Ignacio Mincholed escribió:Hubo un sacristán en la Abadía, negro de sol y olivos; viejo desde niño, con voz fangosa y ojos de cielo, que con su cante en los viernes de pasión estremecía con sus flechazos incruentos cualquier corazón por más que fuera de piedra.
El Olivero, se hacía llamar; y yo lo llamaba Simón. Pecador, bebedor, fornicador; poeta blanco de alma pura.
Cantaba estas letrillas de mi mano que ahora te hago llegar:
Me han partido los silencios
tus gritos mudos de sangre,
que nadie vuelva la cara
cuando manan tus heridas.
Gracias, querido Prior, por la pasión de tus sentidas letras y por tenerme en el recuerdo.
Que cundan paz y salud.
Rvdmo. P. Ignacio Mincholed, abad de la Orden Peregrina del Sagrado Pensamiento:
De alguna forma intuí que en su creativa abadía existían buenos saeteros; tampoco era muy difícil ello, sabiendo que el abad es un notable y afamado cantaor. La saga Mincholed se ha caracterizado siempre por el rigor en el compás y sus cabales letras; por la pureza, sinceridad y ritmo.
Hermosa la saeta que sale de sus entrañas. Digna de ser cantada por San Manuel Torre y hasta por el mismísimo monseñor Silverio Franconetti. Pero la introducción, amigo, es pura poesía; me desató lágrimas, como dos ríos celestes, como las piernas de Beyoncé valga la redundancia. Siendo su servidor borracho en la gracia de Dios, y fornicador por necesidad, una persona poco dada a emociones y voluptuosidades que impele la carne, es notable hazaña.
Quedo a expensas del encuentro, natural y necesario, en el Tablao de la Negra que santifique nuestras propensiones a la lírica, desaforada y densa, magra y aromática como el jamón de Jabugo.
Amén.
Un abrazo en Cristo y salud
Roger Nelson, elPrior del Monasterio Corumelo