A Juan Eduardo Cirlot
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A Juan Eduardo Cirlot
la piedra en donde asciende el horizonte.
Juan Eduardo Cirlot
Descendí a la caverna de Lilith
y desde allí observé toda la luz,
los símbolos envueltos en penumbra
me hablaban con sus arcos de oro y jade.
En un edén disperso por la brisa
aterrizaste raudo entre la sangre,
con la grieta sublime de la piel,
como si todo fuese un arquetipo.
Con ceremonias blancas, entre cálices
y dioses del antiguo paganismo
sabías que las células del hombre
se inundaban de sombra o de palabras.
Descendí hasta la gruta de las madres
con serpientes mitraicas de las aguas,
allí te vi cantando una elegía
a los árboles druídicos de un cuento.
En las cartas del póker de la Tierra
encontré muchas claves de poder.
Diamantes con castillos sin almenas,
donde sentí la magia de la ausencia
y las picas radiantes de venganza
usurpando el amor de las guaridas.
Los tréboles con humo de las chozas
que perseguían un damero rojo
y corazones dúctiles de arena,
con amantes perdidos en desiertos.
Después de terminar con la partida
adiviné horizontes en subsueños
en los que había números marcados,
ocultos en las piedras del enigma.
Me sumergí en silencios primigenios
con la voz consagrada al Hacedor
y pedí a las montañas un sonido,
tan sólo una señal de lo absoluto.
Entonces te vi alzando las metáforas
entre vientos y rocas, sin ceniza,
con mujeres desnudas y danzantes
que adoraban el aire de un espejo.
Un día entronizaste cada signo
con ráfagas de fuego entre la lluvia
y aprendiste que todo tiene un precio,
incluso las anáforas del alma.
Los círculos amados del ensueño
resultaron ser trampas de la mente,
donde agarrar el rumbo del futuro
y esperar las estrellas sin el pánico.
Perséfone en su cámara del éter
me trajo tu palabra seductora,
con verbos delirantes y mortíferos
unidos a semillas sin relojes.
Los mundos adheridos a tus horas
alumbraron esferas laberínticas,
entre la nieve cálida de invierno
y la escarcha tan fría del espacio.
Ahora te imagino entre las runas
con tu música errante en melodía,
vislumbrando un relámpago sutil
que arropa en semisueño la belleza.
Ana Muela Sopeña
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Re: A Juan Eduardo Cirlot
Precioso, Ana, no hay una sóla estrofa que no merezca un comentario. Magnífico poema que he dusfrutado de principio a fin.
Felicidades compañera.
Un abrazo.
Marisa Peral Sánchez
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re: A Juan Eduardo Cirlot
Abrazos
Pilar
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