No nos atrevimos a mirarnos
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
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No nos atrevimos a mirarnos
Señores pasajeros, no olviden revisar sus equipajes antes de abandonar el tren, en cuanto no quede nadie a bordo empezará el desguace del vagón. Éstas eran las palabras que íbamos escuchando al alejarnos de nuestras fidelidades. Aunque se habían perdido los ficheros con los nombres que hubiesen querido tener las rosas de un jardín vacío, no todo había desaparecido de nuestras conciencias, nos quedaba la arena pisada por los sueños de una casa de niños, el cielo de las noches de junio. También se parecían demasiado los siglos al paso de la alondra por el puente de piedra. Y no quedaba mucho más que salir volando encima de un libro abierto, moviéndonos como se mueven sus hojas cuando intenta tomar altura. Al menos teníamos las manos limpias de sombras, y eso nos permitía mirar con claridad hacia las fechas de los montes, y abrir con naturalidad las puertas de los meses de invierno.
La noche se iba enfriando desde los tejados de los edificios más altos, y escuchamos palabras en un coche que parecían provenir del hielo de los árticos, y comprendimos luego que detrás de otra puerta sólo está el otro lado.
Desde entonces no nos quedan demasiadas opiniones en línea recta, sino aquellas que conservan las memorias maniáticas de los dormitorios, después de ventilados en las mañanas oblicuas del orden y el aseo. Y descubrimos con pavor que los números no eran inocentes y que detrás de ellos se encuentran las edades. Que ellos son los que arrancan cada día las hojas distraídas de cada calendario, o se resisten a ser multiplicados, a confundirse con los billetes tristes de los bancos.
En fin, que nuestro amor posible tiene pétalos que no se arrepintieron nunca de haber formado parte del color de los mares invencibles.
- Carmen López
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"En fin, que nuestro amor posible tiene pétalos que no se arrepintieron nunca de haber formado parte del color de los mares invencibles."
Abrazos, muchos.
Carmen
Gastón Bachelar.
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Aplausos y gracias por compartir.
Abrazos.
"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"
Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares
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re: No nos atrevimos a mirarnos
te dejo un fuerte abrazo.
- Ventura Morón
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Re: No nos atrevimos a mirarnos
- Maria Pilar Gonzalo
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Re: No nos atrevimos a mirarnos
Todo el texto es una delicia. Un caramelo cargado de belleza y resignación, de ternura y desasosiego.Manuel Sánchez escribió:En una hora como aquella el crepúsculo era un boquete del mundo por donde se escapaban los ladridos de los perros. Por donde regresaban también los versos de los poetas que no quisieron dejar más lluvia de conspiraciones que las que se quedan en los mármoles dolientes de las tumbas. Allí suelen nacer también muchos de los principios que se deshacen con cualquier tormenta de pesadilla; los primeros abrazos de cartón piedra, las primeras perversidades sin juicio y sin malicia, el primer látigo disfrazado de caramelo de menta. Pero lo que destacaba eran las putas apoyadas en las paredes enfrentadas al destino, que suplían los carteles publicitarios, más pegados para llamar la atención que para recoger las espaldas descolgadas de los oficios más antiguos. Ninguno nos atrevíamos a mirarnos, ni siquiera utilizando como espejo las inocentes ráfagas de luz de los escaparates, o los bolsillos vacíos que atrapaban sin dejarlas salir las manos de nuestro silencio, lleno de perplejidad a medida que se iban sumergiendo las dudas en la oscura leyenda de los paraísos. Y todo esto siendo recorrido por el carrito de un hombre que arrastraba, como cualquier otro día de su inexistencia, el trozo de colchón de sus noches de calma, y su farmacia de verano, y los residuos de unas fresas con nata.
Señores pasajeros, no olviden revisar sus equipajes antes de abandonar el tren, en cuanto no quede nadie a bordo empezará el desguace del vagón. Éstas eran las palabras que íbamos escuchando al alejarnos de nuestras fidelidades. Aunque se habían perdido los ficheros con los nombres que hubiesen querido tener las rosas de un jardín vacío, no todo había desaparecido de nuestras conciencias, nos quedaba la arena pisada por los sueños de una casa de niños, el cielo de las noches de junio. También se parecían demasiado los siglos al paso de la alondra por el puente de piedra. Y no quedaba mucho más que salir volando encima de un libro abierto, moviéndonos como se mueven sus hojas cuando intenta tomar altura. Al menos teníamos las manos limpias de sombras, y eso nos permitía mirar con claridad hacia las fechas de los montes, y abrir con naturalidad las puertas de los meses de invierno.
La noche se iba enfriando desde los tejados de los edificios más altos, y escuchamos palabras en un coche que parecían provenir del hielo de los árticos, y comprendimos luego que detrás de otra puerta sólo está el otro lado.
Desde entonces no nos quedan demasiadas opiniones en línea recta, sino aquellas que conservan las memorias maniáticas de los dormitorios, después de ventilados en las mañanas oblicuas del orden y el aseo. Y descubrimos con pavor que los números no eran inocentes y que detrás de ellos se encuentran las edades. Que ellos son los que arrancan cada día las hojas distraídas de cada calendario, o se resisten a ser multiplicados, a confundirse con los billetes tristes de los bancos.
En fin, que nuestro amor posible tiene pétalos que no se arrepintieron nunca de haber formado parte del color de los mares invencibles.
Un acierto acercarme y dejarme llevar.
Abrazos.
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Re: No nos atrevimos a mirarnos
No sé que decir... gracias.
Un fuerte abrazo.
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Re: No nos atrevimos a mirarnos
Maria Pilar Gonzalo escribió:Todo el texto es una delicia. Un caramelo cargado de belleza y resignación, de ternura y desasosiego.Manuel Sánchez escribió:En una hora como aquella el crepúsculo era un boquete del mundo por donde se escapaban los ladridos de los perros. Por donde regresaban también los versos de los poetas que no quisieron dejar más lluvia de conspiraciones que las que se quedan en los mármoles dolientes de las tumbas. Allí suelen nacer también muchos de los principios que se deshacen con cualquier tormenta de pesadilla; los primeros abrazos de cartón piedra, las primeras perversidades sin juicio y sin malicia, el primer látigo disfrazado de caramelo de menta. Pero lo que destacaba eran las putas apoyadas en las paredes enfrentadas al destino, que suplían los carteles publicitarios, más pegados para llamar la atención que para recoger las espaldas descolgadas de los oficios más antiguos. Ninguno nos atrevíamos a mirarnos, ni siquiera utilizando como espejo las inocentes ráfagas de luz de los escaparates, o los bolsillos vacíos que atrapaban sin dejarlas salir las manos de nuestro silencio, lleno de perplejidad a medida que se iban sumergiendo las dudas en la oscura leyenda de los paraísos. Y todo esto siendo recorrido por el carrito de un hombre que arrastraba, como cualquier otro día de su inexistencia, el trozo de colchón de sus noches de calma, y su farmacia de verano, y los residuos de unas fresas con nata.
Señores pasajeros, no olviden revisar sus equipajes antes de abandonar el tren, en cuanto no quede nadie a bordo empezará el desguace del vagón. Éstas eran las palabras que íbamos escuchando al alejarnos de nuestras fidelidades. Aunque se habían perdido los ficheros con los nombres que hubiesen querido tener las rosas de un jardín vacío, no todo había desaparecido de nuestras conciencias, nos quedaba la arena pisada por los sueños de una casa de niños, el cielo de las noches de junio. También se parecían demasiado los siglos al paso de la alondra por el puente de piedra. Y no quedaba mucho más que salir volando encima de un libro abierto, moviéndonos como se mueven sus hojas cuando intenta tomar altura. Al menos teníamos las manos limpias de sombras, y eso nos permitía mirar con claridad hacia las fechas de los montes, y abrir con naturalidad las puertas de los meses de invierno.
La noche se iba enfriando desde los tejados de los edificios más altos, y escuchamos palabras en un coche que parecían provenir del hielo de los árticos, y comprendimos luego que detrás de otra puerta sólo está el otro lado.
Desde entonces no nos quedan demasiadas opiniones en línea recta, sino aquellas que conservan las memorias maniáticas de los dormitorios, después de ventilados en las mañanas oblicuas del orden y el aseo. Y descubrimos con pavor que los números no eran inocentes y que detrás de ellos se encuentran las edades. Que ellos son los que arrancan cada día las hojas distraídas de cada calendario, o se resisten a ser multiplicados, a confundirse con los billetes tristes de los bancos.
En fin, que nuestro amor posible tiene pétalos que no se arrepintieron nunca de haber formado parte del color de los mares invencibles.
Un acierto acercarme y dejarme llevar.
Abrazos.
María Pilar, no sé si seguirás presente en el foro después de tanto tiempo, pero es igual, te pido perdón por el retraso en contestar y te doy las gracias por tan cálidas palabras.
Un fuerte abrazo.