
En la dinastía Tang
hacia el año setecientos,
el bardo chino Li Po
vivía bajo su imperio.
Vástago de mercader,
hombre entregado al comercio,
que en uno de entre sus viajes
produjo aquel nacimiento.
Favorito de la Corte
llegó a gozar privilegios
y por su enorme cultura
enseguida fue maestro.
Confuciano y taoísta
destacó en su pensamiento,
aunque su espíritu errante
le hacía emprender el vuelo.
Recorrió toda la China
cual incansable viajero,
las flores eran su cama
y las estrellas su techo.
Amante del hedonismo
estuvo al lado del pueblo
aunque volaba muy alto
cada vez que estaba ebrio.
Desarrollando salvaje
su refinado intelecto
a veces libaba un jarro
con elixires longevos.
La revuelta de An Lushan
la defendió con talento,
con la musa de lo ambiguo
consiguió que fuera absuelto.
Poeta de la belleza
que buscaba desde dentro
mirando en el interior
hasta convertirla en verso.
En alas de la renuncia
quería abrazar los sueños
y tener entre sus manos
la celda del firmamento.
Se obsesionó con la luna
y desnudarla en su lecho
y con ella se inspiraba
cuando contemplaba el cielo.
Alma inquieta de bambú
arrastrada por el viento
se marchó tras la montaña
y su muerte fue un misterio.
Comentan los eruditos
que murió por un veneno,
pues pudo ser el mercurio
o la leyenda que os cuento.
Una noche vio la luna
delirando, por supuesto,
y en su junco vacilante
quiso abrazar su reflejo.
Estaba como mujer
acostada sobre un lienzo
vestida toda de raso
como salida de un cuento.
Sobre las aguas, al verla
sintió un fuego tan intenso
que se propuso abrazarla
precipitando su cuerpo.
Y dicen las malas lenguas
que aún se escuchan los ecos
de aquel pobre desdichado
que se hundió en el lago negro.
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Exp. SE-755-14