esta época , pero si lo suficiente para poder darse un baño en la curva o bajo el puente. No hay nada mas refrescante que un baño en el río¿ lo has probado alguna vez?,
- si, una vez de joven me caí en el río Mandeo durante unos caneiros, estaba helada
- bueno, eso no cuenta-dice el padre Damián esbozando una sonrisa- junto al río, más abajo del puente, esta la veiga, un paraje arbolado con un merendero, muy bonito, ya verás
-¿y para dar paseos? ¿Hay buenos sitios?-preguntó José
- por supuesto, aunque para pasear, te lo advierto, hay que tener buenas piernas, José. El valle es pequeño y enseguida comienzan las subidas, tanto hacia la Vuelta como al oeste por Paralar , de todas maneras lo que es el pueblo está en llano y se puede andar perfectamente sin fatigarse ¿has pensado cuanto tiempo te vas a quedar?,
- no lo sé, voy a probar unos días a ver que tal me encuentro
-mira, si decides quedarte una semana o más, avisamos a mi prima Eulalia para que te vaya a limpiar la casa. En cuanto a la comida, tienen supermercado y hay un bar , el de Suso ,que da comidas, y creo que hasta las tiene para llevar .
-eso no es problema, padre, una de la ventajas de vivir solo es que aprendes a valerte por ti mismo, con la cocina me defiendo
-igual que yo, qué remedio, verdad. También tienes una bombona de butano que está llena, luego lo comprobamos, ropa de cama, teléfono y, en fin, todo lo necesario para pasar un tiempo
Los días transcurrieron plácidos, casinos, como en un sueño. La casa del cura dejaba bastante que desear, constaba de dos plantas, en la de abajo la cocina, pequeña, cuadrada, con doble puerta , una de ellas ciega, entre las dos puertas una alacena años sesenta, de cajones con tiradores en forma de campanilla y anaqueles desgastados que mostraban los artículos más básicos: vasos , platos y tazas de vidrio, una jarra de agua con la boca cascada, un azucarero con azúcar petrificado, un paquete de café todavía en buen estado, otro de sal igualmente solidificada, aceite de girasol turbio, una caja de galletas danesas sin abrir, en departamentos separados cubertería de lo más variado :cuchillos de sierra, otros que parecían de alpaca, unos finos y delgados como estiletes, otros pesados y romos, de cachas nacaradas o comidos por la herrumbre, los había portugueses con mango de madera, minúsculos made in liliput o de hojas enormes como aparejos de matarife , una falsa navaja suiza de color azul ,cucharas de todos los tamaños, unas trabajadas, otras lisas, tenedores como arpones , otros alargados como pinchos morunos, algunos cubiertos estaban mutilados, los había sorprendentemente relucientes y los había que tenían una pátina pegajosa, en el techo de la alacena una palmatoria con un vela a medio consumir y a su lado dos cajas de cerillas tamaño gigante para no desesperarse con el calentador, en los estantes bajeros ,los que tenían más espacio, un par de sartenes con costra y una cazuela en buen estado. La mesa, alargada, de pino macizo, estaba cubierta por un mantel plastificado clavado a la madera con chinchetas de diversos colores. José se fijo en que seguían un patrón :amarillo-azul-rojo-amarillo-azul-rojo, así hasta completar una serie de veintisiete chinchetas, en los lados más extensos de la mesa dos bancadas exactamente iguales; la cocina era de gas butano, de los cuatro fuegos funcionaban dos, el horno inutilizado, la encimera de mármol blanco cumplía su cometido, aunque resultaba un poco corta para manejarse adecuadamente, a la izquierda de la cocina el fregadero, no apto para personas altas, adaptado a la estatura media de los de aquella época, uno setenta a lo más, si superabas ampliamente esa talla tenias que inclinarte hacia delante de una forma bastante incómoda hasta que acababan por dolerte los riñones, junto al fregadero una nevera con el asa rota, no había lavadora; el suelo, tanto en la sala como en la cocina de baldosa, la dos estancias eran frías y húmedas, según el padre Damián eso se debía a que se había construido la casa sobre un manantial; el salón escasamente decorado, algunas fotos de familia, un par de figuras votivas de la virgen , un cuadro anónimo con paisaje difuminado, un corazón de Jesús que brillaba en la oscuridad y un diploma conmemorativo de una visita que el cura había hecho a Juan Pablo primero muchos años atrás. Pegado a la pared del fondo surgía, como una torre, un aparador de castaño con un espejo ennegrecido y vitrina en su parte superior, era quizá el mueble más destacado, la decoración se completaba con una mesa que tomaba como base la rueda de un carro del país, acompañada por dos sofás de tela estampada muy deteriorados, otra mesa camilla para comer y tres o cuatro sillas de madera poco fiables, una lámpara de cuatro brazos colgaba pesadamente del techo, entre la cocina y la sala. Bajo la escalera de acceso al piso superior había una despensa bien trabajada por las arañas, arriba cuatro habitaciones y el baño, la principal con cama de matrimonio de castaño, como el aparador, artística, con dosel, el somier era de los de ñic-ñic , junto a la pared un espejo de pié, estrecho , de los que adelgazan la figura, el armario de roble con dos puertas , cerradura en ambas, una con llave la otra sin él, en las demás habitaciones, camas metálicas, angostas, solo la del fondo tenía otro armario, éste mucho más moderno, de los de montar, comprado en un hipermercado, dentro de éste una colección de camisas gastadas y un par de pantalones vaqueros, en los bajos la ropa de cama, el suelo en el piso superior era de pino, como el techo, cruzado por vigas al descubierto que desprendían polvillo, ya que estaban siendo devoradas por la carcoma, el baño estaba en buenas condiciones, remozado, tenía plato de ducha con mampara y un váter nuevo. José no había premeditado inspeccionar la casa tan en detalle pero la minuciosidad era una de sus manías. Cuando redactaba sus sentencias, siempre manuscritas ,se esforzaba en realizar un prolijo relato de los hechos, su exposición era sincrética, diáfana, concatenada, quien lo leía se quedaba con una sensación de perfecta puesta en escena. Sobre las cuartillas de papel grueso y áspero ejercitaba su estrategia, primero dejaba que la pluma corriera con libertad, después aplicaba dosis de método: rescribía y corregía una y otra vez hasta quedar satisfecho; con tanto retocar, la gracia de su caligrafía dejaba de ser letra para convertirse en esbozos de imágenes, signos, anagramas; combinaba la facilidad de trazo , su condición natural para el dibujo, con la ortodoxa aplicación de la ortografía, el resultado eran cuadritos, sentencias que más que textos eran poligrafías, caligramas, bocetos, pictogramas, extraños arabescos que solo él sabia interpretar. Algunas veces, sobre todo al principio, Pepita le preguntaba que era aquello que estaba haciendo, cuando le decía que era una sentencia ella se asombraba de que pudiera entender algo de lo que allí ponía, para él era como un mensaje cifrado de alto secreto, una pequeña obra de arte que desvelaría al mundo en el momento en que decidiera hacerlo público, entonces se comprobaría que las frases de contenido jurídico estaban escondidas bajo aquellas filigranas, que sus sentencias eran fábulas, cuentos, relatos, hasta poesías con moralejas y epílogos consecuentes al desarrollo de la narración ,que el esquema era didáctico, aventurero y romántico, que por eso tenían la dulzura, el poso de humanidad que las hacia comprensibles y apreciadas, que no eran frías, doctorales ni legalistas, al contrario ,el lenguaje que empleaba reducía los tecnicismos y se expandía en vericuetos morales y filosóficos con un estilo literario que hacia que la lectura fuera armoniosa y agradable , en resumen, pretendía hacer justicia agarrándose al principio de flexibilidad de la Ley con cierto gusto estético. A Gabriel le gustaban mucho sus sentencias, a través de un amigo editor consiguió publicarle en una edición reducida una antología escogida por el propio José . Gabriel estaba seguro que de ponerse a la venta en una librería se vendería tanto como cualquier novela de moda. Esa minuciosidad era un rasgo del carácter de José que le imponía otros tics: los grifos por ejemplo, antes de dormir tenia que estar completamente seguro de que quedaban bien cerrados, los abría y cerraba varias veces, no menos de seis, la primera más suave, las siguientes en progresión de fuerza hasta la última en la que con creciente ánimo apretaba tanto la rosca que al día siguiente le costaba dios y ayuda volverlo a abrir, si eran de mando el procedimiento para dejarlo seguro consistía en presionarlo con el índice, rítmicamente, en cinco ocasiones bien contadas, lo mismo le ocurría con la puerta de la calle, no podía dormir tranquilo si no comprobaba mediante tres empujoncitos con la palma de la mano que estaba correctamente cerrada; en más de una ocasión se levantó, inseguro, nada más acostarse, para comprobar sucesivamente grifo y puerta, en fin, síntomas de que José empezaba a no fiarse de su memoria. El primer día , para completar su opinión de la casa, salió al exterior, los muros eran de piedra, recebados de cal, las contraventanas verdes, de madera, tenían dibujos en forma de zeta blanca, el tejado acababa de ser cambiado y lucía pizarra nueva, en la parte trasera el conjunto de la hacienda se completaba con una finca en pendiente, con tres variedades de frutales: ciruelos, perales y manzanos. Mientras empezaba a dudar si sería el sitio más adecuado para descansar vio acercarse a una mujer de edad indefinida, el pelo corto, la nariz ganchuda, lentes de concha, que cojeaba ligeramente. Se presentó como Eulalia y se ofreció a “todo lo que el señor necesite”. José, queriendo ser amable, la interrogó sobre lo indispensable: las cosas de la casa, el supermercado, la furgoneta del pan, donde lavar la ropa. Ella contestaba con seguridad, casi anticipándose, de repente le preguntó, extrañamente, fuera de contexto, si era creyente, el le contesto que si, es por los muertos sabe, qué tienen que ver los muertos, ve el cementerio, si, lo veo, está ahí pegado a la iglesia, tienen suerte los muertos aquí, mire, no entiendo porque dice eso, no importa, perdone, son cosas mías. José se encogió de hombros y se despidió diciéndole que iba a dar una vuelta. La casa del padre Damián estaba en la parte baja del pueblo, José tenia que subir una pequeña cuesta para llegar a lo que podríamos llamar el centro de la urbe, éste lo formaban el edificio del ayuntamiento, un bloque de granito con apariencia de fortaleza, de ventanas estrechas como troneras y dos mástiles con sendas banderas descoloridas que escoltaban a un rótulo cincelado en la piedra que ponía Concello de Suras. Según le había informado el padre Damián el alcalde era extranjero, algo infrecuente no solo aquí sino en cualquier otro sitio de la península, éste alcalde era árabe, concretamente sirio, probablemente de aquellos que se vinieron a estudiar medicina a Santiago y acabaron por establecerse en estas tierras casándose con nativas. Porque efectivamente, Assam , que así se llamaba, cumplía los requisitos: se había casado con Lola, natural de Suras, y era médico general, compaginando sus tareas de edil con la atención sanitaria en el centro de salud. Pertenecía a un partido de derechas y su forma de ejercer el cargo público, aún siendo otra su procedencia, o quizá por ello, no se alejaba mucho de las costumbres caciquiles que todavía perduran en las aldeas y los pueblos del interior de Galicia.
Frente al ayuntamiento, dividido por una carretera mal asfaltada, se alzaba la plaza, bordeada en todo su contorno por nogales, el piso era de tierra compacta y maciza. En una esquina se había acotado una zona para juegos infantiles, con unos columpios y un tobogán. En medio de la plaza una fuente redonda exhibía cuatro cabezas de animales, posiblemente caballos, con pitorros oxidados en sus bocas abiertas y el aspecto de no haber funcionado nunca, una placa en la base de la fuente atribuía la construcción al inefable alcalde. El padre Damián, con ironía, llamaba a esta plaza “el patio de los leones”. El camino continuaba en descenso, trazando una ligera curva hacia la derecha, en esta parte estaban las mejores casas del pueblo, casonas señoriales con amplios terrenos para pasto o destinados a huerto; el supermercado y el bar, contiguos, rompían la armonía solariega y se hallaban al final del corto paseo. Antes de que diera comienzo el descenso hacia el río quedaba la última casa, o la primera, según se entraba en la aldea. Era la que llamaban de gato, haciendo referencia al mote del dueño actual, la única, por cierto, que tenía jardín delantero. Este jardín era principalmente una rosaleda con arriates en los muros. Reclinada, cortando unas rosas con una tijera de podar, vio a una mujer que llevaba un vestido blanco y una pamela del mismo color, el perfil le pareció conocido. Se detuvo a contemplarla delante de la verja, al poco ella pareció notarlo y se dio la vuelta para mirarle. José había ensayado, mentalmente, una excusa: comentarle lo hermosas que estaban las rosas. Fue una sorpresa para ambos reconocerse, no porque se conocieran realmente, la impresión que tenia José era la de haber visto esa cara en alguna parte, el famoso deja vú, una sensación difusa, perdida en la memoria. Su cuerpo reaccionó con impaciencia, un hormigueo juvenil y alocado le estaba haciendo temblar como un adolescente. Será posible, se dijo, que una mujer todavía despierte en mí estos impulsos incontrolados. Ella le miraba como si estuviera viendo a un aparecido. José sintió que esa mirada le traspasaba, que buceaba en su interior, que no miraba su cáscara física sino el pozo de sus vivencias, que las comprendía y las reconocía, sin necesidad de haberlas vivido o viviéndolas de otra manera. Ella adivinaba, sabia, que la vida de José podía haber sido la suya, que de hecho, de alguna manera, lo había sido. Era esa luz centelleante que llaman destino lo que les cegaba a la vez, el reconocimiento de esa ósmosis les paralizaba y así estuvieron unos instantes, tránsidos por ese fogonazo de pasión. Porque era pasión al fin y al cabo lo que se había despertado en el corazón de José, la misma pasión que hallaba eco en los ojos oscuros de aquella mujer, que devolvía sin necesidad de palabras esa llamada de auxilio . José se sintió joven, ya no era ese hombre cansado, hundido por la edad, que arrastraba los pies al caminar, como si llevara cadenas, y agachaba la cabeza rebuscando su espacio en la tierra. Esa mujer le acompaño todos y cada uno de los días que paso en Suras, empezando por aquel en que se conocieron y hasta ese otro en que se despidieron, el treinta y uno de agosto, San Ramón nonato, patrono de esta aldea perdida en la geografía del mundo, en que oyó voces, gente pasando a su espalda con espíritu gozoso, pura solemnidad, la fecha esperada, marcada en sus carnes con el hierro ardiente y orgulloso del tiempo gastado. No importaba que se repitieran los actos con insistencia secular, les gustaba que fuera así, querían que fuera así, era su seña de identidad, querían su Veiga con guirnaldas y farolillos de múltiples colores, sentían el rumor del río , alegre cada treinta y uno de agosto. Era mentira que fuera siempre el mismo, las aguas cantaban diferentes, el murmullo, para aquellos oídos sensibles, tenia una cadencia única, los cantos de las piedras al golpear el agua creaban una sinfonía sorda, de canción de cuna o de réquiem, a cada uno de los llamados le sonaba distinto, pero a todos les susurraba : ven, quédate conmigo, es amor ésta música que oyes, goza de este fluir como si fuera la sangre que lleva hasta ti el cordón umbilical, es tu madre quien te habla, podéis entreteneros con manifestaciones festivas, podéis volveros ebrios como cubas andantes, pero venís aquí por otro motivo ,son estos árboles añosos, sus ramas, las que os acarician, el verde de los prados el que os acuna o el que os amortaja, es la exaltación de la vida y de la muerte lo que cada treinta y uno de agosto celebráis. Ella le mostró el camino que serpentea junto al río y una noche en que las luciérnagas ponían llamas de esperanza en los bordes del sendero se citaron como dos amantes impacientes bajo el roble centenario que abre el paso de la Veiga, grabaron sus nombres en el tronco acuchillado y se dieron el beso profundo de la despedida, ella le cogió de la mano y le llevó al puente de piedra donde al agua del río negrea. José respiro profundo, se sentía libre y dichoso. En sus pupilas, el reflejo ceniciento de la luna proclamaba un deseo de paz y de entrega. Una quietud, como si el mundo se hubiera parado, se posaba sobre las aguas para él ya eternamente estancadas. El olor a musgo mojado se pegaba a los pulmones para dejar un sello sombrío. Se sonrieron y la mujer desprendió de su pelo una flor madura que José guardo amorosamente junto a su pecho, en el silencio de esa noche perfecta, con las estrellas por testigo, un alma intranquila halló por fin reposo.
Última edición por Ramón Carballal el Sab, 25 Feb 2017 12:10, editado 1 vez en total.
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"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".

"Comprender es unificar lo invisible".

"Elijo la lluvia, porque al derramarse, muere".

"El mar está aquí, en tu silencio".
Hallie Hernández Alfaro
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Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: Hay otra vida "fragmento de La deriva"

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Impresionante el tratado de conocimiento humano que se necesita para haber armado y producido La deriva.

Las posibles razones de José se vislumbran claramente. simbólica la figura de la mujer. Otra vida, un halo de transición quizá, un tentador descanso...

Gracias de nuevo, Ramón, por tu compromiso y confianza para este lado de Alaire.
.
"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"

Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares
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