Descansa en paz

[Raul Muñoz]

Veo que sólo soy un vago reflejo de claridad,
la purpurina que se pega en tus ojos cerrados
y se cuela por los resquicios sombríos buscando
atrapar con ansía tus manos caídas –ausentes-
turbando tu sueño placido con mi ilusión infantil
que cual manojo de luciérnagas revolotea a tu alrededor
para despertarte y llevarte de la mano a pasear
por el cementerio y los polvorientos caminos
que un día recorrimos con pesadas cadenas a rastras,
con sed y necesidad de abrigo y posada.

Es mi soledad -tu ausencia- la que se arrima
de manera sutil y con disimulo posa su mano
sobre mi corazón –sobresaltado-
que brinca sobre tu descanso, echándote de menos.
No somos nosotros, es la ilusión la que vaga errante
tratando de alumbrar las sombras que acompañan
nuestros pasos, y nos recuerdan que no somos eternos,
que algún día habremos de descansar
en lo más profundo de la tierra,
allí donde todo perece, incluso los hombres
que fueron brillantes en su vida luminosa.


Pero aún siento tu presencia, una mano –inerte-
que acaricia mis cabellos, y no es el viento
el que me despeina, ¡sabe dios que no es el viento!
Que son recuerdos vivos los que me llevan
a saltar las tapias del cementerio,
que son tus manos las que acunan
a los cipreses en sus oraciones abatidas
y vencidas por la majestuosa muerte,
la misma que te llevó a su lecho de plata.

Si acaso estoy vivo…
¡Qué salten por los aires los cementerios,
qué se celebre de una vez por todas
y sin aspavientos la muerte
que se encadena a los deseos,
a los besos muertos que saben a lombrices!

Ahora camino junto al sequito
de enamorados del cementerio,
sostengo con mi mano –abandonada-
la copa de veneno escarlata, brillante,
de pasión enamorada,
que ansía por derramarse
en un brindis por tu sangre, mi sangre;
¡nuestra sangre, querido padre!

Presiento que te acercas con disimulo
cuando rozas mi piel blanda
con un ramo de flores escarchadas,
flores tibias del cementerio
que yo imagino que recogiste con cariño
para ofrecérmelas, es seguro que te despertó
mi tristeza y te pidió que vinieras a regalarme flores,
y un poema que se recita con tu recuerdo.

¿Estás aquí, querido padre,
sabes que te quiero y te perdono,
que me duelen los pies de caminar por soles
que arden en la venganza?
¡Qué quema, qué quema mi alma!

Ven, acércate despacio,
entra como la brisa por mi ventana,
y pon tu ramo de flores sobre mi almohada
para que se perfume mi sueño con tu presencia.
Déjame coger tu mano por última vez,
y sellar con un beso sobre tu frente marchita
todas las puertas del cementerio.

Y ahora, querido padre, descansa en paz,
que yo velaré junto a los cipreses tu sueño.

[Concha Vidal]

Un fuerte abrazo para tí, Raúl, en estos momentos.

Siempre mis saludos mediterráneos.

[Raul Muñoz]

Hola, Concha, que cálida visita, te lo agradezco de corazón. En realidad mi padre murió cuando yo era niño, está es la despedida que escribí hace poco, en su día no me pude despedir. Pero el dolor y el tono de la despedida es como si fuera ahora. Me marcó mucho la muerte de mi padre.

Yo también te envío un abrazo mediterráneo

[Hallie Hernández Alfaro]

Hermoso poema en el dolor vital que lo sostiene.

Muchas gracias por compartir, un abrazo fuerte.

[Luna de Nos]

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Veo que sólo soy un vago reflejo de claridad,
la purpurina que se pega en tus ojos cerrados
y se cuela por los resquicios sombríos buscando
atrapar con ansía tus manos caídas –ausentes-
turbando tu sueño placido con mi ilusión infantil
que cual manojo de luciérnagas revolotea a tu alrededor
para despertarte y llevarte de la mano a pasear
por el cementerio y los polvorientos caminos
que un día recorrimos con pesadas cadenas a rastras,
con sed y necesidad de abrigo y posada.

Es mi soledad -tu ausencia- la que se arrima
de manera sutil y con disimulo posa su mano
sobre mi corazón –sobresaltado-
que brinca sobre tu descanso, echándote de menos.
No somos nosotros, es la ilusión la que vaga errante
tratando de alumbrar las sombras que acompañan
nuestros pasos, y nos recuerdan que no somos eternos,
que algún día habremos de descansar
en lo más profundo de la tierra,
allí donde todo perece, incluso los hombres
que fueron brillantes en su vida luminosa.


Pero aún siento tu presencia, una mano –inerte-
que acaricia mis cabellos, y no es el viento
el que me despeina, ¡sabe dios que no es el viento!
Que son recuerdos vivos los que me llevan
a saltar las tapias del cementerio,
que son tus manos las que acunan
a los cipreses en sus oraciones abatidas
y vencidas por la majestuosa muerte,
la misma que te llevó a su lecho de plata.

Si acaso estoy vivo…
¡Qué salten por los aires los cementerios,
qué se celebre de una vez por todas
y sin aspavientos la muerte
que se encadena a los deseos,
a los besos muertos que saben a lombrices!

Ahora camino junto al sequito
de enamorados del cementerio,
sostengo con mi mano –abandonada-
la copa de veneno escarlata, brillante,
de pasión enamorada,
que ansía por derramarse
en un brindis por tu sangre, mi sangre;
¡nuestra sangre, querido padre!

Presiento que te acercas con disimulo
cuando rozas mi piel blanda
con un ramo de flores escarchadas,
flores tibias del cementerio
que yo imagino que recogiste con cariño
para ofrecérmelas, es seguro que te despertó
mi tristeza y te pidió que vinieras a regalarme flores,
y un poema que se recita con tu recuerdo.

¿Estás aquí, querido padre,
sabes que te quiero y te perdono,
que me duelen los pies de caminar por soles
que arden en la venganza?
¡Qué quema, qué quema mi alma!

Ven, acércate despacio,
entra como la brisa por mi ventana,
y pon tu ramo de flores sobre mi almohada
para que se perfume mi sueño con tu presencia.
Déjame coger tu mano por última vez,
y sellar con un beso sobre tu frente marchita
todas las puertas del cementerio.

Y ahora, querido padre, descansa en paz,
que yo velaré junto a los cipreses tu sueño.

Raúl muchas veces se debate sobre qué debe tener un poema para ser un buen poema, es algo tan difícil de explicitar, sin embargo cuando se lee uno, inmediatamente se reconoce.
Más allá de la universalidad que puede verse en este poema, el poder reconocer la ausencia como esa gran protagonista que nos delata su presencia - qué paradoja-; la mirada infantil frente al nunca más, en fin, la emoción se apodera, un abrazo, Luna.-

[José Manuel F. Febles]

La calidad poética es incuestionable, la emotividad, suprema, y el dolor que derramas en cada verso, me ha hecho soltar algunas lágrimas recordando que también tuve un padre. Un gran poema.

Un fuerte abrazo, amigo.

José Manuel F. Febles.

[Pilar Morte]

Emotivo y hermoso poema a ese ser que merece todos los versos. Gracias por compartir tu sentimiento.
Besos
Pilar

[Raul Muñoz]

Hermoso poema en el dolor vital que lo sostiene.

Muchas gracias por compartir, un abrazo fuerte.

Muchas gracias por tu visita, te envío otro fuerte abrazo.

[Raul Muñoz]

Hola, Luna, gracias por tus amables palabras. Tienes razón en lo de la emoción infantil, como un niño me sentía al escribirlo.

Un abrazo

[Raul Muñoz]

La calidad poética es incuestionable, la emotividad, suprema, y el dolor que derramas en cada verso, me ha hecho soltar algunas lágrimas recordando que también tuve un padre. Un gran poema.

Un fuerte abrazo, amigo.

José Manuel F. Febles.

Hola, Jose Manuel, agradezco de corazón tus palabras. Y también lamento tu perdida, un padre es todo un horizonte para el alma infantil, deseosa de encontrar respuestas.

Te envío un abrazo, amigo

[Raul Muñoz]

Emotivo y hermoso poema a ese ser que merece todos los versos. Gracias por compartir tu sentimiento.
Besos
Pilar

Gracias por tu visita Pilar, y tus palabras. Todos los versos se quedan cortos para ese ser lleno de luz.

Un abrazo

[Rafel Calle]

Hermoso y sentido poema de Raul.

[Raul Muñoz]

Hermoso y sentido poema de Raul.

Gracias por tu visita, Rafael, y las amables palabras.

Un abrazo

[Guillermo Cumar.]

Raul, el que a los padres mece honra merece.

Descanse en paz entre las sentidas dosis de poesía que nos dejas, amigo.

un abrazo

[Raul Muñoz]

Hola, Guillermo, es para mí un placer tu lectura del poema, y el gratificante comentario que dejas.

Un abrazo