EHÉCATL IV, V

[deepeye]

EHÉCATL

IV

El aire lleva y trae los olores
pero no huele a nada;
así el alma atormentada acumula los rencores
sin cambiar su esencia acuñada
antes del desquiciante goteo del tiempo.
Como luz que le sobrevive a una estrella aniquilada
el alma cuenta su historia a su paso por el viento;
dualidad ecléctica que enmarca la vida post terrenal.

Esto es más que una analogía, trémula
entre besos y abrazos cruelmente dispuestos en el tiempo
para ser una espiral -un tanto difusa,
que conecta el ante-Ser con el Ser
y el Ser con el dejar de ser;
una desesperante monotonía que se alza –no sé si por sí sola,
en Ley/
que somete a sus fronteras probabilísticas
todo hálito de vuelo que permite el viento;
que crea la libertad y la constriñe,
que sin aire, las más majestuosas alas no nos dan vuelo,
pero sin aire, tampoco hay fronteras:
es espacio infinito.
Así Dios dispone las cosas:
fronteras que se hacen metas
y metas que nos detienen
como en círculos concéntricos.

V

¡Sopla viento del levante!
alza con tu mano helada
la ola que encrespa el pensamiento
como una espada que acompaña la mirada
como un despertar de versos, ¡oh viento!
Que mantenerse al margen -que se extiende
impenetrable y sombrío detrás de las farolas-
no hace más que apresurar el perturbado
ataque de los nada frugales cormoranes
que como saetas perforan los óleos de la tarde.
Roba, viento mío, con tus incansables alas
la inmunda majestad de su morada
la que acecha por consagra el núcleo
de corazones anestesiados.
No hay más tiempo
no hay plazos ni forma de negociar
no hay más distancia entre el Ser y su caída
que espera impaciente, que llora su estadía
obligada ante la mente inconscientemente cerrada
-conciencia atrofiada-
manipulación artificial de la cúpula celeste
por justificar sus absurdas negaciones,
su abyecta irracionalidad a lomos del progreso;
prisma que clasifica a la especie humana
en colores.

Viento, viento andante
lleva contigo el adagio del destino
donde la materia está dispuesta al ocaso breve
que señala la envejecida noche del Sistema;
donde se abren viejos canales vírgenes
de la limpia claridad aérea, claridad de males,
limpieza de fatales escombros de la tecnología secuestrada que
como una lluvia de gorriones intenta ascender a tu lagar.
Dilata en tus poros el espacio que te contiene
para ser como una esponja
como grietas que se comen el gran olvido
que las almas locas, rebotantes, extraviadas
en las calles de Nueva York, agravian.

Tú que viste nacer el reflejo apacible de la luna
sobre los espejos que dilataban el tiempo
y te quedaste para ver el estallido final,
enseña tu rostro de tempestad a la lluvia
como muestra patente de purificación total;
¡ay de nosotros los mortales! que por espacios
nos hemos comido la tierra agria naciente
que como madre nos reprime y nos consiente
en sordos estallidos de estrellas
en abrazos nunca recelosos.
Corre y lleva contigo,
la impalpable lanza que temple nuestras almas.

Continúa...

[Administración Alaire]

Sube de la Sala de Espera.