cuando en mis manos oscurecen las rosas
y se dividen en la mitad las cartas amarillas.
¡Desnúdate! Alma inquieta que se estropea a la luz,
el mismo hombre, la misma cruz.
¡Silencio!
Mi ángel duerme:
no debería escuchar mi lamento.
Abrazado a la desdicha, mi corazón se golpea solo,
y da contra el pecho a cada suspiro.
¡Hereje! Tu rincón de Judas se hace hierba en mí,
un beso traicionero y atolondrado
que se escapa de tus labios buscando refugio.
Cenizas de abril, calendario impío,
amor mío que estás en la penumbra,
tu nombre se hace agua en mis raíces
y apenas puedo recordarlo.
Rezo.
Mil calles se postran a tus pasos,
las sombras te acarician una mejilla,
y hasta puedo ver como te olvidas de mí.
Un átomo de melancolía se dilata en tus ojos,
corona tu victoria de pestañas cinceladas,
y alguno que otro parpadeo.
¿Ves?
En una cucharada de amor,
debería caber tu mirada.
¿Ves?
Si me hubieras resignado,
estaríamos compartiendo el sueño,
mientras elevas una plegaria a tu dios,
y yo simplemente,
te sostengo las manos.