
Sin esos momentos
del verdugo –ardiendo de deseo-,
sin la sed del espíritu,
del desierto, del silencio.
De la vida misma,
del rostro de la sombra,
de las lágrimas de luz en encierro,
del tiempo que aprieta al tiempo.
De la locura, ahogando
los deslumbramientos,
del gesto de los viajeros
que beben cristales y faroles.
Sin el sótano del olvido,
despertando las miradas,
de los huesos del sepulcro
sin el nombre sumergido.
De la muerte sin llanto,
de su canto y tierra húmeda,
de la danza del dios y su jinete,
de las flores sobre flores.
De la oscura fantasía en la memoria,
del mar como espejo desnudo,
de la flecha con alma herida
y sollozos de peces vestidos de trueno.
Sólo, sólo ondula la bandera
y alivia con aroma de jazmines.