La Editorial Alaire, auspiciada por la Academia de Poesía Alaire, pone gratuitamente a disposición de sus foristas registrados, varios foros de poesía, prosa literaria, debates…, para que puedan publicar sus obras e interactuar entre ellos, así como, la tienda de libros donde se muestran las publicaciones, tanto en papel como en formato digital, estos mediante descarga gratuita. La razón de ser de nuestros foros se centra en promocionar la poesía, mediante las obras de los autores que participan en la plataforma de la Academia de Poesía Alaire. La promoción de la poesía, a nivel del mundo de habla hispana, conlleva una enorme responsabilidad, por ello, pedimos la máxima implicación de todos los miembros de Alaire. Vale recordar al gran maestro Dumas: uno para todos y todos para uno. Muchas gracias por todo, queridos compañeros.
Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.
Tiene listo el almuerzo de Arturo desde hace rato, pero él todavía duerme. Su anciano esposo ha pasado una mala noche y tras el desayuno tempranero se ha vuelto a dormir. Juana no quiere despertarlo, esperará. Para comer le ha preparado un menú suave: pollo cocido con arroz blanco y de postre, flan casero. Mientras aguarda, se sienta en la mecedora de la sala y se sirve en copita de cristal oscuro un chorrito de jerez seco. A Juana le gusta especialmente ese momento, cuando ha terminado las labores de la casa y puede descansar. Al anochecer hace otro tanto, pero prefiere la mañana con esa luz tan clara que filtran los visillos y que le calienta los muslos. Hoy Arturo duerme más que de costumbre. Juana, entretanto, mata el tiempo paseando la vista por la sala, reconociendo el terreno, descubriendo al instante el menor cambio de sitio de un jarrón, una fuente, un libro o una silla, la distinta inclinación de un cuadro tras la limpieza o el leve inflarse de los estores cuando la brisa penetra por los resquicios de los ventanales. Para ella la sala nunca es la misma, ni los objetos, ni las plantas, ni por supuesto el gato que una vez más se ha aposentado bajo la mesa cuadrada y bosteza aburrido. Sus ojos verdes la miran complacientes. Muy pronto se acercara al sofá para dormirse sobre su almohada favorita: una pelota de tela burda, rellena de plumón sobre la que sitúa su cabeza triangular. Juana mira ahora el reloj de pared, el péndulo roza con monótona insistencia los inmóviles contrapesos, el tiempo repite el mismo segundo desde hace veinticinco años. Juana lo ve latir, es un ser vivo, se acerca, besa la caja de madera y le saca brillo con un pañuelo blanco, después palpa con la yema de los dedos la esfera dorada y pellizca la saeta grande, le da vueltas y la pequeña gira a su vez como si una cuerda tirara de ella, las horas fugaces marcan el paso de días imaginarios, no para Juana que está pensando en la navidad de mil novecientos sesenta y ocho, cuando el indiano, amigo intimo de Arturo, les regalo aquel imponente reloj, envuelto en corcho dentro de una caja de pino claveteada, con las letras de frágil pintadas en azul, se arrodillan los dos y con el enganche del martillo Arturo desclava las puntas mientras ella le observa con las manos en las rodillas. Arturo levanta la tapa y retira las piezas de protección, la ilusión de un niño grande se adivina en esa media sonrisa que tan bien conoce Juana, “es hermoso, verdad”-le dice mientras acaricia el cuerpo de caoba y aspira el aroma del barniz reciente. Juana recuerda el infantil acceso de celos que tuvo, el desagrado que le produjo aquel reloj de carillón al que su marido trataba como a una reliquia, un paciente moribundo al que había que resucitar cada poco dándole cuerda amorosamente con la llavecita que Arturo llevaba colgada del pecho, sintiéndose obligado, por la regularidad de aquellos estertores, a estar siempre al pie del cañón, atisbando su cadencia, pendiente de los cuartos, las medias y las horas, perfecto conocedor de su mecanismo, capaz de descubrir en ese organismo de hierros, resortes, ruedecillas y engranajes el más leve desarreglo, con solo interpretar las notas de su sempiterno canto. Lo amó, lo cuidó como si fuera sangre de su sangre, quizá para cubrir el hueco que dejó Ramón, su verdadero hijo, enfermo de melancolía, soñador y aventurero, que un día se enroló en un barco fantasma, al menos para ellos que desconocían el nombre , el destino y hasta el tamaño del navío. Ramón solo les dijo: “me embarco, quiero conocer mundo, ya os escribiré”, de eso hace quince años y siguen sin noticias , ninguna carta, ninguna llamada, ninguna postal, es como si hubiera muerto en cualquier naufragio, o estuviera perdido en una isla remota e inhabitada, “no hay que buscarlo, debemos respetar sus deseos”, ésta fue la respuesta de Arturo y ella lloró porque no quería resignarse, ni cerrar los ojos, ni le bastaba con el maldito reloj para derramar su cariño. No era el tictac de su maquinaria el sonido de un corazón, ni el péndulo el alegre cabeceo de un niño, ni el repique de las horas la dulce llamada de un hijo. “Juana, ¿estás ahí?”, la voz de Arturo le llega velada de sueño, metálica, distante, se enfadaría si la viera manipular en el reloj, teme que lo estropee y si así fuera, no sabe lo que pasaría, tal vez el corazón de Arturo se parara también o perdiera la conciencia del presente, y ya esa dimensión que llamamos tiempo dejara de tener sentido. Está tentada de no contestar, de hacerle sentir lo necesaria que es para él, en la duda, mantiene el silencio para forzarle, es un desafío, el reloj acude al rescate y martillea el aire, son las dos y Arturo se tranquiliza al escuchar las ondas sonoras que él interpreta como una contestación a su suplica. Juana maldice la intromisión, era el momento de recibir la deuda, lo que se le debe por ley, letras de amor vencidas y eternamente protestadas. La comida se enfría en la dilatada espera y Juana decide, por una vez, ser ella la que coma primero.
Qué buen manejo de símbolos, escenas, personajes. El reloj que sin imaginarlo sustituye, agobia, predice. Y el puente de la pareja un poco tambaleante, tan atravesado, tan predecible...
Bello, muy bello, Ramón.
Gracias por este regalo para Prosa.
Abrazo grande.
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"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"
Extraordinario abordaje al mundo interior afectivo de la mujer, utilizando como referente un objeto frente al cual se antagoniza. Inteligente y bien logrado retrato psicológico de los personajes con muy pocas pinceladas.
Mis felicitaciones, Ramón, todo un disfrute explorar el pequeño mundo que abarca ese salón donde reina un reloj. Abrazos.
Te presento a mi padre, el que está a su lado es mi hijo.
Si los sumas y divides entre dos, obtendrás su promedio...
ese soy yo. Mucho gusto!
Un mundo que se desnuda entre símbolos bien logrados, dicentes, al gran estilo Carballal. Personajes muy humanos que condensan realidades...De aplausos compañero. Un gran abrazo y sincero.
"Para saber que sabemos lo que sabemos, y saber que no sabemos lo que no sabemos, hay que tener cierto conocimiento" (Nicolás Copérnico)
Ver es más que abrir los ojos y apuntar nuestras angustias. Es más que calibrar las agujas del pecho a la rutina.
( http://lascosasdelmonje.blogspot.com/ )