La delicadeza con la que describes su piel tibia, la blusa con botonadura a dos, tu miedo a tenerla; siento que soy un trozo de carne con el que gozas un festivo por semana. Un ripio sin futuro que te hace eyacular en silencio, casi a hurtadillas, negándome la sutileza con la que adornas a otras damas.
Leo temblorosa y alcanzo a entender mi impudicia, mi voluptuosidad, mi incontinencia sin atisbo de
dulzura ni serenidad. Soy un ripio sin futuro que te aterra y te entierra entre celos desbocados.
Tus hojas de cuadernos rotos me llevan al abismo. Yo nunca derretí tu cuerpo con mi lengua, puede que me lo comiera crudo entre mis espasmos. Mientras, los trenes desaparecen desnudos como lo estamos nosotros en una habitación vacía. Soy un ripio sin futuro que rebota y rebota entre tardes de helado de canícula irrespirable.
Y cuentas que todo es mentira, todo menos yo, que soy un holograma desdibujado que no puede evitar que se te mueva el mundo. Solo esperar a que tu interruptor confirme que mi password es el correcto y me dé acceso a tus archivos mentales.
Soy una rutina apasionante y un exceso perfecto. Soy un ripio sin futuro que da cuerda al viejo despertador que va del puente a la alameda. Un armagedón dispuesto a regalarte mis tobillos aunque no los llenes de pulseras, como el sultán Schariar a la ladina Sherezade.
En un ripio sin futuro, dos corazones con freno y marcha atrás.