Mi amiga ( I )
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
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Mi amiga ( I )
Dejadme que os cuente una historia de amistad. Tuve hace mucho tiempo una amiga muy especial. Llevaba una vida muy distinta a la mía. Ella vivía en la calle y no tenía familia, al menos cuando yo la conocí. Yo, sin embargo, sí tenía una familia y no vivía en la calle. Tampoco iba ella al colegio como yo. Si bien, ya había tenido yo mucha relación con los gatos, aquella amistad fue especial para mí.Mis papás tenían un auto y, cada mañana, nos desplazábamos de casa al trabajo. Mis papás se quedaban trabajando en el bar que tenían y yo marchaba al colegio. Yo iba siempre dormido en el auto, para nada me apetecía despertar. Me parecía un tostón el colegio. Allá siempre andaban chinchándote y pidiéndote que hicieras cosas, para nada tenían en cuenta lo que tuviera yo que decir, o qué me apetecía hacer. La verdad es que, tanto los profesores como los otros niños, me resultaban muy estúpidos y aburridos. ¿Cómo iba a tener ganas de despertar? ¿Os ha pasado algo parecido alguna vez? Y bueno, no hablemos de mis papás. Mi papá siempre refunfuñando y gruñendo, siempre estaba enfadado con el mundo; supongo que conmigo también. Mi hermano iba a lo suyo y siempre andábamos peleando. —Cosas de niños —eso dicen siempre los mayores. Mi mamá no decía nada, bastante tenía con aguantar aquel genio de mi papá. ¿Sabéis? Los adultos pueden llegar a ser muy tontos y estúpidos, aunque luego siempre anden diciendo a los niños lo que deben hacer, o dejar de hacer. Así veía yo las cosas, por eso prefería seguir durmiendo.Cuando llegábamos al bar, muy a mi pesar, me despertaba. Entonces, tocaba prepararse para ir al colegio. Antes hacía algún recado como ir a comprar el pan. Ya después marchaba al colegio. Pues bien, aquella mañana fue distinta. Llegamos al bar y en la puerta había una preciosa gata, una gata callejera. Andaba de un lado a otro y maullaba, parecía que tenía hambre y nos pedía algo de comer.—Mamá, mira que gata más bonita. Vamos a echarle algo de comer.—No sé, hijo mío, qué comerán estos gatos.Me acerqué a acariciarla, no podía resistir la tentación. Era de color blanco y negro. Su figura era delgada, no era uno de esos gatos rechonchos. Claro, supongo, que al vivir en la calle y comer poco, es normal que estuviera delgada. Tenía unos ojos de color verde aceituna. El brillo de sus ojos denotaba inteligencia. Vamos, que hablaba con la mirada. Enseguida vi que era más inteligente que todos los niños tontos del colegio. Aproximé mi cara a la suya.—¡Aparta la cara del gato!Mi papá ya estaba gruñendo. Si no le gustaba nada, como le iba a gustar la gata. No tuve más remedio que obedecer. Pero, cuando no me veía, yo acercaba mi cara y disfrutaba del delicioso tacto y aquella piel tan suave y tibia. ¡Os juro que jamás en mi vida he sentido una piel igual!—Mamá, ¿qué le podemos dar de comer?—Puede que el hígado troceado lo coma.—Ah, pues dame algo de dinero y le compro un poco.—Está bien, pide que te pongan 200 gramos.Salí disparado a comprar el pan y 200 gramos de hígado, bien troceado. La gata enseguida se acercó a mí, parecía que adivinaba mis intenciones. Maullaba y se contorneaba en mi pierna. Yo no me podía resistir a sus caricias. Me agachaba, acariciaba su lomo y acercaba mi cara a la suya. ¡Olía tan bien! Andaba por las calles y ella venía tras de mí maullando.—Sí, sí, missi, tranquila, voy a comprarte algo que te gustará.Así empecé a llamarla: missi, missi. Más tarde la llamé: missina. Y con el tiempo, de tanto llamarla y quererla, acabé llamándola: Michina.—¡Michina, Michina!Gritaba cada mañana cuando llegaba al bar. Conocía mi voz y salía corriendo de debajo de los coches. Venía y se contorneaba en mis piernas, maullando. Era su manera de saludarme. Siempre acercaba mi cara, cuando no me veía mi papá, y la besaba. También la cogía en brazos y a ella le gustaba.Algo cambiaron mis mañanas desde que conocí a Michina, mi amiga especial. En lugar de ir dormido, estaba deseando llegar para verla. Creo que ella también me esperaba, nos hicimos muy amigos. Sin embargo, en casa poco cambiaron las cosas. Mi papá seguía refunfuñando. No hacía muy buena cara. Se le veía muy cansado, puede ser que se estuviera poniendo enfermo. En el colegio, no cambiaron mucho las cosas. Los profesores seguían igual que siempre. Iban a lo suyo, lo único que hacían era pedirnos que hiciéramos los deberes, supiéramos la lección y aprobáramos los controles. ¡Con las cosas tan interesantes que habían por descubrir!—¡Pedro estás en babia!Y yo estaba con mi amiga. Ella me resultaba más interesante e inteligente que mi profesor, por eso no lo escuchaba. Yo me imaginaba llegando a la calle del bar y llamando a la gata. Me imaginaba como venía corriendo hacia mí. Y como yo me agachaba y la cogía en mis brazos, juntaba mi cara y la besaba con cariño. Sabía que ella me estaría esperando. Me imaginaba qué estaría haciendo. Si estaría buscando comida, posiblemente cazando algún ratón o pajarillo. No tendría suficiente con lo que yo le daba de comer a primera hora de la mañana. Ella necesitaría comer más y si no estaba yo; ¿quién se preocuparía de darle de comer? Era una gata solitaria, callejera, y tenía que buscarse la vida. No tenía más amigos que yo. Eso me llenaba de satisfacción y orgullo, que alguien tan especial como ella me hubiese elegido a mí. Yo con esto tenía suficiente, ¿para qué quería escuchar al rancio maestro? Era tan torpe que se irritaba con los niños cuando no sabían los ejercicios, o les tiraba un trozo de tiza cuando no lo escuchaban.Una vez la vi con un pajarillo en la boca. ¡Mi amiga era callejera, salvaje! Podía valerse por sí misma. Ella quiso ser mi amiga, pero no por dependencia, ya que era totalmente independiente y sabía buscarse su alimento. Lo tuve claro cuando vi al indefenso pajarito, bañado en sangre, entre sus dientes. ¡Esa es mi Michina! Sin embargo, los otros niños tontos de la calle, no lo entendían. La trataban como a una pobre criatura desvalida. ¡No habían entendido nada! Se lamentaban cuando hablaban de ella.—Pobrecita, pobrecita. —decían.La agobiaban mucho, andando detrás de ella. Pretendían que fuera donde ellos querían. Preparaban un lecho para que fuera allá a dormir. Querían que ella hiciese lo que ellos dijeran. Esto distaba de mi forma de tratarla. Ella era una gata mágica e independiente. Nada tiene que ver con los perritos que siempre se pliegan a la voluntad de sus dueños. Ellos la veían como a un perro. Yo como a una preciosa criatura felina y salvaje. Y tenía yo que estar agradecido porque me aceptaba en su universo felino y era mi amiga. Entonces, ¿qué derecho tenía yo sobre ella? ¡Ninguno!—Dejadla tranquila, ella es libre, irá a dormir donde quiera. ¿Es que no lo entendéis?—Pobrecita, a ver si se muere de frío, es invierno.—Ella se mete en los motores de los coches, es muy lista.—¡Ay! Se puede morir ahí dentro.—No, porque ella ya se da cuenta cuando va a arrancar el coche.Y yo me retiraba y veía como me miraban de reojo, como a un bicho raro. Pero, pensaba que no entendían nada. Me sentía algo triste, me veía solo e incomprendido. Te sientes muy solo cuando nadie te entiende o piensa como tú. ¿Os ha pasado alguna vez?Algo parecido me pasaba en mi casa. Nadie me entendía, como si yo fuera un bicho raro. Mi papá siempre lo entendía todo al revés. No sé, debía pensar que yo hacía las cosas con mala intención. Yo sentía mucho respeto por mis papás, pero tenía mi forma de entender el mundo. Además, sabía qué tenía que hacer en determinados momentos, qué era lo correcto. Me daba mucha rabia que pensaran que yo no podía acertar en nada. ¡Como si los niños, por ser niños, fuéramos tontos! La única que no me juzgaba era mi amiga. Yo lo veía en su limpia mirada. Nos queríamos el uno al otro, siendo tan distintos. Figuraos, tan distintos como un niño y una gata. Sin embargo, ella no esperaba nada de mí y yo tampoco de ella. Simplemente, compartíamos momentos.Parece que ahora la esté viendo salir de los coches y venir corriendo a buscarme. Éstos eran los mejores momentos del día. Hablábamos. Os puedo asegurar que los gatos hablan. No es fácil que te hablen, para eso tienes que tener un vínculo muy especial con ellos. Pienso que los gatos viven en la necesidad, son muy sensibles para saber lo que necesitan ellos mismos, o quienes les rodean. Entonces, si les caes bien, te aceptan como amigo. Tratan de comunicarse contigo hablando de esas necesidades. Ellos te dicen lo que necesitan y tú a ellos. Cuando mi amiga se contorneaba en mis piernas, me estaba pidiendo una caricia. Ella sabía que yo, muchas veces, me sentía solo y triste, por eso, cuando me escuchaba, salía corriendo a recibirme; para aliviar mi tristeza. ¡Y tanto que la aliviaba! Jamás he vuelto a sentirme tan acogido y bien recibido por nadie. Os lo digo en serio. Eso sí, ¿sabéis lo único que os pedirán a cambio? Que respetéis su independencia. Si ven que no es así, ya no se fían y te niegan su amistad. Esto mucha gente no lo entiende, por eso prefieren a los perros. A los adultos solo les interesa que los gatos y los niños sean obedientes. ¡No entendieron nada!Aquella amistad tan especial duró bastantes años. Cuando conocí a mi amiga tendría yo diez años. Era un niño con aspecto desaliñado, siempre andaba despeinado. Muy a contra corriente de los deseos de mi mamá, que se empeñaba en peinarme. Lo primero que hacía yo, cuando me hallaba lejos de su alcance, era despeinarme. También, eran muy aficionados mis papás a que llevara el pelo muy corto. ¡Qué rabia me daba! Qué manía tienen los adultos por mantener el orden, luego para qué, si siempre andan en guerras entre ellos. Tenía unas facciones delicadas, igual que el resto de mi cuerpo, o por lo menos así me veía yo; como alguien debilucho. Pero, en esto yo solía oscilar; porque, dependiendo del lugar en que me hallara, me podía sentir apagado o, por el contrario, rebosante de vida. Con mi amiga me sentía pletórico y rebosante de vida. Uno de mis pantalones preferidos eran unos de pana, de color morado y chillón. Creo que ya no hay pantalones de pana. ¿Habéis visto alguno vosotros? ¡A mí me encantaban!—¡Pero, quién te has pensado que eres!Como cada mañana, íbamos en el auto. Mi papá ya estaba arengándome. Aquello era muy serio y me olvidé de mi Michina, que como cada mañana estaría esperándome. Salí de mi ensoñación y escuché con nitidez el reproche de mi papá. Todo porque yo había dicho a la maestra, la profesora Rosi, que no quería estudiar; que cuando fuera mayor trabajaría en el bar. Otra vez lo mismo, ya les dije. La profesora no entendió nada. Mi papá me entendió al revés y se puso como una furia. Yo sólo quería ayudarlos porque los veía apurados, mi papá no hacía buena cara. Pensaba, entonces, que podría ser útil trabajando en el bar. Mi papá se avergonzaba de lo que hacía, cosa muy habitual en los adultos. ¡Cómo iba yo a seguir su ejemplo! Me derrumbé por completo y la única manera de rehacerme un poco, fue pensar que el trayecto llegaba a su fin; pronto llegaríamos al bar y vería a mi amiga, mi Michina. Me iría con ella a comprar el pan y le compraría sus 200 gramos de hígado troceado.Yo estaba en tercero de EGB. La profesora Rosi era buena, pero no entendía nada. Yo acabé pensando que eso era algo habitual en los adultos. Tenía claro que yo de mayor no quería ser así. Me dediqué, desde entonces, a mirar críticamente todo lo que hacían los mayores. No decía nada, pero iba observando y viendo todo lo que no me gustaba. No tenía prisa por ser mayor, sentía, en mi fuero interno, que nada me perdía. ¿Habéis sentido esto alguna vez? Yo muchas veces.A veces, en lugar de hígado, mi mamá me daba algo de jamón dulce. Decía que tampoco era plan de estar comprando cada mañana hígado, ya que salía muy caro. Yo no era muy consciente del dinero. Intuía que era algo importante porque escuchaba a mis papás hablar de él en repetidas ocasiones. Además, por como hablaban, ya se notaba que era un tema muy serio. Por eso me preocupaba y quería ayudar. ¡Qué mal me sentó ese gesto de desprecio! Otra vez lo mismo, nos infravaloran a los niños. ¿Os ha pasado alguna vez, que os hayáis sentido infravalorados? Mi mamá era cómplice de mi amistad con la gata, parecía que lo veía con buenos ojos. Mi papá parecía indiferente, no sabía realmente qué pensaba. Solo sabía que no le gustaba, nada en absoluto, que acercara mi cara a la gata. Y esto sí resultaba bastante claro y evidente.Cuando marchaba al colegio, por las mañanas, no podía dejar de mirar hacia atrás. La gata me seguía, ella tampoco se quería separar de mí. A mí me resultaba muy triste y doloroso. Me sentía muy a gusto con ella, era la primera sensación agradable y reconfortante del día. ¿Por qué marchar, entonces, al colegio para padecer el mal humor de algunos maestros y la sandez de tantos niños? Pero, era mi obligación y no me quedaba más remedio. Me preocupaba que la gata cruzara la calle ancha por tal de acompañarme. Pensaba que se podía perder. Además, pasaban muchos coches. ¿Y si la atropellaban? En aquellos momentos, sí podía ser algo sobreprotector; bien sabía que mi amiga se valía por sí misma, pero las carreteras eran peligrosas. Los adultos suelen ir muy orgullosos con sus autos; corren y van de prisa. Así son de estúpidos. Y claro, un gato es muy chiquito, un coche a velocidad puede fácilmente acabar con su vida. Me horrorizaba pensar que algo así sucediera. Normalmente, ella era consciente del peligro y no cruzaba, me despedía antes. Pero, en una ocasión sí cruzó. Me tuve que volver para llevarla en brazos de vuelta. Llegué tarde aquel día al colegio. Tampoco tenía excusa, ni podía explicar el motivo de mi retraso. No lo entenderían. ¡Nunca entendían nada! Solo les preocupaba que llevaras hechos los deberes.Sin duda alguna, uno de los momentos más felices del día era cuando volvía del colegio para comer. Llamaba a mi amiga y venía a mi encuentro. Yo iba rápido y dejaba la cartera. Salía pitando a la calle. Tenía dos horas para estar con mi amiga, antes de comer. Eso sí, no podía llegar tarde. Mi papá tenía muy mal genio. Me gustaba sentarme sobre lo alto de un bordillo; a aquellas horas daba el sol. Cogía a la gata en mis brazos, la acariciaba y disfrutaba viendo como brillaba su lomo. Resultaba agradable acariciar su tibio lomo bañado por el sol. Me derretía en ternura y besaba su lomo, la cabeza y sus mejillas. Ella ronroneaba. Le gustaba y cerraba sus ojos, aquellos ojos verde aceituna. Se quedaba dormida en mis brazos y yo soñaba, me sentía el niño más feliz del mundo.—¡A comer Pedro, venga corre!Mi hermano solía arrancarme de mi sueño, ya que algunas veces me olvidaba del mal genio de mi papá y perdía la noción del tiempo. Me despedía de Michina y, mirando hacia atrás, la veía estirada en el bordillo. Se notaba que era la mejor hora del sueño para ella y quería aprovecharla.La comida transcurría sin mayor relevancia. Salvo esas cosas de niños que dicen los mayores. Mi hermano y yo nos chinchábamos un poco y jugábamos con la comida.—Venga, comer. —escuchábamos decir a mamá de vez en cuando.Los mayores siempre preocupados por la hora. A mí me gustaba acabar rápido para así, antes de irme al colegio, dar algo de comer a las palomas y sentarme un rato con mi amiga. Siempre cogía algo de pan duro y lo esparcía en la calle, frente al bar. Miraba de reojo a mi papá, pero no veía que a él lo molestara. Más bien, veía a alguien cansado; no hacía buena cara. Yo disfrutaba viendo como acudían y revoloteaban sobre mí las palomas, mientras llamaba a mi amiga, que casi siempre acudía.Las tardes en el colegio se hacían menos pesadas, eran solo dos horas. Además, solíamos hacer las asignaturas de sociales o ciencias naturales, las que a mí más me gustaban. Lengua castellana y matemáticas eran un tostón. Bueno, aún lengua castellana era divertida cuando leíamos el libro: «El camino» de Miguel Delibes. Era divertido porque el profesor nos explicaba cosas de como vivía antes la gente en el campo y en aquellos pueblos pequeñitos; muy distintos a las grandes ciudades donde vivíamos nosotros.
-Mañana hablarán los mudos:
el corazón y la piedra.
-¿Mas el arte?..
-Es puro juego,
que es igual a pura vida,
que es igual a puro fuego.
Veréis el ascua encendida.
Antonio Machado ( Proverbios y cantares ).
https://transitando-la-palabra.webnode.es/
- Ventura Morón
- Mensajes: 5473
- Registrado: Mar, 29 Oct 2013 0:40
Un abrazo amigo, un gusto pasar y leerte
- María José Honguero Lucas
- Mensajes: 555
- Registrado: Vie, 31 Oct 2014 19:10
re: Mi amiga ( I )
Un abrazo
http://honguero.blogspot.com.es/
- Raul Muñoz
- Mensajes: 5031
- Registrado: Mié, 21 May 2014 20:58
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Ventura Morón escribió:Un texto que rebosa ternura Raúl, y que interpela constantemente al lector, rebuscando en sus recuerdos, enlazando su memoria. Crecer desde la lejanía, sentirse pasajero de un bordillo al sol y dejar "el hogar" en la cuneta de los adentros. Asimilar la diferencia desde la perspectiva de acostar en parajes personales que den un fondo propio al recorrido. La amistad, como valor inestimable que ofrece el ancla momentánea, hasta la pleamar donde desencadenar la libertad individual.
Un abrazo amigo, un gusto pasar y leerte
Siempre gracias Ventura por tu interés. Es el primer capítulo de un relato largo, tiene algo de biográfico. Existió esa adorable gata.
Un abrazo, amigo.
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- Raul Muñoz
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- Registrado: Mié, 21 May 2014 20:58
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Re: re: Mi amiga ( I )
María José Honguero Lucas escribió:Muy tierno Raúl, precioso diría, comparto totalmente ese sentimiento.
Un abrazo
Muchas gracias Mª José, un placer para mi tu visita; me alegro que te haya gustado.
Un abrazo, amiga.
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