
¿Cuánto garabato de vida
arrancado del tiempo?
¿Cuánto grito sordo
columpiándose
entre ausentes paredes
que ya no se escuchan
ni saben de ruegos?
ya nada nos concuerda:
en los balcones abiertos
ni en el mecer de la luna,
ni en el candil sediento.
Cuándo eramos suma de pieles,
cuándo amarnos era eterno.
¿Cuánto clamor
al evaporarse los cuerpos?
en el retumbar de los pasos,
en su débil conteo,
taladrando las letras
detrás de los ojos
en cada ínfimo beso.
Tu nombre era el reto
a la alucinada
pupila inconforme
de la infinita peregrinación
al desvelo
para responder al destino
en la angustiosa interrogación
que de ti ya no tengo.