Hola quiero felicitarte, como poeta y ser humano. porque una enfermedad asi, tan devastadora le has hecho miel con este poema que no tiene desperdicio Me gusto mucho porque tengo una hermana que tiene esta enfermedad y se ha olvidado de tantas cosas Tú con dulzura has terminado un poema bellísimo, para tener un buen recuerdo de tan terrible enfermedad.José Manuel Sáiz escribió:“Cuánto dolor del mundo en el inocente
que por fortuna no se da cuenta de nada…
o eso creemos al vernos,
igual que él, de repente, un día.”
José Emilio Pacheco
Cuando el abuelo decidió ser niño
Cuando el abuelo, un día, decidió ser niño
sólo tuvo que hacer tres cosas: renunciar a su pasado
mirar con ojos tiernos, olvidarse, a la vez,
de sí mismo.
Pero no lo hizo de repente, sino poco a poco,
como si en un momento dado, su mente,
acordara dar marcha atrás a su vida a un ritmo
deliberadamente decelerado.
Así, sin previo aviso, determinó, sin más, olvidar su nombre;
y luego el mío; y mi rostro; y el de mi hermana; y poco después
el de parientes, amigos, y cómo no,
también el de sus hijos.
Olvidó, por propia decisión supongo (pues para ser de nuevo un niño
no existe más remedio), su vida, sus costumbres
y sus sueños.
Miraba, lo recuerdo, con una expresión
cada vez más dulce e inocente; sus ojos se volvieron transparentes,
y su lenguaje, por el contrario, se fue haciendo, de día en día
indescifrable.
Después de un periodo de paseos matutinos de la mano
de hijos y familiares (siempre por parques donde hubiera
palomas y más niños) decidió gatear por el pasillo como un chiquillo
sin tacataca, renunciando tozudo a su bastón y al confort
del televisor en su butaca.
Insistió en orinar y hacerse caca en un pañal; y para comer,
tuvimos que ponerle babero y hacerle el avioncito, rum, rum,
con la cuchara.
Mi abuelo murió feliz, casi sonriendo, como una criatura
de más de ochenta años (de joven tuvo fama de travieso, por eso
sabíamos, que de viejo, el abuelo haría cosas raras
sólo para entretenernos).
Su último día en esta vida fue para él, seguramente, como el primero
de un nuevo nacimiento. Y quizá tuviera razón, pues a veces siento
cuando en vida evoco su recuerdo, que siempre seremos niños
en un rincón de nuestras mentes (y que el alzhéimer no es más
que el reflejo incomprensible de ese niño).
El abuelo se fue olvidando
nuestros nombres y nuestros rostros.
El abuelo se fue venciendo a la muerte
a expensas del olvido.
El abuelo se llevó nuestro corazón y nuestro cariño, como un pan
caliente bajo el brazo, a ese mundo donde un hombre
descansa para siempre de sí mismo.
--oOo--
Gracias me ha conmovido.
Olvidó, por propia decisión supongo (pues para ser de nuevo un niño
no existe más remedio), su vida, sus costumbres
y sus sueños.
Un abrazo.