espejos eternamente repetidos
de almas, cristales,
diamantes que vomitan luz roja!
Para describir con detalle tendría que observar la vida con mirada microscópica. Tendría que saborear cada esquina, concentrándome en cada una de mis papilas gustativas. La amargura de un muro desconchado, el sabor salado de un bordillo, la líquida desesperanza de un charco de gasolina, el sabor agridulce del arcoíris que se refleja en él si muevo la cabeza, o guiño los ojos atrapando un rayo irisado que se refleja en un parabrisas sucio.
Describir con detalles es imposible a menos que me sumerja en cada fibra microscópica, alzando átomos y moléculas en mis manos. A menos que sostuviera cada uno de los campos magnéticos que polarizan la luz que nos ilumina incluso en sueños.
No podría señalar con palabras el ritmo de una respiración entrecortada. No podría contar las grietas de los adoquines que piso sin darme cuenta. Describir con detalle una estancia es tarea imposible. Porque nadie me ha enseñado a acariciar con ternura el talle de una esquina, ni a dejar caer mis sentidos a los pies del enchufe que espera quieto en un rincón.
Debería saber escuchar cada uno de los latidos de los que se inclinan sobre su folio en blanco. Debería describir el sonido de sus bolígrafos, el sonido de sus anhelos. Tendría que inventar todos los posibles momentos que han quedado recogidos entre las paredes y las cortinas, recoger una a una las ausencias de los que ni siquiera han llegado a poblar con sus presencias mi habitación.
Es imposible. Aunque más de una vez lo he intentado. A la desesperada he llegado a describir el paso consistente en dejar de respirar por un segundo. Un mísero instante de respiración cortada. El aire contenido, apresado en mis pulmones. Los alvéolos desnudos a mi mirada de bisturí, las venas dilatadas en el esfuerzo. Cómo se detienen mis células en ese preciso instante que intento describir.
Pero se revela el momento y me desbarata las líneas, cruzándolas entre sí, hasta convertirlas en un garabato crispado. Un mísero garabato cincelado a golpe de furia. Y he descrito habitaciones. Una habitación vacía. Como única descripción.
La nada no puede ser adjetivada, porque de hacerlo se va llenando hasta exprimir cada uno de los poros de la no existencia. He descrito a personas. Inventadas o existentes, porque al fin y al cabo es lo mismo.
Me he matado por describir los destellos de miradas, de todas las miradas que me han acompañado en mi vida. Pero describir unos ojos es difícil. Me puedo entretener en el iris, y contar cada uno de los sueños que encierran sus vetas. Puedo ofrecer una descripción metafórica, e imaginar que es un pentagrama circular.
Cualquier cosa.
Puedo perderme en la negrura abismal de la pupila, y navegando por ella encontrarme navegando en los humores vítreos de aquellos ojos que me miran sin saber que yo navego en ellos. Desde la parte más espiritual hasta el espacio físico que contienen y apresan.
Hace años me propuse describir una postal. Era bonita. Y eso era lo único que se me ocurría decir. Entonces decidí mirarla de canto. Y me entretuve escribiendo acerca del borde tan mellado que presentaba. Y la miré de manera que podía observar las huellas de mis dedos marcadas en su parte lisa y pulida. Mis huellas y las del cartero, y las de la persona que la envía, y las de mi madre que me la entrega, y las de mis hermanos que la arrebatan por saber si es de un chico.
Y entonces pienso que describir un hecho es imposible. Tal vez lo sea para mí por pretender encadenar todos y cada uno de sus matices; apresarlos y atarlos con una cinta. Luego me digo que no puede ser tan difícil.
Describir con precisión es adentrarse en el alma de lo que te rodea. Sentir como siente una piedra. Sentir como siente el viento. Sentir como siente la habitación desnuda. Sentir el agobio de la postal rodeada de otros cientos de cartas mataselladas. Saludos con destinatario y sellados desde cualquier parte.
Describir es desvelar la sucesión de los momentos; desvelar el misterio de lo que nos rodea, ser cirujano del discurrir de cada día.
Si describiéramos más a menudo con detalle la rutina dejaría de existir. Porque no hay dos cosas iguales. Ni dos momentos. Ni siquiera dos vidas. Por mucho que se parezcan.
Describir es hallar la solución de un límite oscilante, que a veces parece converger en un punto más allá del futuro inexistente, y que a veces diverge hasta perderse en unos ojos que te observan.
Si describir con mano fría y calculadora consiste en analizar con detenimiento lo que me rodea, si consiste esencialmente en diseccionar la vida hasta perderse en sus entrañas, si es simplemente descomponer en lo mínimo cualquier detalle…
Si eso es describir, me niego.
puedes adentrarte
en las grutas del silencio absoluto,
donde la luz no existe,
ni tan solo el pensamiento.
¡Te invito a beber de la nada!
Podrás ser algo.