Adagio para cuerdas
Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle
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re: Adagio para cuerdas
Un abrazo grande.
Óscar
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re: Adagio para cuerdas
Un abrazo.
-Mañana hablarán los mudos:
el corazón y la piedra.
-¿Mas el arte?..
-Es puro juego,
que es igual a pura vida,
que es igual a puro fuego.
Veréis el ascua encendida.
Antonio Machado ( Proverbios y cantares ).
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Un abrazo y feliz fin de semana.
Judit
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- J. J. Martínez Ferreiro
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re: Adagio para cuerdas
Un fuerte abrazo.
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Un abrazo.
Carmen
Gastón Bachelar.
- Óscar Bartolomé Poy
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Re: Adagio para cuerdas
Óscar Bartolomé Poy escribió:
Dedicado a Sara Álvarez (In memoriam)
Recuerdo aquellas infinitas noches de febrero iridiscentes como púlsares.
Tú me sonreías con esos ojos de ágata donde hizo su palacio la luna,
y yo me sonrojaba como la víspera de un solsticio de verano, tímido,
enclavado en la distancia, mientras en mis oídos ovillaba el hilo ausente
de tu voz. Por entonces aún no sabía del orfeón de tu tristeza
ni del acueducto de tu infancia, huérfana y solitaria, pero algo en tu mirada
–un destello irisado, un reflejo opalino del beso en clandestinidad–
me decía que eras Mía, y esa certeza hacía que me estremeciera de belleza,
como siempre que escucho el Adagio para cuerdas de Barber.
No he olvidado cómo a tu lado los colores parecían más vivos, musicales,
y todo, incluso la lluvia sobre la hierba, sonaba diferente, más límpido,
más veraz, como ese sol propincuo que caracolea en el limo de los estanques
a la llegada del ocaso y espolea nenúfares en mis ojos ver-de-mar,
o las gaviotas que cantan al unísono como rubicundos tulipanes de Delft,
o la alborada que bisela gotas de rocío en el regazo de las hayas.
Cuando te necesitaba no tenía que silbarte, pues tu voz de lluvia
galopaba vagarosa desde la playa de San Lorenzo a mi Torre de Tubinga
con el muecín de las olas, y yo naufragaba en tu galerna de besos
como un recoleto Hiperión. Juntos escribimos la historia de dos ciudades,
dos ciudades con el mismo nombre, permutadas, siamesas,
extrañamente umbilicales: Tokyo y Kyoto; las sílabas de tu nombre
están contenidas en el mío, aunque no sean palíndromo. ¿Fue por eso,
tal vez, que dijiste que habías nacido para mí, aun cuando nadie te esperaba?
Pero yo sí te esperaba, sólo que aún no lo sabía.
Al anochecer, todas las estrellas de todas las galaxias brillan en tu frente
coriolana, y el fuego de Prometeo arde en mi boca dehiscente,
chisporroteando promesas de amor. Tú me soplabas y yo me dejaba mecer
por tu viento racheado de nostalgia, frágil como un cálamo.
¿Me dirás ahora que aún crees en las rosas cíngaras y en los males de ojo?
La música me ha enseñado que no hay muerte más atroz que tu silencio,
pues has de saber que este grito estrangulado que arpa la cadencia
del verso crece, como el musgo, en la gangrena de la soledad.
Cada vez que pienso en ti oigo a Debussy tocar el piano en un claro de luna,
los arpegios se ensortijan en fractales mientras acaricio tus cabellos de lino,
las nubes sestean como un fauno en una clave de sol, y nosotros,
atemperados, nibelungos, nos anillamos como esos lunes que no proyectan
sueños sobre la almohada porque yacen enterrados en una cárcava de amor.
Qué no daría yo por saberte feliz, como cuando te leí Llamas de Eróstrato
y tú pensaste en la lubricidad de los percebes. Pero ya no me enoja
que me llames grandilocuente. No pretendo ocultarlo. Es lo que soy.
Dios te hizo carne y Tú le diste poesía;
Dios te dio el Verbo y Tú predicaste su palabra en mi desierto.
Era otro tiempo, un tiempo en el que la música de Mozart era de un rosa palo,
los espejo-s-adulaban tu sencilla pose, pose de poetisa de Pompeya
–sin bucles ni redecilla en el pelo, pero con estilo–
que busca con glauca mirada a Erato en el monte Helicón,
y en el cielo wagneriano, cerca de la comisura de tus labios,
esplendía un flavo lunar, tan pequeño y coqueto como aquella falda
de plátanos con la que Joséphine Baker bailaba el charlestón
en las noches impresionistas del Folies Bergère.
... una muy buena compilación, no ya de nombres yu lugares en sí, sino de ese resultado de mirar y descifrar cada momento en el alma de los amantes para ser plasmado en tan lindos versos, tan tan lindo poema; así lo he visto yo, Óscar Batolomé Poy, humilde observador del mundo y sus extarordinarios compases, los que mueven el mundo; espléndido sin duda, magnífico; mis saludos, amigo; Orión
- Rafel Calle
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Sara, imprescindible y muy recordada Sara, envuelta en un lenguaje rítmico-literario de alto vuelo y bellísima factura, para un poema trufado de momentos muy evocadores y continuos homenajes al universo, seguramente compartido por autor y destinataria, del arte y la cultura toda.
En fin, pienso que tu poética ha avanzado enormemente, sobre todo, en el aspecto rítmico-melódico, ahora bien dispuesto y con la suficiente complejidad como para hacerlo sumamente interesante. Y, bueno, si le unimos la pericia técnico-literaria que, sin duda, posees, el resultado no puede ser otro que un evento de hermosura lírica, aun siendo el triste epitafio de una relación primordial en la vida del poeta.
Ha sido un placer leerte. Felicidades por este trabajo y por el talante que despliagas. Naturalmente, con tu regreso se amplía la nómina de lujos en Alaire.
Abrazos.
- Óscar Bartolomé Poy
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Re: Adagio para cuerdas
Antonio Justel escribió:Óscar Bartolomé Poy escribió:
Dedicado a Sara Álvarez (In memoriam)
Recuerdo aquellas infinitas noches de febrero iridiscentes como púlsares.
Tú me sonreías con esos ojos de ágata donde hizo su palacio la luna,
y yo me sonrojaba como la víspera de un solsticio de verano, tímido,
enclavado en la distancia, mientras en mis oídos ovillaba el hilo ausente
de tu voz. Por entonces aún no sabía del orfeón de tu tristeza
ni del acueducto de tu infancia, huérfana y solitaria, pero algo en tu mirada
–un destello irisado, un reflejo opalino del beso en clandestinidad–
me decía que eras Mía, y esa certeza hacía que me estremeciera de belleza,
como siempre que escucho el Adagio para cuerdas de Barber.
No he olvidado cómo a tu lado los colores parecían más vivos, musicales,
y todo, incluso la lluvia sobre la hierba, sonaba diferente, más límpido,
más veraz, como ese sol propincuo que caracolea en el limo de los estanques
a la llegada del ocaso y espolea nenúfares en mis ojos ver-de-mar,
o las gaviotas que cantan al unísono como rubicundos tulipanes de Delft,
o la alborada que bisela gotas de rocío en el regazo de las hayas.
Cuando te necesitaba no tenía que silbarte, pues tu voz de lluvia
galopaba vagarosa desde la playa de San Lorenzo a mi Torre de Tubinga
con el muecín de las olas, y yo naufragaba en tu galerna de besos
como un recoleto Hiperión. Juntos escribimos la historia de dos ciudades,
dos ciudades con el mismo nombre, permutadas, siamesas,
extrañamente umbilicales: Tokyo y Kyoto; las sílabas de tu nombre
están contenidas en el mío, aunque no sean palíndromo. ¿Fue por eso,
tal vez, que dijiste que habías nacido para mí, aun cuando nadie te esperaba?
Pero yo sí te esperaba, sólo que aún no lo sabía.
Al anochecer, todas las estrellas de todas las galaxias brillan en tu frente
coriolana, y el fuego de Prometeo arde en mi boca dehiscente,
chisporroteando promesas de amor. Tú me soplabas y yo me dejaba mecer
por tu viento racheado de nostalgia, frágil como un cálamo.
¿Me dirás ahora que aún crees en las rosas cíngaras y en los males de ojo?
La música me ha enseñado que no hay muerte más atroz que tu silencio,
pues has de saber que este grito estrangulado que arpa la cadencia
del verso crece, como el musgo, en la gangrena de la soledad.
Cada vez que pienso en ti oigo a Debussy tocar el piano en un claro de luna,
los arpegios se ensortijan en fractales mientras acaricio tus cabellos de lino,
las nubes sestean como un fauno en una clave de sol, y nosotros,
atemperados, nibelungos, nos anillamos como esos lunes que no proyectan
sueños sobre la almohada porque yacen enterrados en una cárcava de amor.
Qué no daría yo por saberte feliz, como cuando te leí Llamas de Eróstrato
y tú pensaste en la lubricidad de los percebes. Pero ya no me enoja
que me llames grandilocuente. No pretendo ocultarlo. Es lo que soy.
Dios te hizo carne y Tú le diste poesía;
Dios te dio el Verbo y Tú predicaste su palabra en mi desierto.
Era otro tiempo, un tiempo en el que la música de Mozart era de un rosa palo,
los espejo-s-adulaban tu sencilla pose, pose de poetisa de Pompeya
–sin bucles ni redecilla en el pelo, pero con estilo–
que busca con glauca mirada a Erato en el monte Helicón,
y en el cielo wagneriano, cerca de la comisura de tus labios,
esplendía un flavo lunar, tan pequeño y coqueto como aquella falda
de plátanos con la que Joséphine Baker bailaba el charlestón
en las noches impresionistas del Folies Bergère.
... una muy buena compilación, no ya de nombres yu lugares en sí, sino de ese resultado de mirar y descifrar cada momento en el alma de los amantes para ser plasmado en tan lindos versos, tan tan lindo poema; así lo he visto yo, Óscar Batolomé Poy, humilde observador del mundo y sus extarordinarios compases, los que mueven el mundo; espléndido sin duda, magnífico; mis saludos, amigo; Orión
Muchas gracias por la generosidad del comentario y por dedicarme adjetivos tan elocuentes en su ánimo de ensalzar la obra y el autor.
Saludos, Orión.
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- Óscar Bartolomé Poy
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Rafel Calle escribió:En el primer aporte a tu nueva etapa en Alaire, creo que consigues una cúspide de tu obra, amigo Óscar.
Sara, imprescindible y muy recordada Sara, envuelta en un lenguaje rítmico-literario de alto vuelo y bellísima factura, para un poema trufado de momentos muy evocadores y continuos homenajes al universo, seguramente compartido por autor y destinataria, del arte y la cultura toda.
En fin, pienso que tu poética ha avanzado enormemente, sobre todo, en el aspecto rítmico-melódico, ahora bien dispuesto y con la suficiente complejidad como para hacerlo sumamente interesante. Y, bueno, si le unimos la pericia técnico-literaria que, sin duda, posees, el resultado no puede ser otro que un evento de hermosura lírica, aun siendo el triste epitafio de una relación primordial en la vida del poeta.
Ha sido un placer leerte. Felicidades por este trabajo y por el talante que despliagas. Naturalmente, con tu regreso se amplía la nómina de lujos en Alaire.
Abrazos.
No sé si es la cúspide de mi obra poética, pero sin duda que es una de las cimas. A decir verdad, la pasión por la cosmología cuántica me pertenece más a mí que a ella (su poesía es más bucólica, más apegada a la tierra que a los astros), pero es innegable que mi poesía debe mucho a la suya, hasta el punto de que muchas de sus metáforas han sido absorbidas y subsumidas por mí y ahora forman un todo inseparable.
Gracias por recordar a Sara y por tu análisis, siempre concienzudo y apoyado en sólidos conocimientos, de mi poema, así como por la deferencia en el trato.
Un abrazo, Rafel.
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