Lo que escribo se puede transformar
en cualquier ilusión o impedimento.
Mi mente no transige.
Nunca pienso en ustedes si les cito.
Mis letras, envasadas al vacío.
¿Traumas?
Yo a lo mío lo llamo serendipia.
Puedo pasar semanas sin hablarles de Dios.
Cuando vuelvo a nombrarlo me recorre una absurda sensación:
Ninguna realidad.
Y es que para que exista basta con el sentido del olfato.
Y lo que percibimos es abstracto.
Nadie conoce a nadie, ni a sí mismo.
Como para saber de dónde sacan esas ideas.
Yo las escribo aquí pero ya habrán rondado su cabeza.
No todo sobre ustedes me disgusta.
Dios vivo siempre es humanidad.
Muerto, divinidad.
No me han hecho nada.
No tienen para mí algo bueno ni malo.
Ni Dios castiga con el caos, histeria colectiva.
La imagen que yo tengo sobre ustedes
es una muestra absurda de humildad.
"Y si fuese capaz de cambiar lo que veo...
Incluiría en mi plan a cada uno de ustedes."
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Que busque mi esencia me hace uno más del montón.
Está claro que romper lo establecido no es una idea nueva, innovadora, fresca.
Entonces, ¿a qué preocuparse?
Cada vez mis sentencias salen más pulidas.
Incluso cuestionándome.
El problema no viene del enfoque.
Ni de la susceptibilidad.
Ni de la duda.
Soy mentalmente indestructible.
No muestro sentimientos.
El miedo a morir no forma parte de mi repertorio.
¿Miedo a vivir?
Mire... es que aquí se trata de dejar todos los cabos atados.
En caso contrario al lector podría entrarle el rechazo.
He dicho que yo lo digo todo.
Me lo digo todo.
Para que alguien lo entienda, he cogido las cosas y les he dado la vuelta.
¿De qué otra forma podría distinguir a dios del artista que Yo les he inculcado?
Ese dios del que emanan sus principios,
está tan fuera de lugar que resulta incluso verosímil que no crean en él por mi culpa.