La Asunción de María

[Rafael Teicher]

La Asunción de María




El hombre envuelve la manzana

Papel de sangre o sangre empapelada, da igual

En cierta medida todo papel sangra, y todo el mundo cabe en la manzana.

En cierta medida el hombre no sabe tan dulcemente lo ninguno, que es pulpa de ignorancias. Es memoria de un rostro cubierto por una flor

Y paz

Un sonajero batido y atado al pescuezo de una gaviota, es el hombre, este hombre

Es manso temblor de los mástiles.

Duda absolutoria

Y lámpara

La meditación de la flor que se estira. Los pies sucios que buscan el pasto, el tránsito de la boca por el sol

Lo cierto es que aquellas cosas que envolvemos duermen. Cobijamos todo el tiempo. Somos muñecos en la cama destendida

La luz nos ampara con su tejido vacuo, con su chorrera incierta y digital. La madre araña que nos piensa el cuerpo, la luz

Es hermoso rodear el talle con relámpagos. Y es bello y sereno estar a oscuras

Estar a oscuras como bebiendo

Vivir a oscuras entre las caídas del agua

Oírse siendo

Ser el repique perfecto de la tecla negra

Aquí, donde suenan las latas como globos, donde hay botellas, donde hay víboras verdes que asoman entre los cacharros y las varas de magia

Muerto como una olla bajo el aguacero

Oliendo a cobertura de la pierna, a alas de amanecer, oliendo a nuez moscada y a mentol sin nombre, a humo de la mano que tocó la brisa

Aquí: dentro de un cofre de mimbre

En una caja con cerrojos de hierro apoyada en la ceniza como un hidroavión, apoyada y verticalizada como un codo en la seda

Sentirse frotado por los molinos del cielo

Solo

Aunado de la sombra más húmeda. La sombra que huele a aceite y a músculo de aurora

Descansar en la caja del príncipe como relojes desarmados, como hedor de leche en una taza

En la caja definitiva de los brazos que nos aman sé que hay trascendencia

Ya no necesitamos el golpe de la palabra en los costados para tener forma, somos crestas,

Soñamos con esculturas de sonido que se desmoronan y con trompos que se callan

Cristalizados como goteras en la masa que muere

Recuperando la noche en redes bordadas con canas y con paja

Ofrecemos un fanal en cada brazo de pie ante la galaxia

Algo comienza alrededor tan lentamente…

Se abren las plumas al borde de los ventanales y se agita el pavo imperial entre las plantas

La tormenta se desmaya ante la puerta. Huele a huella, a nuca del mar y a glicerina

Los caballeros del viento levantan el cadáver y lo arrojan a los mármoles

Mientras los asesinos ahorcan las limas rellenas con los guantes

Siente la turbulencia, el corazón se mueve entre los sauces, repta

Pero hete aquí que queremos llegar a ser lo que somos desde siempre

Callar y ser un pozo que recibe la perpendicular de alguna estrella

La gran queja

Ser un párpado, el campanazo adrede, el invento encendido, la molicie bajo los árboles, una tabla que flota en la espuma

Pero el viejo libro cree en el fuego

Sabe que el fuego es una manera de la confianza, el miedo al beso, y yema


Estamos en la tierra, amada

Estamos y somos caspa del fuego

En la cabeza albina somos orografía del fuego

Es que no hay maldad, hay ausencia. Una dorada ausencia de caer por dentro de cada cosa hasta cerrarla

Y nos sentimos los grandes abridores de las puertas. La chispa del meñique, el anhelo calmo de la onda, el camino guardado en una caja

Vamos encolumnados y blancos en el medio de la nada

Regresamos a la casa de la vida desprovistos como el agua


Rafael Teicher