El nivel
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
- Pablo Ibáñez
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El nivel
La moda por aquel entonces era el Minimalismo. Salones grandes y austeros, espacios amplios con pocos muebles, detalles metalizados, piedras negras japonesas decorando lavabos pulidos, estores de lino blanco amortiguando una suave música ambiental… Luis decidió que ya era hora de reformar su piso de proletario para adaptarlo a los nuevos tiempos.
Lo primero que hizo fue comprar un pequeño nivel de burbuja de agua.
A continuación se descargó de la red la colección completa de Arquitecture & Morality y comenzó a devorar sus páginas en total autismo. Desde ese momento, dedicó la mayor parte de su tiempo libre a su nueva pasión y, a medida que se atiborraba de conceptos, materiales, texturas, ambientes zen, comenzó a derribar, por sus propios medios, la mayor parte de las estructuras y enseres de la vivienda. Las protestas de su esposa fueron fácilmente sofocadas, sin más que un par de esbozos de aquella seriedad temeraria que caracterizaba al señor Luis Ania cuando tenía claro su objetivo.
Las habitaciones fueron minimizadas en favor de un salón gigantesco; se pintó la casa de blanco liso nuclear (mano de imprimante más tres de pintura), estableciendo una rigurosa prohibición a la niña de tocar las paredes; los baños fueron levantados de cuajo, sacrificando la higiene familiar durante varias semanas; las habitaciones se vistieron con nuevas camas metálicas de dudosa comodidad; la cocina fue colonizada con una isla cuadrangular en el punto medio exacto –había que ponerse un poco de perfil para pasar a la nevera, pero no estaba tan mal−; se desecharon los antiguos cuadros y fotos familiares y fueron sustituidos por grabados abstractos de precios abstractos. No se reparó en gastos.
Todo este lamentable comportamiento hubiera parecido una ventolera temporal sin más del bueno de Luis, si no fuera por la manera como niveló los grabados al colgarlos. Entonces quedó bien claro que el asunto terminaría mal. Marcó y taladró la pared cuidadosamente y usó su pequeño nivel de burbuja de agua para comprobar el resultado. Al principio pareció satisfecho, pero su mujer pronto se dio cuenta de que no lo estaba. Colocaba el nivel sobre todos y cada uno de los marcos de los grabados una y otra vez, en el marco superior y en el inferior, y retocaba ligeramente los grabados en varias direcciones mientras calibraba la horizontalidad perfecta de la burbujita de agua.
Una noche, a la una de la madrugada, la mujer se despertó sorprendida por un extraño ruido que provenía del salón. Su marido no estaba en la cama. Se levantó y, al entrar en el salón, descubrió a Luis puliendo los marcos de los grabados con una lijadora eléctrica.
− Luis, por Dios −gimió asustada− ¿qué ocurre?
El hombre levantó la vista lentamente del banco de trabajo, con aquella mirada seria y determinada, perruna, que clausuraba cualquier diálogo o posibilidad de negociación.
− Los marcos de los grabados no están nivelados– dijo gravemente, y volvió su vista al banco de trabajo sin dar ni aceptar más explicaciones.
Los vecinos comenzaron a protestar cuando aquel laboreo nocturno se hizo habitual, pero el verdadero peligro llegó el dieciséis de agosto. A las seis de la mañana, después de haber estado toda la noche, nivel en ristre, puliendo marcos de puertas y ventanas, granitos de encimeras, baldosines de parqué, esquinas de rodapié, tiradores de cajoneras Carlström, el pie de lámpara anodizado… Después de todo esto, Luis levantó la vista de su banco de trabajo y contempló el desastre con aparente tranquilidad. La luz del amanecer comenzaba a inundar la ventana del salón y revelaba los ángulos de su locura en forma de manchas de rabia pulimentada, rayajos como heridas, desconchones, escombros como almas. Luis Ania resopló un buche de aire profundo y siguió parpadeando bovinamente, manteniendo en todo momento una escalofriante seriedad. Jugueteó unos instantes en el silencio del amanecer con el nivel, oyendo el ritmo pausado y extenso de su respiración, haciendo girar la burbujita de agua de un lado a otro.
Se dirigió, aparato en mano, a la habitación de su hija. La pequeña dormía tranquilamente. Unas líneas rectas perfectas de luz amanecida traspasaban los entrecaños de las persianas y se posaban a lo largo de su cuerpecito estirado y desvalido. Luis se acercó despacio, olió el perfume tierno y encantador de la carne infantil, la respiración sana y acompasada. Con absoluto cuidado y seriedad, acercó el nivel, lo posó encima de la pequeña frente de su hija y evaluó el resultado.
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El final es simbólico, ocurrente y una sorpresa para el ya seducido lector.
Bienvenidísimo seas a Prosa y ojalá éste sea sólo el primero de muchos bocados/gourmet de narrativa firmados por ti.
Abrazos.
"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"
Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares
- Arturo Rodríguez Milliet
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Excelente relato que disfrute de principio a fin, mi felicitación junto a un abrazo Pablo.
Si los sumas y divides entre dos, obtendrás su promedio...
ese soy yo. Mucho gusto!
- Pablo Ibáñez
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- Carmen López
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Un abrazo con mi aplauso.
Carmen
Gastón Bachelar.
- Isabel Moncayo
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Un besín, dende nosa tierrina.
Ya está callada la Luna y quieta sobre el lago, clara en todos los caminos. Tú, eres el verso, amado mío, yo, sólo palabra.
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Ver es más que abrir los ojos y apuntar nuestras angustias. Es más que calibrar las agujas del pecho a la rutina.
( http://lascosasdelmonje.blogspot.com/ )
- Julio Gonzalez Alonso
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re: El nivel
Salud.
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- Pablo Ibáñez
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- Ventura Morón
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Me gusta tu comentario también, punzante y generoso amigo. Yo creo que está leno de elementos interesantes. Me encantó volver a leerlo.
Un abrazo Pablo
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- Óscar Distéfano
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re: El nivel
Paul Valéry acertó: "No hay obras terminadas, sólo obras abandonadas”.
Un aplauso, Pablo, por el tratamiento exquisito del lenguaje.
Un abrazo.
http://www.elbuscadordehumos.blogspot.com/
- Maria Pilar Gonzalo
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