
Manecillas luminosas que todo lo podían.
Horadaban fechas para crear infinitud en la esperanza,
besaban la levedad divisoria del trece y el vacío,
curaban cualquier daño residual;
parecían un ardid convincente
en tu ausencia los domingos nublados.
Resbalaban alucinadas
para anidar en la vida de tus palmas;
eran la insolencia del calor,
sus muslos blancos,
el tetrix enamorado.
Solían reincidir en péndulos ciegos, sordos, húmedos
y marcar en cada hora tu alma lamiendo mis versos
con la certeza de abrigar el mismo aire.
Manecillas sabias que todo lo podrán,
niego la furia del ocaso
para alearme en vuestra sed.
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