Hallie Hernández Alfaro escribió:.
Quiero nombrarte. Lo hago mil veces por segundo pero nadie escucha. Los ángeles se han ido de marcha, la mesa es una tormenta de papeles grises, desolados. El bolígrafo ha enfadado su tinta y sólo sabe de gestos secos; creo que hasta tiene rabia; una rabia bien llevada, pero rabia al fín.
Las cartas casi siempre significan un vacío de carne, un ancho galpón de besos no entregados, de ascuas que refractan su incontinencia en las sombras más oscuras del armario. Y las miro, porque apiladas son muchísimas, una montaña de recuerdos y de aspiraciones. Me serví un vasito de Kalhua; el paladar me reclama un contacto que neutralice papilas y haga temblar la calle entera; pero eso sería demasiado pedirle a un trago.
Anoche salvé a un perro que cayó en el estanque. Lo pasé muy mal. Estaba oscuro y el viento soplaba con furia mientras caminaba yo las 20 horas para que los músculos pudieran tolerar la mesa vacía de ti, los cuadros a medio colgar, la sala de baño sin tu loción de afeitar. El pobre animal iba trás una pelota para devolverla a su dueño, parecía que la vida entera se le iba en ello y el juguete alcanzó el agua negra y oscura de frío. Todo pasó muy rápido. Reflejos y adrenalina, supongo. Lo cierto es que volví a casa empapada y con mucho lodo en los zapatos. Valió la pena claro, y además pude negar por un rato la gravedad de tu ausencia.
A veces pienso que en algún lugar del mundo podría haber una parcela para sembrar el sueño; cavar la tierra y cultivar flores del bien, con tardes de paseo y noches de cine. Sí, tú conmigo, yo contigo, mezclados en el séptimo cielo de los vivos. Y trasnochar con un argumento en la mesilla de luz o un escenario detrás de las cortinas. Abrazada a ti mirar como Manhattan se ríe de nosotros y de Woody Allen; pillar a Casa Blanca en la cúspide dramática y ponerle final feliz con nuestras manos. Te pediría que me hablaras del niño que fuiste, sé tan poco de aquel jardín de infancia..., y en el transcurso de los meses aprenderíamos a cocinar. Sí, juntos y alineados con la harina, vírgenes del cacao puro, lúcidos ante la maizena y sus arbitrios.
La suerte tiene dos caras, como una moneda encontrada al pie del farol encendido. El revés es tan posible como la ingenuidad del pobre deseo.
Mañana volveré a escribir. Es tiempo de intentar dormir, de ensayar la medianoche sin tu olor en mi vientre.
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Hallie, de pie para los aplausos -como dices tú- y aún con prisa... te digo que me has emocionado, querida amiga.
Volveré, tenlo por cierto.
Un beso enorme.