El tragaluz asoma en el calzado;
unicornio de charco y piedra
con sus ojos de asfalto
y el rostro de mil quejas.
Un chavo prieto en el quebrado piso
espera,
en el chamuscado linóleo,
pulsando la entrada del alba
al ruedo de un dosel.
Lo escolta un celular sin más minutos
que admite su sordera.
Atisba la colilla de un Marlboro
sin pintalabios de trofeo,
y las notas de cobro
fornican en orgía sensorial.
Una voz detrás de una mueca,
ahoga,
entre el rumor de la ventana,
un Pavarotti
(frustrado)
en el décimo piso
y los rieles del subterráneo.
Y escupe su sentencia
de nunca haber estado mejor,
mientras entrega al humo
en la adyacente escoria,
su último aliento…
enjuagado en cuarenta y cinco onzas
de jeroglíficos urbanos.
chavo prieto- un centavo (moneda)
editado para foto dos veces
