La ciudad asediada por lápidas irresistibles.
La ciudad nutriente,
latido de traición.
Como en un oleoducto sus arterias
brutales chorrean las sienes.
La ciudad abrasada de calor.
El tedio, esfera y acero,
tan largo como el viento amansando montañas.
Sus señores hartan el mundo.
Espolean la fiebre,
las cifras de la angustia.
Acarician las hoces.
La ciudad instantánea,
vertiginosa,
urgente como un corazón.
La ciudad, cruz de carne,
siempre, al fin, putrefacta.
La ciudad
asediada
por lápidas
irresistibles.