LA SOLEDAD Llegó una madrugada; a fines de otoño, era sábado y como estaba sucediendo hace dos meses llovía.
Entró a mi cuarto y se instaló en el sillón, sin importarle los almohadones ni el perro de peluche.
Casi no podía distinguir su rostro en la penumbra, pero…me pareció percibir en su boca una sonrisa, entre divertida y ladina.
Estaba cansada y aunque me sorprendió, al poco rato me quedé dormida. Al despertar me había olvidado que estaba ahí y comencé a desperezarme.
No tenía ganas de levantarme, pero me esperaban en el club. Me senté en la cama y al girar la cabeza la vi, sentada junto a la ventana.
Era transparente, casi etérea y por supuesto el aire que despedía era frío. Tan frío que se metió en mis huesos y el escuálido sol que entraba por la ventana apenas me entibiaba la piel.
No quise darle importancia, me puse la bata y bajé a la cocina a prepararme un té. Encendí la estufa para dar calor al ambiente. Prendí la radio, quizás escuchando música y cantando la olvidaba.
Yo no la había buscado, no la llamé, incluso le temía. No quería compartir con ella mis cosas, mi vida y si se daba cuanta de mis actitudes quizás se iría como llegó.
Pero no…allí estaba otra vez, caminando por la cocina. Me puse a cantar despacito y a hojear una revista, la miraba de soslayo.
Me pareció que se acercaba y tenía intención de abrazarme, aparté rápido de mí ese pensamiento. A pesar de la pena que me iba invadiendo, sentí muy dentro mío que iba a tener que aceptarla.
Así como se presentó, fría, melancólica, pesada, desesperada y gris como el otoño que se estaba alejando.
Tan intangible como la niebla que se colaba por la claraboya entreabierta invadiendo la casa. Ella se metía en mi corazón, en el hueco de mis días vacíos.
Pasé la mañana tratando de distraerme con los quehaceres de la casa. En el afán de olvidarla ordené los cajones y con la música de fondo la olvidé.
Pero…al llegar la noche y subir a mi cuarto, la encontré en mi cama. Su profunda mirada horadaba mi pecho, al acostarme me envolvió en sus brazos, acarició mis cabellos.
Y como el mejor amante tomó posesión de mi cuerpo convertido en escarcha. Mis lágrimas mojaban la almohada, apretaba los labios para no gritar y en el silencio de la noche aprendí su nombre.
Comprendí que sería muy difícil espantarla de mi lado. De ahora en adelante, ella estaría noche, tras noche esperándome, en mi cuarto vacío. Cuando saliera la llevaría a todos lados dentro de mí.
Aunque no la quisiera, con el tiempo me acostumbraría…sí, a su presencia.
Viviría con ella y la llamaría por su nombre… Soledad.
SOLEDAD REY
