La luna del espejo.

[Manuel Alonso]

La mujer hace ver a uno, lo que nada tiene que ver con uno,
y con el tiempo o sin él, pone a uno en su sitio.

A veces hace ver a uno que es un niño
le acomoda en sus senos, como a un bebé,
y el bebé bebe el suero de la vida,
como si fuera un gran reserva de Ribera de Duero,
vino tinto.
El niño lame los pezones rosa de la mujer
que le acaricia los párpados con su profunda mirada,
y queda en su regazo dormido.

Otras le hace ver que es un hombre inmaduro,
le reprocha lo que ocurrió antaño,
al principio de la vida,
cuando cometieron el pecado original,
le recuerda que él no fue del todo original
al dejarse llevar por la situación:
de la copa del árbol, pasó a ser humano,
de vegetariano, a un consumado indivíduo.

Y también le hace ver que es todo un ejemplar,
de esos que firma el autor, con carácter exclusivo,
en las grandes superficies,
lo exhibe en los escaparates y en las estanterías,
pero nunca lo pone a la venta,
teme que se agote enseguida la tirada,
en vista de la cola que se organiza,
mientras ella dirige la casa, hace las tareas del hogar,
y trabaja en un periódico deportivo.

La mujer hace ver a uno lo que nada tiene que ver con uno,
a veces, con el tiempo o sin él, incluso hasta con uno mismo.
Y pone a uno en su sitio, es decir, en el lugar que le corresponde,
aunque ya estuviera ubicado en el mismo.

A la luna del espejo del armario de tres cuerpos,
entre los que se encuentra el mío, un cuerpo estrellado,
un cuerpo azul marino. Un espejo empañado.
Una luna llena, roja, cóncava, una luna en pecado,
como la que colgaba entonces del árbol,
la sucede lo mismo.

Por eso al poeta le echaron dos veces del paraíso:

Una por hacer caso a la mujer,
la otra por ser un ángel caído.

[Ventura Morón]

Manuel amigo, un privilegio llegar el primero para bañarme en este poema maravilloso, los dos primeros versos son sublimes, y el final es apoteosico.

Es tal y como lo describes. Esa mirada mas honda de la mujer nos traspasa y somos como satélites danzando alrededor de Venus, embriagados tras su estela.

Un fuerte abrazo y felicidades por el poema

[Hallie Hernández Alfaro]

Muy hermoso, inteligente y sumamente evocador, Manuel.

Aplausos muchos y gracias por compartir.

Salud y felicidad.

[Guillermo Cumar.]

Manel, más profundo de lo que en principio parece. Las vicisitudes humanas
dependen de la mujer desde el primer instante, desde dantes del pecado
original desde que al hombre lo creó Dios de las intenciones y costillas
femeninas.
Disfruté de tu poema y con tu poema.

Un abrazo

[Minona McEwen]

La mujer hace ver a uno, lo que nada tiene que ver con uno,
y con el tiempo o sin él, pone a uno en su sitio.

A veces hace ver a uno que es un niño
le acomoda en sus senos, como a un bebé,
y el bebé bebe el suero de la vida,
como si fuera un gran reserva de Ribera de Duero,
vino tinto.
El niño lame los pezones rosa de la mujer
que le acaricia los párpados con su profunda mirada,
y queda en su regazo dormido.

Otras le hace ver que es un hombre inmaduro,
le reprocha lo que ocurrió antaño,
al principio de la vida,
cuando cometieron el pecado original,
le recuerda que él no fue del todo original
al dejarse llevar por la situación:
de la copa del árbol, pasó a ser humano,
de vegetariano, a un consumado indivíduo.

Y también le hace ver que es todo un ejemplar,
de esos que firma el autor, con carácter exclusivo,
en las grandes superficies,
lo exhibe en los escaparates y en las estanterías,
pero nunca lo pone a la venta,
teme que se agote enseguida la tirada,
en vista de la cola que se organiza,
mientras ella dirige la casa, hace las tareas del hogar,
y trabaja en un periódico deportivo.

La mujer hace ver a uno lo que nada tiene que ver con uno,
a veces, con el tiempo o sin él, incluso hasta con uno mismo.
Y pone a uno en su sitio, es decir, en el lugar que le corresponde,
aunque ya estuviera ubicado en el mismo.

A la luna del espejo del armario de tres cuerpos,
entre los que se encuentra el mío, un cuerpo estrellado,
un cuerpo azul marino. Un espejo empañado.
Una luna llena, roja, cóncava, una luna en pecado,
como la que colgaba entonces del árbol,
la sucede lo mismo.

Por eso al poeta le echaron dos veces del paraíso:

Una por hacer caso a la mujer,
la otra por ser un ángel caído.

Evocador poema, felicidades. Un saludo.

[Minona McEwen]

La mujer hace ver a uno, lo que nada tiene que ver con uno,
y con el tiempo o sin él, pone a uno en su sitio.

A veces hace ver a uno que es un niño
le acomoda en sus senos, como a un bebé,
y el bebé bebe el suero de la vida,
como si fuera un gran reserva de Ribera de Duero,
vino tinto.
El niño lame los pezones rosa de la mujer
que le acaricia los párpados con su profunda mirada,
y queda en su regazo dormido.

Otras le hace ver que es un hombre inmaduro,
le reprocha lo que ocurrió antaño,
al principio de la vida,
cuando cometieron el pecado original,
le recuerda que él no fue del todo original
al dejarse llevar por la situación:
de la copa del árbol, pasó a ser humano,
de vegetariano, a un consumado indivíduo.

Y también le hace ver que es todo un ejemplar,
de esos que firma el autor, con carácter exclusivo,
en las grandes superficies,
lo exhibe en los escaparates y en las estanterías,
pero nunca lo pone a la venta,
teme que se agote enseguida la tirada,
en vista de la cola que se organiza,
mientras ella dirige la casa, hace las tareas del hogar,
y trabaja en un periódico deportivo.

La mujer hace ver a uno lo que nada tiene que ver con uno,
a veces, con el tiempo o sin él, incluso hasta con uno mismo.
Y pone a uno en su sitio, es decir, en el lugar que le corresponde,
aunque ya estuviera ubicado en el mismo.

A la luna del espejo del armario de tres cuerpos,
entre los que se encuentra el mío, un cuerpo estrellado,
un cuerpo azul marino. Un espejo empañado.
Una luna llena, roja, cóncava, una luna en pecado,
como la que colgaba entonces del árbol,
la sucede lo mismo.

Por eso al poeta le echaron dos veces del paraíso:

Una por hacer caso a la mujer,
la otra por ser un ángel caído.

Evocador poema, felicidades. Un saludo.

[Minona McEwen]

La mujer hace ver a uno, lo que nada tiene que ver con uno,
y con el tiempo o sin él, pone a uno en su sitio.

A veces hace ver a uno que es un niño
le acomoda en sus senos, como a un bebé,
y el bebé bebe el suero de la vida,
como si fuera un gran reserva de Ribera de Duero,
vino tinto.
El niño lame los pezones rosa de la mujer
que le acaricia los párpados con su profunda mirada,
y queda en su regazo dormido.

Otras le hace ver que es un hombre inmaduro,
le reprocha lo que ocurrió antaño,
al principio de la vida,
cuando cometieron el pecado original,
le recuerda que él no fue del todo original
al dejarse llevar por la situación:
de la copa del árbol, pasó a ser humano,
de vegetariano, a un consumado indivíduo.

Y también le hace ver que es todo un ejemplar,
de esos que firma el autor, con carácter exclusivo,
en las grandes superficies,
lo exhibe en los escaparates y en las estanterías,
pero nunca lo pone a la venta,
teme que se agote enseguida la tirada,
en vista de la cola que se organiza,
mientras ella dirige la casa, hace las tareas del hogar,
y trabaja en un periódico deportivo.

La mujer hace ver a uno lo que nada tiene que ver con uno,
a veces, con el tiempo o sin él, incluso hasta con uno mismo.
Y pone a uno en su sitio, es decir, en el lugar que le corresponde,
aunque ya estuviera ubicado en el mismo.

A la luna del espejo del armario de tres cuerpos,
entre los que se encuentra el mío, un cuerpo estrellado,
un cuerpo azul marino. Un espejo empañado.
Una luna llena, roja, cóncava, una luna en pecado,
como la que colgaba entonces del árbol,
la sucede lo mismo.

Por eso al poeta le echaron dos veces del paraíso:

Una por hacer caso a la mujer,
la otra por ser un ángel caído.

Evocador poema, felicidades. Un saludo.

[Manuel Alonso]

Ventura, muchas gracias por el comentario, eres muy amable, un abrazo.

[Manuel Alonso]

Hallie muchas gracias por el comentario, eres muy amable, un saludo.

[Manuel Alonso]

Guillermo, muchas gracias por el comentario, eres muy amable, un abrazo.