Salmorejo.
Ay bendita humildad que en salsa pones
tomate, pan, aceite y la alegría
de una pizca de sal, la compañía
humilde de este plato que compones.
Porque si en el calor de los fogones
crecen soberbios platos cada día
con el color le basta, yo diría,
para nacer sencillo con sus dones.
Fresco, suave y gentil tal vez quería
jugar a seducirnos con su aroma
de equilibrio gustoso y armonía.
Y logrólo sin duda en la redoma
antigua del saber el salmorejo
del que fiel esta salsa nombre toma.
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