Sofía ,capítulo 4 de "La deriva"

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

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Ramón Carballal
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Sofía ,capítulo 4 de "La deriva"

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SOFÍA

No ha dormido. Acaba de romper con su novio. El muy imbécil se ha liado con su amiga Bea. Que más da. Si lo piensa bien no se podría decir que fuera su novio, salieron tres veces y se dieron tres besos. A Sofía le gustaría vivir una pasión intensa, como en una película o en una novela rosa, aunque supiera que ambas eran mentira, le gustaría que un chico le dijera dulcemente:”te quiero”, aunque también fuera mentira, le gustaría ser cenicienta aunque solo fuera por una noche para conocer al príncipe azul y que éste le mintiera diciéndole: “eres mi princesa”. A Sofía le fascinan los cuentos con final feliz, en realidad le gustan todos los cuentos porque no hay cuento que no tenga un final feliz, pero Sofía tiene un problema: no sabe que los cuentos son mentira, y vive su vida como si fuera un cuento, es decir, miente. Le miente a su madre cuando le dice que va a clase y lo que hace es trabajar en un bar para ganar algo de dinero, le miente a su jefe cuando le dice que no puede hacer horas extras porque tiene un padre inválido al que atender, se miente a si misma creyendo que va a conocer a un extranjero rubio y de ojos azules que la lleve con él a Paris o a Roma para vivir una aventura romántica. Sofía sueña despierta, lo que no es tan extraño si tenemos en cuenta que tiene veinte años. Ahora a Sofía la reclaman deberes más terrenales, a las siete y media entra a trabajar, y Segismundo, el dueño del bar, que es inflexible con los horarios, le ha dicho: “la primera vez que llegues tarde te pongo de patitas en la calle”. Segismundo es buena persona, si no lo fuera, no le habría permitido trabajar sin hacer horas extras. Su mujer, Maruja, ya es otra cosa, está siempre metida en la cocina del bar, por la mañana preparando las tapas, al mediodía la comida de los obreros y por la tarde la masa de los churros para el desayuno del día siguiente, será por eso que siempre está de un humor de perros y por no tenerla con su marido, la toma con Sofía. Sofía le tiene algo de miedo, porque Maruja es inmensa como una ogra de cuento, y cuando le riñe, las paredes del bar trepidan cual si soportaran el epicentro de un terremoto. En el bar, además de Sofía, trabaja otro camarero: Ismael o Isma, como le gusta que le llamen. Isma tiene veintiocho años y está separado, una cicatriz le cruza la cara desde el pómulo derecho a la comisura de la boca, cuando sonríe luce un colmillo en el que se hizo poner una funda de oro y lo hizo a propósito para, según él, “parecer un pirata”. Isma y Sofía no se llevan demasiado bien, el motivo es que Isma tiene que cubrir el horario que no cubre Sofía y eso no le hace ninguna gracia, más de una vez la ha seguido para averiguar si es verdad que tiene un padre inválido, pero Isma, que también es buena persona, no ha querido continuar con sus pesquisas para no tener que descubrir nada. Volvamos con Sofía: se ha despertado a las seis sin necesidad de que sonara el despertador, se ha duchado, se ha preparado un café solo y una tostada con mantequilla, se ha puesto una camiseta negra y una falda vaquera y se ha marchado sin despedirse de sus padres que todavía duermen. Diez minutos andando la separan del trabajo, la ida es cuesta abajo, desde la calle Barcelona hasta Médico Rodríguez bajando por la avenida de Finisterre. Son las siete y cuarto, en el cruce con la ronda de nelle estará el semáforo en rojo, esperará y enfrente esperará a su vez , como todas las mañanas, un joven estudiante con una mochila azul, cuando se ponga en verde continuará su camino y llegará a la altura del parque de santa margarita, poco antes, a cincuenta metros de la entrada, se cruzará, como todas las mañanas, con un anciano que sube la cuesta muy despacito, apoyado en un bastón plateado, hablando solo; un poco más abajo, en la parada del bus escolar, reconocerá a las madres con sus hijos pequeños, charlando mientras esperan, como todas las mañanas, que llegue el vehículo que las libere durante unas horas de la pesada carga maternal; por fin, a las siete y veintinueve, como todas la mañanas, Sofía acabará de traspasar la puerta acristalada y Segismundo la recibirá, como todas las mañanas, con un “anda nena que llegas tarde, atiende ya las mesas”. Las mesas son blancas, de formica, se acompañan de cuatro sillas metálicas, con respaldo y asientos almohadillados, forrados en negro. Están ocupadas por los clientes más fieles. Jacinto, por ejemplo, empleado en la sucursal del BBV que esta pegada al bar. Jacinto no puede pasar sin su media docena de churros y su taza de chocolate antes de empezar la jornada, o Juana, la encargada del supermercado, que desayuna con dos de las empleadas: Rosaura y Maria, que siempre están de buen humor, comentando los últimos chismes del programa de cotilleos de la tele. Sofía, precisamente, las está atendiendo en este momento.
-que mala cara tienes, hija-le dice Maria-, no se puede ir de jarana cuando hay que trabajar al día siguiente. Te lo digo por experiencia
-pero si no he salido, es que he pasado una mala noche
-a ésta la ha dejado el novio
-no, no es eso. Me sentó mal la cena
-ya, ya
-no les hagas caso -interviene Juana- siempre están con sus tonterías. Anda, a comer, que tenemos que irnos a preparar las cosas
Ni Rosaura ni Maria saben si Sofía tiene novio o no, pero les haría gracia que les contara porqué la ha dejado su novio. No les importa que esté triste o no, o que no pueda conciliar el sueño por las noches, solo quieren saber por quién la dejo, qué le dijo, como se justificó, cómo es la otra chica, si es más mona que ella, si tiene más dinero, si la conocen; es su forma de actuar, una estrategia ante la vida que han aprendido de las revistas del corazón, tan legítima como cualquier otra. Sofía recoge las mesas, pone las tazas en la bandeja redonda, los platos unos encima de otros para dejar sitio, colocando las sobras en el de arriba, con habilidad, las cucharas a un lado, las coge con cuidado para no mancharse, piensa que esto mismo lo ha hecho ¿Cuántas veces? realiza un cálculo matemático rápido, trescientos días, si ,trescientas veces, pasa un trapo por la superficie de las mesas, es la trescientas vez que lo hace, mira el trapo, no, no es el mismo trapo, es imposible, o no, por lo sucio y gastado bien podría ser, está a punto de preguntárselo a Segismundo, pero él ya la esta mirando mal, porque se demora en acudir a la barra para atender a Ramiro, que la esta reclamando. “como esta mi mora”, le dice. Lo aclaramos, Sofía es morena, muy morena, el pelo lacio , las cejas marcadas y unos ojos negros que tienen cautivado a Ramiro, que la llama “mi reina mora” como si fuera un personaje de las mil y una noches, y a Sofía le gusta, aunque no se lo puede decir. Ramiro es un cincuentón con familia numerosa y debilidad por las jovencitas, le ha advertido Maruja; así que de confianzas, nada, si Ramiro supiera cuanto disfruta con los cuentos podría explotarlo, porque él es director de una pequeña editorial de libros infantiles en gallego, pequerrecho se llama y hasta le podría contar historias de Cunqueiro o de Fernández Florez, para enamorarla y fugarse con ella un fin de semana a Granada, donde le diría palabras de amor bajo un tilo encantado, con sonar de dulzainas y rumores de fuentes, y gitanas en ciernes que les confirmarían en el rayar de sus manos una pasión total y eterna. Ramiro sueña, claro está, y se consuela con el perfume que deja Sofía al pasar cerca de él, y con su imagen que le acompañara el resto del día ,y eso le salvará, pero ¿quién salvara a Sofía?, a la que quedan ocho horas mas de trabajo, de poner una y otra vez cristalería y vajilla sobre la barra de acero, de recoger y devolver monedas, de repetir qué desea tomar, gracias, de tapa tenemos, de primero hay, de segundo hay, la bebida está incluida, es un euro diez, son ochenta céntimos, es un código que no impide que este pensando en cómo convencer a Marga para que se vaya con ella a Paris, aunque sea sin príncipe azul, para conocer la ciudad de la luz, los puentes del sena, el sagrado corazón, el louvre, montparnasse, el barrio latino, montmartre, el barrio judío, la plaza de los vosgos,los jardines del Luxemburgo; los recita de memoria, de tan gastada como tiene la guía que compro en una tienda de artículos de segunda mano, con los subrayados y los comentarios en los márgenes del antiguo propietario, sensaciones, emociones acotadas en un lenguaje sencillo y conmovedor, la grafía rasgada de enamorado, y Sofía imagina a un chico callado, sensible, que deambula por Paris, traspasado por la belleza de la ciudad eterna, es tal su entusiasmo que las palabras que escribe en su guía secreta se vuelven impresiones sin nexo gramatical, difíciles de encuadrar en la sintaxis ortodoxa de una frase, son visiones tamizadas por la emoción, que Sofía reconoce como las claves propias de su misma sensibilidad, hasta la letra se parece a la suya, inclinada ,con las eles como velas al viento y las vocales comprimidas, comparte con él su intimidad, sin conocerlo físicamente reconoce sus sentimientos como suyos, una identidad que le aproxima a su ser, dos almas gemelas, dijo marga cuando le contó por qué quería ir a Paris y le enseño el diario-guía que lleva en el bolso cual relicario . Sofía vuelve a la realidad, la jornada avanza hacia el mediodía, las mesas se cubren de manteles de tela estampada, las servilletas a juego, las doce mesas las va vistiendo una a una, sin cariño, con una simetría de artesano, pone en su sitio los dos platos, el llano y el hondo, las dos copas, la de agua, más grande y la de vino que tiene forma de huevo, a la derecha el cuchillo de sierra, made in china, y la cuchara , a la izquierda el tenedor, el que tiene en la mano exhibe un tridente deformado, con dos puntas en triángulo torcidas. Son mesas cuadradas, para cuatro comensales, aunque casi nunca comen cuatro a la vez, lo más corriente es que sean uno o dos los que se sientan en ángulo recto , comen con prisa el menú del día, que verdaderamente es diferente cada día e igual cada semana, dos platos, bebida y postre a seis euros, recoge, la tarde se hace cansina, vuelve el olor a café y el crujir de los churros, que no son los mismos que los de la mañana, estos son más gruesos y más cortos, mientras que los de la mañana son delgados y se enroscan como lazos en el pelo de una quinceañera, es que hay que mantener el prestigio, dice Maruja, la jornada termina para Sofía, que se irá a casa subiendo la avenida de finisterre con un ligero aroma a churros pegado a su ropa.
Última edición por Ramón Carballal el Sab, 25 Feb 2017 11:55, editado 2 veces en total.
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Hallie Hernández Alfaro
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Re: Sofía "fragmento de La deriva"

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Un trabajo burbujeante en la colección de La Deriva. Otro personaje delineado con fuerza y convicción.

Aplausos sonoros y un gran abrazo, amigo; gracias por compartir.
.
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por si vuelves de noche que te alumbre;
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Ramón Carballal
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Re: Sofía "fragmento de La deriva"

Mensaje sin leer por Ramón Carballal »

Hallie Hernández Alfaro escribió:Un trabajo burbujeante en la colección de La Deriva. Otro personaje delineado con fuerza y convicción.

Aplausos sonoros y un gran abrazo, amigo; gracias por compartir.
Muchas gracias, Hallie, primero por haberte animado a leer el texto y segundo y más importante por tu generosidad. Un abrazo grande.
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Ventura Morón
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Re: Sofía "fragmento de La deriva"

Mensaje sin leer por Ventura Morón »

Gracias Ramón por premiarnos con esta serie, es un placer ir descubriéndola contigo, con ese realismo que engancha y conecta de forma tan directa.
Abrazos amigo y gracias siempre por compartir
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Ramón Carballal
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Re: Sofía "fragmento de La deriva"

Mensaje sin leer por Ramón Carballal »

Ventura Morón escribió:Gracias Ramón por premiarnos con esta serie, es un placer ir descubriéndola contigo, con ese realismo que engancha y conecta de forma tan directa.
Abrazos amigo y gracias siempre por compartir
Muchas gracias, Ventura, por leerme y comentar. Un abrazo.
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