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Moderador: Hallie Hernández Alfaro

Hallie Hernández Alfaro
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Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: Un asesino sin vocación.

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Dark Moon Walker escribió:Hace ya algún tiempo, para ser más exactos más de una década, yo, como tú, era otro. Pues el tiempo todo lo cambia. Y es que, en aquella época, me rodeaba, sin problema alguno, con lo que, literal y comúnmente, se dice indeseables. Dicho esto, para no llamar a confusión, diré que yo no era como ellos pues siempre me salvó de eso algo que aún tengo, principios.
Estos principios, como dato curioso, a mí no me creaban problema alguno, no así a ellos que se topaban con un ser sumamente extraño, uno que no podían motivar con chantaje alguno, ni por dinero, ni por drogas, ni por sexo. Cosa que no lograban entender y, alguno que otro, debido a mis principios, no sé si por envidiarlos o porque se sentían moralmente ante ellos como una puta mierda, llegaban a tratar de agredirme físicamente. Por suerte para mí, y no así para ellos, siempre he sabido defenderme.
El caso fue que, en esta tesitura de tener un red social llena de desalmados y desalmadas, conocí por Internet a un sicario brasileño. Me cayó muy bien, era un tipo con muchas y curiosas historias, por lo que entablamos una pequeña amistad. Pasado un tiempo, contacté con una chiquilla muy atractiva con la que hice una especial relación, resultando que vivía en la misma ciudad que el brasileño. Así que decidí matar dos pájaros de un tiro. Por lo que armé mi macuto, me monté en un avión y fui a visitarlos. Debido a que la nena debía esperar un tiempo para que se desalojara la casa en la que al final nos quedamos los dos solos, pasé primero a ver al brasileño con el que me quedé unos días, en los que me contó muchas y variadas historias.
Fadson, pues así se llamaba el brasileño, era un tipo jovial, sonriente, y sumamente hablador. Una característica de su físico que llamaba la atención era que, pese a que los dos teníamos la misma edad, unos veintiocho años, su negro pelo tenía partes de un intenso blanco. Cuando le pregunté por ello, calló un momento, mirándome con esa mirada que se pierde entre muchos y graves recuerdos, y no llegó a contestarme. Por lo que deduje que sus canas eran producto del estrés, gajes de su oficio. Tiempo después, a colación de algo, me dijo que antes tenía todo el pelo cano pero que, desde que vivía en aquella ciudad, desde que había huido de Brasil, había empezado a crecerle de nuevo moreno.
Fadson pasaba como alguien que podía haber trabajado en cualquier cosa menos matando gente, o por lo menos a mí, viendo aquel hombre de escasa altura, pobre constitución y amable cara, nunca me lo hubiera parecido. Inclusive, estuvimos jugando en su ordenador a un juego bélico de la Segunda Guerra Mundial. Lo pusimos a máxima dificultad en el Desembarco de Normandía, apostando dinero a quién mataban más tarde. Y él, como un niño, celebraba, sin disimular el júbilo, cada muerte que conseguía. Y es que Fadson aparentaba ser como casi cualquier persona, normal. Pero había vivido cosas que, por lo normal (y afortunadamente), la gente no suele vivir.
Fadson, pese a que había conocido a otros muchos y distintos asesinos, era peculiar por dos razones, porque nunca hablaba de sus propios “trabajos”, y porque era un asesino de carrera. O sea, Fadson, desde niño, sabía que iba a ser, cuando creciera, asesino profesional. Y no porque él expresamente así lo quisiera, no, era porque ese ha sido el negocio de su familia desde hace muchas generaciones.
A ese respecto, de sí mismo sólo me contó dos cosas, que había trabajado mucho tiempo para el gobierno brasileño y que lo habían secuestrado una vez. Secuestro que la familia pagó el rescate y del que se libró sólo con unos golpes. Cuando me contó esto se me ocurrió preguntarle quienes fueron y me dijo que la policía. Luego me dio por preguntarle si habían “pagado” y, mirándome con una más que oscura y sonriente mirada, simplemente negó con la cabeza.
Sin embargo, Fadson, me contó multitud de otras historias. Dicho esto, si eres particularmente sensible, es mejor que dejes de leer.
Brasil, pese a ser un hermoso país, pues nadie puede negar su belleza, tiene un problema de seguridad ciudadana bastante grave, localizado, cómo no, en la ciudades. Para haceros una referencia, os contaré una anécdota de Fadson. Resultó que fue a dar con él un empresario portugués, ya imaginaréis lo lícito de sus negocios. El caso es que, mientras Fadson se duchaba en la habitación de un hotel, el portugués miraba las noticias por la televisión. Cuando Fadson salió del baño, el portugués le comentó que le sorprendía cuántos asesinatos habían ocurrido en Brasil el día anterior. Pero cuando Fadson miró la televisión le aclaró que eso no eran noticias nacionales sino regionales, dicho de otra forma, que esos asesinatos se habían cometido sólo en una parte de Brasil. Cosa que el imbécil del portugués no se creyó. Así que se duchó, se vistió y se puso su reloj, un Rolex de oro. Fadson al vérselo le dijo que no debería llevar eso a la calle, que era muy peligroso. El portugués no le hizo caso, así que Fadson simplemente le dijo que mientras fueran por la calle haría como el que no lo conocía, y bajaron a recepción. Allí, al verlos el jefe de recepción, los abordó alterado preguntando directamente a Fadson. ¡¿Pero usted no es brasileño?! ¡¿No le ha dicho?! Tras decirle Fadson que no le hacía caso, el jefe de recepción se quitó su propio reloj y suplicando al portugués le pidió que dejara su Rolex de oro en la caja fuerte y se llevara el suyo. A lo que, al final, el portugués accedió. Dudo mucho que tal tipo nunca se haya dado cuenta de que aquel empleado de hotel, aquel día en Brasil, le salvó la vida.
En Brasil se usa munición que en pocos lugares del mundo se usa, por suerte, pues todas son ilegales (menos para las fuerzas especiales militares, porque cuando un gigante económico busca un fin, lo ilícito se vuelve lícito). No hablaré de calibres, pues hay de todo tipo, sino de su tipo de proyectil, o sea, la bala. De la que existen un amplio repertorio y de curiosas características. Como la más conocida, la explosiva, que casi todos debéis de conocer. Pero existen otras, por suerte, no tan conocidas. Como la cauterizante, que si tocas su punta con la lengua te da la sensación que has pegado la lengua a una pila cargada de electricidad, y que como su propio nombre indica, cauteriza las heridas que provoca. Con lo que no hay hemorragia, no se ve sangre. Esta munición es comúnmente usada con silenciador. Una forma bastante original de su uso, es ocultando el arma en un maletín con disparador de botón. Van tras la víctima, aprietan el botón, disparando así tres proyectiles (pues, como cabe adecuadamente en el maletín, se usan armas automáticas) y el asesino, tras que todos hayan visto caer a su víctima sin motivos aparentes, sigue andando. Otra munición de las que me habló Fadson y que me llamó la atención fue la denominada de grafito. Según él, si la policía brasileña atrapa a alguien con éste tipo de munición no llega a comisaría, pues termina en una fosa cualquiera. Y es que la munición de grafito se llama así porque de ese material está recubierta la bala, de tal forma que al ser disparada las estrías del cañón pulverizan el grafito, dejando a la bala sin marcas, por lo que se hace imposible saber qué arma ha disparado esa bala.
Fadson añoraba su Walther PPK, un tipo de pistola semiautomática. Pero no la añoraba como quien añora algo que le daba buenos recuerdos, ni por capricho, como un niño a un juguete, ni si quiera la añoraba porque la quisiera utilizar. No, él simplemente la añoraba por dos razones, porque le daba seguridad y porque, en un momento dado, para él, para su mentalidad, le resultaba una herramienta muy práctica. Muchas veces después de ese encuentro me preguntó si ya había encontrado alguna, nunca le dije que jamás había pensado buscarla.
Como ya dije, la familia de Fadson, como profesión, eran asesinos, su abuelo, su padre, sus hermanos, y hasta lo que yo averigüé, todos sus componentes varones son o fueron asesinos a sueldo. Y debido a eso del relativismo cultural, yo no entendía ciertas cosas que me contaba Fadson, no entendía su realidad. Así que me mostró una foto de él con su hermano. No tenían nada qué ver el uno con el otro, parecían de distintos padres o madres. Pues el hermano medía más de un metro noventa, pesaría más de ciento diez kilos y su aspecto, lleno de tatuajes, con su largo cabello por el pecho y larga barba, me hizo pensar en el típico traficante al que nadie le debe nada porque siempre cobra.
Tras enseñarme la foto, cosa que sólo hizo para que viera el tamaño de su hermano, me contó la siguiente historia. Resultó que el hermano y su “novieta” del entonces fueron en su Harley hasta un bar, a tomarse una cerveza. Allí ocurrió que virados hacia la barra, alguien le tocó el culo a la chica, y al girarse ambos, se encontraron con unos quince tipos mirándolos. Por lo que el hermano de Fadson resolvió tomarse la cerveza, irse, dejar a su “novieta” en su casa, ir a la suya, coger una Walther PPK, que contiene quince proyectiles en su cargador, y dirigirse de nuevo al bar. Cuando llegó tenían bajadas ya las rejas, así que sin bajarse de la moto, paró enfrente, sacó su arma y vació el cargador, las quince balas, a través de las rejas y los cristales, buscando darle a cualquiera, pues tanto le daba, ya que sólo quería resarcirse de su ofensa.
Después de esta historia recordé al cabrón de Colt, el fabricante de armas, que eligió de eslogan: “Dios hizo al hombre, y Colt los hizo iguales.” Y pude entender mejor las cosas que Fadson me contaba. Pero aún no del todo pues, tras otra historia que me contó, mi preguntar fue tan inocente que provocó sus carcajadas. Fue la de “Satán”, “El Diablo”, “El Demonio”, un jefe de la mafia brasileña, salido de las fabelas, que tuvo estos sobrenombres y más. Para definirlo, un psicópata asesino muy desequilibrado. El caso es que “El Mal”, otro de sus sobrenombres, mantenía su poder en base al terror.
Armaba espectáculos en mitad de la calle como el de vaciar un cargador sobre un hombre, sacar un machete, darle de machetazos en el pecho, sacar el corazón del muerto, levantarlo en alto y empezar a gritar, cual profeta, que todos los que le engañaran acabarían así, que les arrancaría los corazones a todos sus enemigos. Para irse sin más después.
Claro que esta dudosa estrategia le creó múltiples enemigos, por lo que siempre iba rodeado de no menos de quince escoltas. Siempre iba con ellos a todos lados. Sin embargo, algo que su enferma cabeza nunca pudo imaginar, un día mató al padre de un niño de trece años. Y éste, otro día, fue con su pequeña bicicleta (Fadson me contó que era bien vieja, con lo que sonaba al pedalear, por lo que me teatralizó su onomatopeya) así el niño, haciendo ruido a cada pedaleo, se internó entre los escoltas, llegó a espaldas del jefe, sacó una pequeñísima pistola de su pantalón, le pegó un tiro en la nuca, se montó en su bicicleta y se fue haciendo sonar sus pedales. Mi inocente pregunta, la que hizo carcajearse a Fadson, fue el por qué no reaccionaron después contra el niño. Momento que entre risas me dijo: “¿Para qué? Si el que pagaba ya estaba muerto.” No sé si lo entenderéis, pero también yo me eché a reír.
Después de ese encuentro nunca más vi a Fadson en persona, aunque nos seguimos comunicando hasta tiempo después que le perdí la pista en Portugal. Pero en ese tiempo, en el que aún nos comunicábamos, poco después de unas semanas de habernos visto, me ofreció un trabajo. Trabajo que rechacé casi de inmediato, nunca pedí los datos. Pero no os voy a mentir, tal vez no sea mala persona, que lo que hago y he hecho no sea del todo censurable, pero no fueron mis principios los que me llevaron a rechazar el trabajo, simplemente me pareció poco dinero. Al fin y al cabo, como ya dije, antes era otra persona.

Un relato muy sólido, bien narrado e interesante. Diez años, la vida y sus atuendos, el submundo del bien y del mal. Nada parece ser más cambiante que el absolutismo de la razón y todo varía bajo el peso de la afección y sus ramificaciones.

Me gusta mucho la comprensión natural que se genera con Fadson. A medida que vamos leyendo, su idiosincracia nos parece casi cercana, casi justificable.

Enhorabuena, amigo. Gracias por compartir.
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"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"

Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares
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