
El juego que juega mi antagonista
pudiera también ser un enigma.
El era un rio de estrellas,
y yo una solitaria esfinge,
dividos por un camino
de piedras que están encintas.
Todavía él sigue la sed del agua,
sigue el aura que emana la rama
del laurel.
A mi me importa un comino,
lo que ha de venir, ha de venir.
Aun así, mi antagonista persiste en que soy de piedra,
el cajón de un muerto,
con siete candados,
y un tesoro adentro de culebras plásticas,
herméticamente cubiertas de un caprichoso fraude.
Que finjo misterio,
que no suelto prenda, porque no la tengo.
Si la piedra es dura,
y la estrella muerta,
la protagonista
¿era mariposa de alas oscuras?,
o era un silencio
que aporta al silencio
de la sepultura?
Si ambos fuesen un río de estrellas,
un río de piedras encintas,
si acaso fuesen dos cosas iguales,
pero a la vez distintas;
dualidad mañosa,
ambigüedad inasible...si acaso fuesen de la moneda, las caras,
de la poesia, el amor,
y no siguiera hipócrita y exigente,
queriendo, con sofista ardor,
cogerse todas las musas
tras un velo decoroso,
diciendose para sí;
igual divino o mortal,
su vientre cubierto por el disfraz de un enigma,
verdadero o engañoso,
mi pregunta es:
¿no ha de ser inteligible ver que es bien ancho el foso?
Mi antagonista me quiere ver muerta,
para asegurarse se cortó las venas,
y escribió poemas a la Mona Lisa,
a la yerba buena,
me tendió una alfombra,
me ofreció enseñarme
las cosas que llenan
los cofres del Arte,
la valía inmensa,
la hemorragia dulce
del poeta en pena.
Me apocó
de a poco,
metódicamente,
se cambió de nombre,
en la noche serena.
Yo seguía una esfinge
que revoloteaba
en la noche exigua
y que amanecía
sin saber qué cosa
era la poesía.
Si era un río,
una estrella,
una piedra,
un laurel que florece en manos de Alétheia.
ERA
E. R. Aristy