Primer caso, capítulo 22 de "La deriva"
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Primer caso, capítulo 22 de "La deriva"
No le dio tiempo a nada, esa es la verdad, cumplió obediente la primera orden, se desplazó inmediatamente al lugar de los hechos, la calle Orillamar estaba cerrada al tráfico , un polígono de cintas blancas y rojas impedía aproximarse a la casa que se había derrumbado por entero, un olor a polvo secular se metía hasta lo mas profundo de los pulmones. Berta sacó un pañuelo y se lo puso en la nariz para no respirar aquellas miasmas que el aire se empeñaba en meterle dentro. La casa se había caído a plomo, el hueco donde se había asentado estaba velado por una nube como de calima sahariana que el sol revelaba contra el azul del mar. Quedaban de la casa las paredes laterales que habían sido medianeras con los edificios que a derecha e izquierda permanecían en pie, esas paredes estaban pintadas con diferentes colores desvaídos, los correspondientes a cada tipo de habitación: el amarillo del salón, el blanco de la cocina o el crema del despacho. Junto a ellas el collage se completaba con los azulejos azul pálido de un baño y los dibujos en forma de zeta de los tramos de escaleras arrancados de cuajo por la onda expansiva; tres vigas de madera escalonadas hacían de contrafuerte entre los muros limítrofes, una montaña de cascotes, tablones y ladrillos rotos se exponía en la base como una escultura de guerra. Esa era, justamente, la impresión que le produjo a Berta, que una bomba asesina había impactado con rotundidad en el esqueleto de aquella casa para romperlo en mil pedazos. En torno a las cintas que limitaban el paso había gente que formaba corros comentando lo sucedido, se acercó a tres personas que consolaban a una anciana
-no se preocupe que esto se lo cubrirá el seguro
-¡ay, señor! es que no tenia seguro, ¡la casa era tan vieja!,-decía la anciana desolada
-bueno- dijo una vecina del edificio contiguo, intentando consolarla- ya verá como el ayuntamiento le echa una mano, no se preocupe mujer que le encontrarán un sitio
Otro, más práctico, le sugiere que hable con algún familiar o amigo que la pueda hospedar. Berta se presenta como periodista y pide permiso para entrevistarla, le pregunta cómo se llama, de dónde es, cómo se encuentra, cuál era su piso, si vivía sola, la anciana se relaja un poco y Berta la interroga sobre lo ocurrido, ella le dice que estaba viendo la tele cuando oyó una fuerte explosión, en un segundo todo se derrumbó, le parecía que se la fuera a comer la tierra, fue como descender por un tobogán a la velocidad de la luz. Afortunadamente, ella vive en un piso alto, cuando se dio cuenta estaba abajo , milagrosamente sobre un sofá ,cubierta por un manto de tablas y piedras, le enseña las magulladuras que tiene en la cara y la muñeca enyesada. Berta está tomando notas para su artículo, es una desgracia que se ha cobrado una victima, toca preguntar por ella
-muy buena persona -dice la anciana- un chico muy majo que ocupaba el primero, muy educado, creo que era estudiante de la escuela de artes y oficios
-¿vivía solo? le pregunta Berta,
-si, aunque recibía muchas visitas de amigos y amigas, según tengo entendido
Cuando está terminando el interrogatorio aparece Ángel, que toma unas fotos
-vaya, hay que ver como ha quedado esto, ¿se sabe ya la causa?
-la gente dice que ha sido la explosión de una bombona de gas butano, voy a ir ahora a la policía municipal a ver si me pasan el informe oficial ¿quieres venir?
-no puedo, me acaban de llamar al móvil tengo que hacer unas fotos de un accidente que se acaba de producir en Los Rosales, me voy pitando-Ángel se despide y se sube a la moto, partiendo veloz.
Berta se desplaza hasta el cuartel de la policía municipal que está junto al cementerio de San Amaro, a unos doscientos metros de donde se encuentra ahora. Al llegar frente al cuartel coincide en el paso de cebra con un coche funerario, el conductor, vestido de gris con una gorra del mismo color, se detiene y le indica con la mano que cruce. A Berta le repugna encontrarse en esta circunstancia y pasa corriendo, después de cruzar se para en la acera un momento y ve pasar el coche alargado, con un ataúd lustroso en su interior, se da la vuelta con cierto desagrado y se dispone a entrar en el cuartel. Una policía de guardia, de complexión fuerte, le pregunta qué desea, ella le comenta que es periodista de La Voz de Galicia y que está cubriendo la noticia del derrumbe del edificio de la calle Orillamar, la policía la manda a un despacho a que pregunte por el inspector Sánchez. Berta así lo hace, cruza el vestíbulo y sin necesidad de preguntar de nuevo escucha el nombre de Sánchez en una conversación que se produce en la habitación ante cuya puerta abierta está parada. Un individuo de unos cincuenta años, moreno, alto, con calva en la coronilla, camisa blanca de mangas cortas, se dirige a dos personas a la vez, a una secretaria a la que dicta una carta que ésta pasa a ordenador y a un compañero al que comenta alguna incidencia de la rutina diaria, Berta se presenta:
-hola, soy Berta Sanmartín, periodista de La Voz de Galicia
-como está, yo soy el inspector Sánchez. Ha venido a hablar con el hombre adecuado, me encargo entre otras cosas de las relaciones con la prensa-dice el inspector ofreciéndole la mano
-si ,lo sé, eso me dijeron en el periódico
-¿se va usted a dedicar a noticias locales?
-creo que si, de momento estoy en esa sección
-bueno, pues, bienvenida, espero que nos entendamos bien-dice Sánchez esbozando una media sonrisa
-yo también
-supongo que esta aquí por el asunto del derrumbe
-así es, ahora mismo vengo de allí-confirmo Berta
-precisamente acabamos de terminar el informe, le haré una copia si quiere, el otro informe, el técnico, lo realizan los arquitectos del ayuntamiento, ese aún tardará un par de días
Sánchez se dirige hacia la fotocopiadora y saca una fotocopia que entrega a Berta, ésta mira por encima el informe y le da las gracias. Mete el informe en el bolso. Tiene que escribir el artículo esta misma tarde, pero primero quiere ver su nuevo piso.
"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".
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Re: Primer caso"fragmento de La deriva"
Dejo mis aplausos sinceros por la exposición de tu trabajo, Ramón.
"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"
Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares