Una prueba de amor, capítulo 21 de "La deriva"

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

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Ramón Carballal
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Una prueba de amor, capítulo 21 de "La deriva"

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UNA PRUEBA DE AMOR


Sin saber que el destino las iba a unir, Berta y Sofía se convirtieron en vecinas. Fue primero Sofía quien se prendó de aquella casa aristocrática que doblaba en esquina, frontera por uno de sus lados a su nuevo tabernáculo, el Samarcanda, y por el otro a la colegiata de Santa Maria del Campo. Era una casa orgullosa, de piedra clara, que daba la falsa sensación de tener pocos años y de ser dos casas en una. La edificación constaba de dos pisos con habitaciones amplias, de zócalos lineales y techos altos con preciosas molduras en las cornisas, las ventanas eran muy grandes, con balconcitos de madera que permitían asomarse a la calle en las noches calurosas. Sofía había alquilado el segundo ,dejó su trabajo en el bar y se independizó definitivamente de sus padres, a los que dijo que había aceptado la oferta de una amiga que quería compartir piso. No fue necesaria mudanza ya que el alquiler se contrató con los muebles que había dejado el propietario. La mayor parte del mobiliario era de estilo modernista, de gusto refinado con algunos toques orientales como unas suntuosas alfombras persas o unos tapices púrpura con bordados de hilo de oro que colgaban de las paredes del salón, ideal para nuestro fines solo faltas tú para hacerlo mágico, le había dicho Carlos nada más verlo. Ella también lo sintió así, éste será mi hogar- dijo satisfecha, nuestro nido de amor ¿el de quién? el de Sofía seguro, pero ¿quién será el amante que arrullará sus sueños? ¿Quién el bálsamo dulce que la invitará al goce? ella deseaba, esperaba, creía que el amor desprendía filtros de ensueño, que Carlos había bebido en sus fuentes intimas para quedar prendado y su corazón rendido, pero el corazón de Carlos tiene mas hierro que víscera, es más espada que lecho, en él no podrá acomodarse la entrega de Sofía, no es la almohada que acogerá su comunión, no hallará en ese músculo indiferente el eco de su amor. Sofía no merece ese trato egoísta, ella es la esencia del ideal inalcanzable, lo tiene todo para que la felicidad haga nido en su inmenso abrazo, no hay generosidad que rivalice con la suya, no es mensurable, sería capaz de dar su vida de estrella por un planeta sórdido e inhabitable que le permitiera lucir sus ansias de mimoso invernadero, Sofía ilumina la mezquindad de Carlos con su vesania inútil, ella no lo sabe pero asoman visos de locura en sus bellos impulsos animales, su rostro claudica en rictus de desesperación porque comienza a atisbar su derrota , lucha a la desesperada con sus armas soñadoras, en su batalla postrera idealiza el presente, todavía se engaña creyendo que hay algo que les une en un destino sobrenatural, algo que no es sustancia, ajeno a la materia, un espíritu juguetón que les lleva de la mano hacia arcadias luminosas.
El romanticismo es peligroso, deja agujeros en el alma que no se pueden llenar con caricias ni con besos, no hay suficientes cariños para saciar el éxtasis que vive Sofía, está tan poseída que no tiene voluntad propia, su voluntad es la de su amado. Carlos lo sabe y tensa la cuerda del servilismo absoluto poniendo su pensamiento en el pensamiento de Sofía, tiene que hacer la prueba que confirme su dominio, el gordo Mauro le está metiendo prisa
-Carlito, cómo está tu niña,-le pregunta el gordo- Ahmed viene está noche, ya sabes que le van las moras
-se va a poner cachondo en cuanto la vea-dice Carlito- si sale bien le hacemos firmar los ochenta kilos de hachís, cítale para hoy, Sofía está a punto de caramelo, yo la engalano, se va a correr de gusto el moro
-entonces me lo llevo al Samarcanda a las doce-dice el gordo, satisfecho
Carlito sonríe con mueca de sátiro cutre, para Sofía es día de estreno, va a ser prima donna, para serlo no necesita entrenamiento, eso lo saben ambos, sus dones son regalos de la naturaleza, no son adquiridos por imitación, son capullos que se abren sin esfuerzo para mostrar su belleza. Carlito solo tiene que recordarle que sea amable ,que haga lo que le dijo, que piense en él cuando Ahmed la sobe con sus manos enjoyadas y la rocíe con su aliento lascivo, que se deje querer. Sofía asiente, está contenta porque la ceguera del enamorado se satisface con la dicha del amado, casi es la hora de ir al Samarcanda, él se lo ha enseñado a media tarde cuando el local estaba vacío y solamente Lucas ,el barman. restregaba con una escoba raída el suelo ya limpio, ahora parece un antro le dijo Carlos pero por la noche es un templo, ya lo creo que lo era, a las once ,cuando bajaron juntos, anudados, con el brazo de Carlos rodeando amorosamente la cintura de Sofía, el Samarcanda lucia sus mejores galas, rivalizaba con ella que vestía gasas de lino blanco. El local tenia forma ovalada, rodeado en su contorno por columnas de mármol rosa con capiteles de acantos dobles, el techo era de bóveda, donde un mural representaba escenas de harenes, con odaliscas, huríes y sultanes en plena orgía, las mesas también eran redondas, circunvaladas por sofás de terciopelo rojo. Sobre las mesas, brillantes lamparitas de cobre, compradas en algún zoco de Marruecos, contenían llamas encendidas que proyectaban luces y sombras a la vez, las paredes, ricamente cubiertas de mosaicos, mareaban con figuras geométricas de calidoscopio. En el centro de la sala, una tarima servia para las actuaciones en directo, en aquel momento un grupo de músicos interpretaba ritmos orientales con sonar de laúdes, neys y panderetas . Un olor intenso y perfumado se mezclaba con el humo azulado que se condensaba en el aire. La mesa de Sofía estaba preparada: dátiles, pasteles de miel, granos de gacela, uvas pasas y ghoriba con almendras rebosaban en fuentes y cuencos de cristal bellamente trabajados, una licorera transparente contenía un liquido amarillento que brillaba como un sol agónico. Ahmed, llegó a eso de las doce y cuarto, era un tunecino de estatura mediana, tirando a grueso, su tez aceitunada y sus ojos de roedor hacían intuir una astucia innata, rodeaba su cabeza con un turbante de color azul con una perla de enorme tamaño en el frente, llevaba un traje blanco muy elegante y un fajín carmesí que le contenía la tripa, saludó cortésmente y besó la mano de Sofía con refinamiento. Ahmed era un hombre de exquisitos gustos, culto, hablaba castellano con estudiada lentitud, como masticando las frases. Su personalidad cosmopolita fascinó enseguida a Sofía, ella se dejaba llevar, el licor que bebía en un dedal de plata se le estaba subiendo a la cabeza, apenas comía escuchando los relatos maravillosos de Ahmed que la tenían encandilada. Es una pena que no fuera al revés, que ella no fuera Sherezade y le contara esos cuentos maravillosos que la salvaron. Las horas pasaron como minutos. Cuando se dio cuenta estaba sola con Ahmed, entonces él le pidió que le contara algo de sus sueños. Sofía le habló de Paris como de un anhelo oculto e inalcanzable, una quimera que todavía llevaba en su interior. Ahmed vivió en Paris y le contó historias de la ciudad que nunca duerme, esa que vive de leyendas de las que cualquiera puede apropiarse. La tenia embrujada , rendida a sus encantos cosmopolitas. Carlos la observaba acodado en la barra, estaba satisfecho ,solo faltaba la escena final. Se acercó a Ahmed y le susurró algo al oído, éste asintió, luego se dirigió a Sofía y le dijo que Ahmed quería pasar la noche con ella. A Sofía ,por un momento, le tembló todo el cuerpo, pero era su amado el que se lo pedía, por favor- le dijo dulcemente al oído. Ahmed le volvió a besar la mano y se levantó sin soltársela, suplicando con un gesto mudo que la acompañara. Carlos les guió hasta una puerta secreta escondida tras los cortinajes de la entrada, recorrieron un pasillo apenas iluminado y Carlos abrió una segunda puerta que daba a una alcoba ricamente decorada. El intenso perfume del sándalo dejaba un olor dulzón en el ambiente, las paredes y el techo estaban cubiertos de espejos, la habitación se iluminaba con velas rechonchas. Carlos se marchó cerrando la puerta , Ahmed con delicadeza la desvistió . Sobre la cama espaciosa sus imágenes desnudas se multiplicaban en aquel prisma indecente de espejos refractarios. Sofía notaba la presión del cuerpo de Ahmed, sus jadeos gimnásticos, su excitación creciente, sus gemidos histéricos, su tremendo horror cuando se sintió penetrada por alguien cuyo rostro reflejado no reconocía. Para ella fue el principio y fue el fin, después de Ahmed aguantó a otros tres más, parecidos a él porque era con los que tenia más éxito y le estaban asignados, el prototipo se repetía con ligeras variantes: más delgados, más altos, más bajos, más gruesos, más generosos o menos. Sofía observó que había otras dos chicas que realizaban funciones similares a la suya: una era rubia, alta, de ojos azules, estilo nórdico; la otra tenía el pelo castaño, aparentaba ser algo mayor que ellas, fumaba en boquilla y vestía como si estuviéramos en los locos años veinte. Las dos trabajaban para Carlos, eso era indudable, a él le veía coquetear, mariposeando entre las mesas como un engreído alcahuete. Sofía recibía su ración de afectos como las demás, seguro que esperaban que fuera una perra complaciente y a ella lo que le pasaba es que empezaba a descubrir lo que realmente era Carlos : el anfitrión manipulador de aquel prostíbulo infecto en el que los clientes reían sus gracias y se dejaban agasajar por mujeres dulces y sumisas. La mayoría eran árabes adinerados, pero también había supuestos hombres de negocios del sur de Galicia, en realidad traficantes de droga que aparcaban sus mercedes negros o sus deportivos rojos a las puertas del Samarcanda, era gente sin escrúpulos, sin educación, mal hablados, rudos, que las manoseaban, codiciosos, y se las entregaban a sus chulos cuando se cansaban de ellas. A esos y a sus matones los odiaba, se creían que era de su propiedad, se equivocaban, ella era propiedad de Carlos, de quien esperaba el momento en que le contestara a la pregunta que ya le había hecho: por cuánto la vende, qué precio pone a su amor. Seis días promiscuos bastaron para destruir un sueño. Son más que suficientes. Hay sueños que se destruyen en décimas de segundo.
Ese mismo día seis, Berta alquilaba el primer piso y se instalaba ,sin pausa, con una urgencia insana, en ese mimético apartamento ,idéntico mobiliario colocado en idéntico sitio, clones primero y segundo por el gusto concentrado del dueño, que obviamente era el mismo. Aquel neurótico-obsesivo que compró por duplicado cada mueble, cada objeto, fuera lámpara, cortinas, cuadros o cenicero, en un dos por uno enfermizo, simplista, cómodo y minimalista, la sola diferencia entre los dos pisos era la perspectiva, desde su ventana, en plano horizontal, Berta creía ver el cruceiro en movimiento ,trepando la escalinata, sus cinco peldaños eran el pedestal de un pilar cuadrado, sobre el pilar cuadrado el envés de un Cristo escuálido, sin rostro, sin dibujo y sin máscara, bajo él, dos figuras dolientes, dos mujeres que son todo piedra gastada, se adivinan menos sus figuras que los pliegues de la túnica que las viste. Cristo y mujeres son anonimato, en el reverso del cruceiro una virgen con el niño en el regazo, vida y muerte de Jesús sobre esa burda columna descompensada. Berta sigue la caída de la luz, con la aparición de las sombras no son menos difusas las anatomías, parece que ahora ve los rostros, esa virgen le está enseñando el niño, y el niño llora su desamparo porque él es de carne y su madre es de piedra. Berta es conquistada por una dulzura desconocida, sus pechos se rebelan en un arrebato de confusión mística, le da espanto y se aparta de la ventana.
En igual posición, un piso arriba, Sofía toma el relevo de su mirar en la mirada de Berta, lo que ella ve en ese monumento son lágrimas cayendo sobre la corona de espinas del Cristo inanimado, la perspectiva de Sofía es celestial, cualquiera lo diría, pues no se siente precisamente en la gloria. Berta era infierno que miraba hacia el cielo, Sofía es cielo que mira al infierno, si alternaran sus posiciones podrían salvarse las dos, porque la dinámica ahora es la de Arquímedes y Sofía es el peso que cae para elevar las esperanzas de Berta, que crecen empujadas por el agua de sus miedos. Lo que aquella pierde es su ganancia, son vasos comunicantes, su dependencia es un hilo invisible que el destino balancea incesante, es la cuerda que deben saltar para sobrevivir, la comba que solo Berta podrá resistir.
Última edición por Ramón Carballal el Sab, 25 Feb 2017 12:12, editado 1 vez en total.
http://laverdadazul59.blogspot.com/

"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".

"Comprender es unificar lo invisible".

"Elijo la lluvia, porque al derramarse, muere".

"El mar está aquí, en tu silencio".
Hallie Hernández Alfaro
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Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: Una prueba de amor "fragmento de La deriva"

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Las causalidades vertebradas, muchas veces parecen, sólo motivos indiferentes, Berta tan accesible al dolor y sus macabras visiones.

Sigo leyendo; esta noche he decidido premiarme con los episodios que me faltan de La deriva.
.
"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"

Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares
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