Cubiertos de Medallas

Poemas en verso y/o en prosa de cualquier estructura y/o combinación.

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Rafael Teicher
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Cubiertos de Medallas

Mensaje sin leer por Rafael Teicher »

Cubiertos de Medallas

A Tati


El apeadero del tren brillaba como un birrete. Seco y bruno, intervenido por el polvo y por los pasos.
Desde las vías prosperaban papeles y hedor a cáscaras, a cítricos. Olor a cuero y aluminio, a carbonilla.

Caminamos, el rusito y yo, hacia el confín de la terraza de brea. Dos postes de iluminación de sodio formaban un arco a modo de culminación para el alambre tejido de la parada.

Hablamos. Nos latía el corazón como a los topos. Corrimos cada uno con su paquete hacia la calle. Era un día de fiesta, un cumpleaños. Entonces el crepúsculo abría el rostro cargado de promesas y de fantasías. Los lugares no eran los de siempre, aunque fueran los mismos. Las ropas lucían ajustadas y perfectas; todo estaba engastado con fineza, con pericia. El empedrado mismo semejaba una dentadura. Las veredas se despejaban al tranco cual soleros femeninos de la década del 50, ingenuas y rebosantes como puños de blusa.

La casa de los abuelos de Tati nos esperaba de pie en un ángulo, como una vieja rabiosa. Tenía largo cuello de tejas negras, dos chimeneas truncas, un reloj gordo como la cabeza de un finado, una veleta con gallo francés.

Tras la maciza puerta se oían estampidos, griterío, chanzas y rotura de vidrios: la fiesta

Nuestra fiesta.

La aldaba fría nos mordisqueó las manos como un perro hidrófobo al golpear.
Entramos a pisotones, empujando, volcando paraguas viejos, clamando como cornetas.

En la sala grande del fondo de la casa ya estaban todos los compañeros entregados a la contorsión de la felicidad tangible. Radiantes. Magníficos como cohetes o como grifos pródigos. Fantásticamente arrebujados, llenos de chistes en el buche, chuscos.

Las cabelleras de las chicas caían en manojo en las almohadas y en las bandejas. Movían el pescuezo como aves triunfantes. Mostraban sus muslos con cierta inaudible sensualidad; como entrando en el agua.

Nos sentamos. Abrimos cajas confusas. Voceamos asuntos inconexos con alegría de romeros. Vencimos copas enormes con las luces en el pelo abierto.

Todo el tiempo las baladas cerraban el cuerpo de la casa como lamiéndola.

Al rato salimos Tati y yo, tomados herméticamente de las manos como príncipes. hombro a hombro. Cercamos una piscina completa de helechos lunares, latas y orina. Aspiramos los ligustros profundos como pozos. Saltamos una tapia enana y dimos con la soledad pulposa de la avenida.

Cortamos camino entre matas y balizas rotas. Giramos siguiendo rastros estelares, aplastando boñigas fosforescentes como orugas.
Al final nos detuvimos ante una fila de tablas blancas.

Quizás lloviznaba ya que me picaba algo gélido en el rostro.

Fumamos dichosamente, repasando con los ojos la inmensidad del mundo. Todo estaba por hacerse. Todo seguía aún guardado en la caja del tiempo.

Escupitajos de gas luminoso surcaban la bóveda negra con levedad, con dulzura. La mano tejedora de los astros cosía y descosía las cosas, produciendo el viento.

Éramos los reyes de lo no sucedido, plenos de espacio. Plenos de acontecimiento. La memoria no alcanzaba a tomarnos de las camisas, ni siquiera nos soplaba en la nuca. Elusivos como manchas en una bola de cristal de cuarzo, reíamos entre el humo de los puchos.

Miramos la cara de la vida escrita en los cristales, y en los techos de los camiones, y en el polvo macerado de las pajas plateadas.
Nos miramos hasta el fondo del futuro, sospechando.

Le habíamos robado brillo a la corriente. Habíamos anticipado cenizas. Habíamos cortado el rabo del dios de lo posible con las manos.

Volvimos por el camino de la duda. Regresamos a los brazos del sexo de la rosa, cubiertos de medallas cual soldados.


Rafael Teicher
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Beatriz Ojeda
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Re: Cubiertos de Medallas

Mensaje sin leer por Beatriz Ojeda »

Rafael Teicher escribió:Cubiertos de Medallas

A Tati


El apeadero del tren brillaba como un birrete. Seco y bruno, intervenido por el polvo y por los pasos.
Desde las vías prosperaban papeles y hedor a cáscaras, a cítricos. Olor a cuero y aluminio, a carbonilla.

Caminamos, el rusito y yo, hacia el confín de la terraza de brea. Dos postes de iluminación de sodio formaban un arco a modo de culminación para el alambre tejido de la parada.

Hablamos. Nos latía el corazón como a los topos. Corrimos cada uno con su paquete hacia la calle. Era un día de fiesta, un cumpleaños. Entonces el crepúsculo abría el rostro cargado de promesas y de fantasías. Los lugares no eran los de siempre, aunque fueran los mismos. Las ropas lucían ajustadas y perfectas; todo estaba engastado con fineza, con pericia. El empedrado mismo semejaba una dentadura. Las veredas se despejaban al tranco cual soleros femeninos de la década del 50, ingenuas y rebosantes como puños de blusa.

La casa de los abuelos de Tati nos esperaba de pie en un ángulo, como una vieja rabiosa. Tenía largo cuello de tejas negras, dos chimeneas truncas, un reloj gordo como la cabeza de un finado, una veleta con gallo francés.

Tras la maciza puerta se oían estampidos, griterío, chanzas y rotura de vidrios: la fiesta

Nuestra fiesta.

La aldaba fría nos mordisqueó las manos como un perro hidrófobo al golpear.
Entramos a pisotones, empujando, volcando paraguas viejos, clamando como cornetas.

En la sala grande del fondo de la casa ya estaban todos los compañeros entregados a la contorsión de la felicidad tangible. Radiantes. Magníficos como cohetes o como grifos pródigos. Fantásticamente arrebujados, llenos de chistes en el buche, chuscos.

Las cabelleras de las chicas caían en manojo en las almohadas y en las bandejas. Movían el pescuezo como aves triunfantes. Mostraban sus muslos con cierta inaudible sensualidad; como entrando en el agua.

Nos sentamos. Abrimos cajas confusas. Voceamos asuntos inconexos con alegría de romeros. Vencimos copas enormes con las luces en el pelo abierto.

Todo el tiempo las baladas cerraban el cuerpo de la casa como lamiéndola.

Al rato salimos Tati y yo, tomados herméticamente de las manos como príncipes. hombro a hombro. Cercamos una piscina completa de helechos lunares, latas y orina. Aspiramos los ligustros profundos como pozos. Saltamos una tapia enana y dimos con la soledad pulposa de la avenida.

Cortamos camino entre matas y balizas rotas. Giramos siguiendo rastros estelares, aplastando boñigas fosforescentes como orugas.
Al final nos detuvimos ante una fila de tablas blancas.

Quizás lloviznaba ya que me picaba algo gélido en el rostro.

Fumamos dichosamente, repasando con los ojos la inmensidad del mundo. Todo estaba por hacerse. Todo seguía aún guardado en la caja del tiempo.

Escupitajos de gas luminoso surcaban la bóveda negra con levedad, con dulzura. La mano tejedora de los astros cosía y descosía las cosas, produciendo el viento.

Éramos los reyes de lo no sucedido, plenos de espacio. Plenos de acontecimiento. La memoria no alcanzaba a tomarnos de las camisas, ni siquiera nos soplaba en la nuca. Elusivos como manchas en una bola de cristal de cuarzo, reíamos entre el humo de los puchos.

Miramos la cara de la vida escrita en los cristales, y en los techos de los camiones, y en el polvo macerado de las pajas plateadas.
Nos miramos hasta el fondo del futuro, sospechando.

Le habíamos robado brillo a la corriente. Habíamos anticipado cenizas. Habíamos cortado el rabo del dios de lo posible con las manos.

Volvimos por el camino de la duda. Regresamos a los brazos del sexo de la rosa, cubiertos de medallas cual soldados.


Rafael Teicher


Lo que subrayé, es excelente, muy buenas metáforas, aunque me gustó todo.
No al cero!!!!!!!!!
Un placer leerte.
Cariños
Beatriz
Rafael Teicher
Mensajes: 981
Registrado: Lun, 11 Feb 2008 19:25

re: Cubiertos de Medallas Gracias Beatriz

Mensaje sin leer por Rafael Teicher »

Me alegra que te haya gustado el texto

Muchas Gracias

un saludo y un afecto desde Buenos Aires

Rafael
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