- No importa irse. Irse vale quizá como quedarse. Quizá más.
- J. R. Jiménez.
- No importa irse. Irse vale quizá como quedarse. Quizá más.
Todo se olvida, dices.
Y el verano, pienso, llegará, como siempre.
Y el otoño:
simplicidad perfecta de lo esperado.
EXPULSADA DE LA MEMORIA
No te escucho:
oigo cómo crecen mis uñas,
cómo el miedo se ha hecho dueño del barrio,
de la ciudad.
Cómo se acercan tus pasos.
O se alejan.
DE LA CALLE CÉNTRICA DE TU POESÍA
Vuelves. Crees que todo puedes conjurarlo.
Como antes.
Que aún juegas a plantarle batalla a tu abecedario de soldaditos de plomo.
Nadie está solo cuando a nadie espera, pienso.
EN ESAS TARDES CANSINAS
Limosneas mi tiempo. Espera, dices.
(Sí, aún lo recuerdo: tus dedos encalaban
la línea del horizonte de mis párpados;
avaro, el mediodía se enrocaba en las flores del almendro.
Pasó la lluvia. Y te amé).
No preguntes: se extravió el futuro.
LA LUZ INSINÚA LOS GESTOS
Por eso siempre vuelve, dices.
«No importa irse. Irse vale quizá como quedarse. Quizá más»
-pienso-.
Insinúa esa luz que no se extinguirá nunca.
Quizá hablas de aquella que asomaba tus ojos
al borde de los míos, y acallaba instantes
y derrumbaba límites.
Olvidas que cada singladura reclama sus olas,
sus espumas.
Creo.
DONDE GRITO TU NOMBRE
si redescubro espliegos
y lagartos dormitando a la sombra de las espadañas
-o transparencias de sol entre las buganvillas-
y hallo tu comienzo, atempero mi pulso.
Busco un despertar súbito, silencioso, certero como un disparo
y asciendo desde la oscuridad a la luz
camuflada en la mísera condena perpetua del día
(antes de que la palabra me mate poco a poco:
cuando le apetezca).
Si me ha de encontrar la muerte,
al menos
que se tome el trabajo de buscarme entre lo pájaros que arden en mí
o en el impronunciable magma de sílabas
que hoy urge y golpea -fuego que no se apaga- mi garganta, mis labios.
Blanca Sandino