Adagio para cuerdas
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- Óscar Bartolomé Poy
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Adagio para cuerdas
Dedicado a Sara Álvarez (In memoriam)
Recuerdo aquellas infinitas noches de febrero iridiscentes como púlsares.
Tú me sonreías con esos ojos de ágata donde hizo su palacio la luna,
y yo me sonrojaba como la víspera de un solsticio de verano, tímido,
enclavado en la distancia, mientras en mis oídos ovillaba el hilo ausente
de tu voz. Por entonces aún no sabía del orfeón de tu tristeza
ni del acueducto de tu infancia, huérfana y solitaria, pero algo en tu mirada
–un destello irisado, un reflejo opalino del beso en clandestinidad–
me decía que eras Mía, y esa certeza hacía que me estremeciera de belleza,
como siempre que escucho el Adagio para cuerdas de Barber.
No he olvidado cómo a tu lado los colores parecían más vivos, musicales,
y todo, incluso la lluvia sobre la hierba, sonaba diferente, más límpido,
más veraz, como ese sol propincuo que caracolea en el limo de los estanques
a la llegada del ocaso y espolea nenúfares en mis ojos ver-de-mar,
o las gaviotas que cantan al unísono como rubicundos tulipanes de Delft,
o la alborada que bisela gotas de rocío en el regazo de las hayas.
Cuando te necesitaba no tenía que silbarte, pues tu voz de lluvia
galopaba vagarosa desde la playa de San Lorenzo a mi Torre de Tubinga
con el muecín de las olas, y yo naufragaba en tu galerna de besos
como un recoleto Hiperión. Juntos escribimos la historia de dos ciudades,
dos ciudades con el mismo nombre, permutadas, siamesas,
extrañamente umbilicales: Tokyo y Kyoto; las sílabas de tu nombre
están contenidas en el mío, aunque no sean palíndromo. ¿Fue por eso,
tal vez, que dijiste que habías nacido para mí, aun cuando nadie te esperaba?
Pero yo sí te esperaba, sólo que aún no lo sabía.
Al anochecer, todas las estrellas de todas las galaxias brillan en tu frente
coriolana, y el fuego de Prometeo arde en mi boca dehiscente,
chisporroteando promesas de amor. Tú me soplabas y yo me dejaba mecer
por tu viento racheado de nostalgia, frágil como un cálamo.
¿Me dirás ahora que aún crees en las rosas cíngaras y en los males de ojo?
La música me ha enseñado que no hay muerte más atroz que tu silencio,
pues has de saber que este grito estrangulado que arpa la cadencia
del verso crece, como el musgo, en la gangrena de la soledad.
Cada vez que pienso en ti oigo a Debussy tocar el piano en un claro de luna,
los arpegios se ensortijan en fractales mientras acaricio tus cabellos de lino,
las nubes sestean como un fauno en una clave de sol, y nosotros,
atemperados, nibelungos, nos anillamos como esos lunes que no proyectan
sueños sobre la almohada porque yacen enterrados en una cárcava de amor.
Qué no daría yo por saberte feliz, como cuando te leí Llamas de Eróstrato
y tú pensaste en la lubricidad de los percebes. Pero ya no me enoja
que me llames grandilocuente. No pretendo ocultarlo. Es lo que soy.
Dios te hizo carne y Tú le diste poesía;
Dios te dio el Verbo y Tú predicaste su palabra en mi desierto.
Era otro tiempo, un tiempo en el que la música de Mozart era de un rosa palo,
los espejo-s-adulaban tu sencilla pose, pose de poetisa de Pompeya
–sin bucles ni redecilla en el pelo, pero con estilo–
que busca con glauca mirada a Erato en el monte Helicón,
y en el cielo wagneriano, cerca de la comisura de tus labios,
esplendía un flavo lunar, tan pequeño y coqueto como aquella falda
de plátanos con la que Joséphine Baker bailaba el charlestón
en las noches impresionistas del Folies Bergère.
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re: Adagio para cuerdas
Felicidades enormes
Besos
Pilar
- Julio Gonzalez Alonso
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Re: Adagio para cuerdas
Óscar Bartolomé Poy escribió: Dedicado a Sara Álvarez (In memoriam)
Al anochecer, todas las estrellas de todas las galaxias brillan en tu frente
coriolana, y el fuego de Prometeo arde en mi boca dehiscente,
chisporroteando promesas de amor. Tú me soplabas y yo me dejaba mecer
por tu viento racheado de nostalgia, frágil como un cálamo.
¿Me dirás ahora que aún crees en las rosas cíngaras y en los males de ojo?
La música me ha enseñado que no hay muerte más atroz que tu silencio,
pues has de saber que este grito estrangulado que arpa la cadencia
del verso crece, como el musgo, en la gangrena de la soledad.
.
Gran elegía, Óscar. Con un abrazo.
Salud.
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re: Adagio para cuerdas
Destaco, su léxico culto, su exquisto lenguaje, pero sobre todo, el alma que lleva la elegía...
Me quedo con dos versos, que valen su peso en oro.
Dios te hizo carne y Tú le diste poesía;
Dios te dio el Verbo y Tú predicaste su palabra en mi desierto.
Mi felicitación más sincera, con un cordial abrazao.
- Óscar Distéfano
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re: Adagio para cuerdas
Un abrazo enorme.
Óscar
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- Luna de Nos
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Re: Adagio para cuerdas
Óscar Bartolomé Poy escribió:
Dedicado a Sara Álvarez (In memoriam)
Recuerdo aquellas infinitas noches de febrero iridiscentes como púlsares.
Tú me sonreías con esos ojos de ágata donde hizo su palacio la luna,
y yo me sonrojaba como la víspera de un solsticio de verano, tímido,
enclavado en la distancia, mientras en mis oídos ovillaba el hilo ausente
de tu voz. Por entonces aún no sabía del orfeón de tu tristeza
ni del acueducto de tu infancia, huérfana y solitaria, pero algo en tu mirada
–un destello irisado, un reflejo opalino del beso en clandestinidad–
me decía que eras Mía, y esa certeza hacía que me estremeciera de belleza,
como siempre que escucho el Adagio para cuerdas de Barber.
No he olvidado cómo a tu lado los colores parecían más vivos, musicales,
y todo, incluso la lluvia sobre la hierba, sonaba diferente, más límpido,
más veraz, como ese sol propincuo que caracolea en el limo de los estanques
a la llegada del ocaso y espolea nenúfares en mis ojos ver-de-mar,
o las gaviotas que cantan al unísono como rubicundos tulipanes de Delft,
o la alborada que bisela gotas de rocío en el regazo de las hayas.
Cuando te necesitaba no tenía que silbarte, pues tu voz de lluvia
galopaba vagarosa desde la playa de San Lorenzo a mi Torre de Tubinga
con el muecín de las olas, y yo naufragaba en tu galerna de besos
como un recoleto Hiperión. Juntos escribimos la historia de dos ciudades,
dos ciudades con el mismo nombre, permutadas, siamesas,
extrañamente umbilicales: Tokyo y Kyoto; las sílabas de tu nombre
están contenidas en el mío, aunque no sean palíndromo. ¿Fue por eso,
tal vez, que dijiste que habías nacido para mí, aun cuando nadie te esperaba?
Pero yo sí te esperaba, sólo que aún no lo sabía.
Al anochecer, todas las estrellas de todas las galaxias brillan en tu frente
coriolana, y el fuego de Prometeo arde en mi boca dehiscente,
chisporroteando promesas de amor. Tú me soplabas y yo me dejaba mecer
por tu viento racheado de nostalgia, frágil como un cálamo.
¿Me dirás ahora que aún crees en las rosas cíngaras y en los males de ojo?
La música me ha enseñado que no hay muerte más atroz que tu silencio,
pues has de saber que este grito estrangulado que arpa la cadencia
del verso crece, como el musgo, en la gangrena de la soledad.
Cada vez que pienso en ti oigo a Debussy tocar el piano en un claro de luna,
los arpegios se ensortijan en fractales mientras acaricio tus cabellos de lino,
las nubes sestean como un fauno en una clave de sol, y nosotros,
atemperados, nibelungos, nos anillamos como esos lunes que no proyectan
sueños sobre la almohada porque yacen enterrados en una cárcava de amor.
Qué no daría yo por saberte feliz, como cuando te leí Llamas de Eróstrato
y tú pensaste en la lubricidad de los percebes. Pero ya no me enoja
que me llames grandilocuente. No pretendo ocultarlo. Es lo que soy.
Dios te hizo carne y Tú le diste poesía;
Dios te dio el Verbo y Tú predicaste su palabra en mi desierto.
Era otro tiempo, un tiempo en el que la música de Mozart era de un rosa palo,
los espejo-s-adulaban tu sencilla pose, pose de poetisa de Pompeya
–sin bucles ni redecilla en el pelo, pero con estilo–
que busca con glauca mirada a Erato en el monte Helicón,
y en el cielo wagneriano, cerca de la comisura de tus labios,
esplendía un flavo lunar, tan pequeño y coqueto como aquella falda
de plátanos con la que Joséphine Baker bailaba el charlestón
en las noches impresionistas del Folies Bergère.
Óscar ante todo, me alegra leerte luego de todo este tiempo, tanto ya, según se vea claro está.
Es éste un poema inmenso, dicho esto desde lo que es el poema en sí, para quien desconoce la historia, tu historia, el amor de ustedes e inmensa para quienes, desde fuera y desde lejos, la leímos en los poemas que se dedicaron.
El poema brilla, como la luz de ese faro que tanto estuvo presente.
Todo lo que pueda decir es poco y no hace honor ni al poema, ni a lo que el mismo encierra, ni a ese amor que los encontró.
Un abrazo para ti, con el emocionado recuerdo a Sara, Luna.-
José Chapa
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Re: re: Adagio para cuerdas
Pilar Morte escribió:Qué emoción y qué hermosura oir y leer a un tiempo. Deliciosamente eterno. Me quedé sin palabras
Felicidades enormes
Besos
Pilar
Gracias, Pilar. No obstante su tristeza intrínseca, celebro que hayas disfrutado del placer de su lectura y que hayas encontrado belleza en el poema.
Un abrazo.
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- Óscar Bartolomé Poy
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Re: Adagio para cuerdas
Julio González Alonso escribió:Óscar Bartolomé Poy escribió: Dedicado a Sara Álvarez (In memoriam)
Al anochecer, todas las estrellas de todas las galaxias brillan en tu frente
coriolana, y el fuego de Prometeo arde en mi boca dehiscente,
chisporroteando promesas de amor. Tú me soplabas y yo me dejaba mecer
por tu viento racheado de nostalgia, frágil como un cálamo.
¿Me dirás ahora que aún crees en las rosas cíngaras y en los males de ojo?
La música me ha enseñado que no hay muerte más atroz que tu silencio,
pues has de saber que este grito estrangulado que arpa la cadencia
del verso crece, como el musgo, en la gangrena de la soledad.
.
Gran elegía, Óscar. Con un abrazo.
Salud.
Gracias por acercarte a mis versos, Julio. Un placer volver a verte por aquí. Un abrazo.
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curra anguiano escribió:precioso gracias
Me alegro de que así lo hayas sentido. Gracias por dejarme testimonio de tu paso, Curra.
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Rosa Marzal escribió:Emocionante. Inmensamente bello. Felicidades.
Agradezco de corazón tus impresiones sobre mi poema. En mi opinión, el poeta debe ser un alquimista que transmute el dolor en belleza, y eso he tratado de hacer aquí.
Un abrazo, Rosa.
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Re: re: Adagio para cuerdas
Quinteño de Greda escribió:No sé que comentar, porque me gustaría hacerlo, como bien se merece el poema.
Destaco, su léxico culto, su exquisto lenguaje, pero sobre todo, el alma que lleva la elegía...
Me quedo con dos versos, que valen su peso en oro.
Dios te hizo carne y Tú le diste poesía;
Dios te dio el Verbo y Tú predicaste su palabra en mi desierto.
Mi felicitación más sincera, con un cordial abrazao.
Gracias por darme tu opinión y por destacar los versos que más te han llegado. Sé que no es fácil (vaya lítotes, ¿eh?) comentar un poema de esta índole.
Saludos, Quinteño.
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