Desde hoy
Publicado: Mar, 06 Abr 2010 2:05
Desde hoy, me he dispuesto a cambiar los hábitos,
las costumbres desordenadas, pendencieras y anticuadas
que discurren por los cauces anegados de mi andar.
Y es que son luciérnagas aristocráticas enjauladas
las que disipan el aire contaminado de mi otro yo,
el que siempre se encierra, se abre, o incluso huye.
No es el asfalto el mejor de mis aliados,
ni creo tampoco, que alguna vez, lejana y aciaga,
pudiera corresponderme como realmente deseo
y lícitamente merezco.
O acaso no,
otra duda existencial, supongo.
Desde hoy, quiero imaginar lo que realmente deseo,
-aquello tantas veces soñado, tantas esfumado-,
quiero, no sucumbir en los mares de la hipocresía,
ni levantar tabiques que me alejen del destino
y me esclavicen en tiempo real y presente,
no quiero leer páginas de mentiras y capítulos
que dejen la historia a medias,
porque, al fin y al cabo, nadar en los desiertos,
te quema, te hiere,
y en soledad, las heridas del campo de batalla,
se hacen más dolorosas y la piel más vulnerable.
No quiero, tampoco puedo,
continuar con la biografía desacertada de mis costumbres,
ni anidar en nidos donde el caparazón esté agrietado
y el futuro sea víctima del presente,
ni quiero, ni puedo, caminar sobre ortigas,
por un camino de espinas de rosal,
o sobre la piel desgastada de mi yo adulterado y descerebrado.
Al final, o al principio, todo depende
de saber elegir el momento y el lado acertado,
los hierros, no se fundirán al roce del desacierto,
los párpados, seguirán abiertos ante el majestuoso sol,
y mi boca, sabrá elegir las palabras correctas
y el momento idóneo para vomitarlas.
Pero para ello, no cabe más razón,
tendré que cambiar los hábitos.
Entonces, es más que posible,
encontraré mi otro yo, flotando,
agarrado a un salvavidas,
sobre el mar del desierto.
las costumbres desordenadas, pendencieras y anticuadas
que discurren por los cauces anegados de mi andar.
Y es que son luciérnagas aristocráticas enjauladas
las que disipan el aire contaminado de mi otro yo,
el que siempre se encierra, se abre, o incluso huye.
No es el asfalto el mejor de mis aliados,
ni creo tampoco, que alguna vez, lejana y aciaga,
pudiera corresponderme como realmente deseo
y lícitamente merezco.
O acaso no,
otra duda existencial, supongo.
Desde hoy, quiero imaginar lo que realmente deseo,
-aquello tantas veces soñado, tantas esfumado-,
quiero, no sucumbir en los mares de la hipocresía,
ni levantar tabiques que me alejen del destino
y me esclavicen en tiempo real y presente,
no quiero leer páginas de mentiras y capítulos
que dejen la historia a medias,
porque, al fin y al cabo, nadar en los desiertos,
te quema, te hiere,
y en soledad, las heridas del campo de batalla,
se hacen más dolorosas y la piel más vulnerable.
No quiero, tampoco puedo,
continuar con la biografía desacertada de mis costumbres,
ni anidar en nidos donde el caparazón esté agrietado
y el futuro sea víctima del presente,
ni quiero, ni puedo, caminar sobre ortigas,
por un camino de espinas de rosal,
o sobre la piel desgastada de mi yo adulterado y descerebrado.
Al final, o al principio, todo depende
de saber elegir el momento y el lado acertado,
los hierros, no se fundirán al roce del desacierto,
los párpados, seguirán abiertos ante el majestuoso sol,
y mi boca, sabrá elegir las palabras correctas
y el momento idóneo para vomitarlas.
Pero para ello, no cabe más razón,
tendré que cambiar los hábitos.
Entonces, es más que posible,
encontraré mi otro yo, flotando,
agarrado a un salvavidas,
sobre el mar del desierto.