
Aún me llama mi Mauritania de arena.
Mano dorada que purifica mi frente.
Tumba mía. Libre mía. Alcoholizada de Sol.
Sé que ahí me aguarda la tremenda muerte de luz.
El madero de sal del cementerio mundo.
De vaciado mundo que me reclama la silueta
para acogerme a mis nadas.
La inmensa colección de nadas de mi pecho.
Y un sepulterio talismán turquesa
apagará su gélida cola sobre mi labio de incendio.
Ese será el alivio del amante errabundo.
Y cuando la hoja afilada del viento
bruña mi risueña osamenta,
bajo el espejo menguante dormiré
reflejo de la luna duna.
No me erguirá más
no me portará más
no me sentirá más,
mi esqueleto.
El violín del Sol
clavará su aguja hipodérmica en el tuétano de mi alma
y eternamente real, luciré por primera vez.
¿No oyes ya/ el crepitar del Sol
que quema la flor/ de mi boca?
víctor
.