
Ayer pasé por un pueblo derruido
el pueblo en que nací,
y armado de valor lo visité,
tanta pena me dio ver los estragos
que el tiempo y abandono le causaron
que ganas de llorar no me faltaron.
Las tapias y paredes en escombros
los tejados hundidos, puertas rotas,
la torre de la iglesia
se hallaba sin campanas,
y por dentro, saqueada y en las ruinas.
De improviso surgieron los recuerdos
y me vi trasladado a mi pasado
y me encontré corriendo
por calles empedradas,
perpetrando diabluras infantiles,
admirando a don Pedro,
maestro de la escuela
y cantando en la iglesia con el cura,
y recordé a mis padres y vecinos,
sobre todo a la joven
que acompañé a la fuente
con la inocencia de un adolescente,
y donde sin querer, quizá queriendo,
yo sentí el primer beso.
Aquí mi juventud vivió los años
gozosos de la vida.
Y recordé a sus gentes
entrañables, compartiendo vivencias
de alegrías o penas.
El progreso cambió
la vida de los pueblos muy pequeños
y emigraron sus gentes
abandonando hogares y sus fuentes
además de su historia y sus terruños.
Desperté de los tiempos añorados
y abandonando el pueblo,
con la amarga emoción que me abrumaba
y los ojos llorosos
susurré un triste adiós con la mirada.