No admito esclavizar
la coalición que me corresponde.
La dualidad me denomina
y abastece un cúmulo de emociones.
Mercurio lo sabe.
Se divierte con las guerras que he tomado,
que dejé, para luego retomarlas
con legitimidad y tachaduras.
No siempre me acerco
a los modales de la lentitud,
ni a la urgencia de cegar el humo
de las debilidades.
Pero te rendí cuentas
con mis dos caras.
Has cerrado la puerta
con veinte llaves
—no voy a detenerte—.
La madre de las células
se concilia mediante el revés de mi valor.
Sácame de esta tarea autónoma
que me conquista con puñales,
que late como un timbal nocturno.
¡Ay, compañera de púas
y clarinetes sordos!
Estoy aquí, sobre las tapias
persiguiendo mi vida.
ON
Es cierto que amo abiertamente,
acepto el don lánguido
y el contrapeso de su hermosura.
Recibo contraindicaciones
que me empujan a un milagro
que no aparece;
aun así, extiendo los brazos
hacia el muro que me arrodilla.
Pero de qué sirve afligirse
para propagar más agonía,
para qué exhumar la herida.
La vida está hecha
de eneros gélidos
y julios candentes.