F. Enrique escribió: Es imposible, Óscar, leer tu soneto y no quedar atrapado en su hondura, para una forma exquisita has querido elegir un fondo que a todos nos implica; el destino del poeta desconocido. Has ido enhebrando sueño y ansia, has creado un patrón vívido del desvelo que apunta a la nada y has cerrado con una sentencia de las que crean escuela.
Un abrazo, Óscar, te felicito por tu excelente soneto.
Estimado, compañero, me has dejado muy feliz, no precisamente por los elogios destinados a mi persona sino, más bien, porque tú has abierto una puerta para que el soneto muestre su desnudez. He advertido que el poema se puede interpretar como un reclamo al destino del poeta que descansa en la oscuridad del parnaso, como un llanto de dolor por no haber alcanzado la gloria; y, tú sabes que no es ese el mensaje. Lo que un servidor pretendió trasmitir es que, más allá de su muerte, el poema seguirá insistiendo en ser reconocido, en ser leído, comprendido y admirado. En este estadio, el poeta ya no tiene cabida. Es el poema que, calladamente, se muestra obstinada en trascender en la infinita nada (aquí, de paso, se manifiesta mi escepticismo religioso). Y esta idea para el argumento del soneto me vino de la biografía del gran poeta inglés, William Blake (Londres, 28 de noviembre de 1757-ibídem, 12 de agosto de 1827), que, como sabrás, ha muerto en el olvido más cruel, siendo él un enorme poeta. El reconocimiento; es decir, el reconocimiento a su poesía, le llegó dos siglos después de su desaparición física. Así, pues, este soneto mío: "Los poetas anónimos", se refiere a la emoción que me produjo conocer esa historia.
Un gran abrazo, mi querido amigo.
Óscar