Qué gracia
Publicado: Lun, 29 Mar 2010 19:46
Lo prometido es deuda: Dejo una versión, en romance, más amable del tema de "De vampiro a vampiro"
Tuvimos un niño un tiempo,mi esposa y yo, en nuestra casa.Y es que me sale la risacuando me acuerdo ¡Qué gracia!
Recuerdo que a mi señoraque no estaba acostumbradaporque no tuvimos hijospor cosas de esas que pasan,eso se le hacía un mundoy siempre estaba a la cargadetrás del pobre chiquillomandando y haciendo galade lo muy madre que eratan de golpe y tan novata.
Endika, aquel pequeño,con su carita villana,con sus ojuelos de búhoy la naricilla chata,con su flequillo revuelto,dorado, lleno de escarpias,y en su sonrisa de nieveque no cabía en la casaun huequecillo rosadode un diente que le faltabapor donde se le salíacuando reía la baba…tenía sólo seis años,y flaco, como una estaca,un palmo sacaba al metro,y la lengua a quien miraraque el muy descarado siempreiba diciendo ¿Qué pasa?
¡Qué gracia de aquel diablillo!Un domingo de mañanabuscaba letras al pliegoen el despacho de casadonde pasaba las horasque mi mujer me dejara,envuelto en humo de pipay en mi Karmina Burana,con mis zapatillas viejasy el albornoz como bata,cuando estremeció la puertacon su estrepitosa entrada;de un salto ocupó la mesasentado frente a mi carasobre el poema no natoy con un besito de agua,porque perdía salivapor el huequito de marras,me dijo ¿Qué escribes, Juanjo?(-después de, claro ¿Qué pasa?-)
-Pues qué quieres que te cuenteNada, la cosa está vaga.A veces, me salen versosy otras veces cucarachas(qué pillo, cómo reía)pero hoy no me sale nadaY como lo que le dijeno era lo que esperabasaltó y se fue como vinoen carrera desbocada.
Yo quedé, con mis papelesblancos, un boli de plata,un diccionario gastadolleno de letras extrañas,y un artefacto de esosde bolitas que no parande chocar en los extremoscomo por arte de magia,empleado en poner ordenen la mesa amancillada.
Cuando la calma y la puertacasi van por la ventana-esta vez lo tengo claro,de una solemne patada-.Apareció muy resuelto,en las manos transportabatorpemente una bandejamuy grande, de porcelana,con dos tazones de leche,y una montaña de pastas.Pero al legar a la mesa¡Dios mío, qué mala pata!comprobó que no traíalas puñeteras cucharasy al darse la vuelta el chicosin darse cuenta de nadarodaron por esa mesamareas de leche blanca,las pastas en estampida,las tazas, ya menos tazas,y chicles… ¡habían chiclesy regalices, qué gracia!dos sopas por servilletasy trozos de porcelana…
Miré sus ojos helados,con las cejas asustadas,y su pequeñas manitascubriendo su boca blanca...y un río que no era bueno,de repente, se asomabapor esos ojos brillantescon destellitos de agua…como la misma que huíapor el huequito del dientede leche que le faltaba.
Yo… no podía dejarlo“amor con amor se paga”así que salté a la mesacomo si fuese una ranay, con fiereza de lobo,ataqué a una incauta pastaque reduje a pocas migascon furiosas dentelladas.
El niño estaba perplejo,sus mejillas dilatabanuna sonrisa tan grandeque al soltar la carcajadaunos mocazos enormesse los llevó con la manga¡Qué asco, pero qué gracia!
-Venga, a qué esperas – Le dije-deprisa, que se me escapan-y aquel renacuajo, al punto,se plantó, como otra rana,cazando pastas salvajesen aquella jungla blanca
¡Qué gracia, pero qué pena!la suerte no le ayudaba,que su mamá, pobrecita,estaba enferma ingresadaen un hospital de drogasy cosas de esas tan malas.Y su papá estaba fuera,que no vivía en su casadesde hacía mucho tiempoy ni siquiera llamaba.
Y como somos vecinosde los que cuando ellos pasansaludan y no critican,y les invitan a pastas,pues allí estaba el chiquillomientras mamá se curaba.que no fue por vez primerani última que pasara¡Qué pena,verdad, qué pena!
¡Sí, pero también qué gracia!Cuando llegó mi señora,sin dar crédito a sus ojosy con los brazos en jarra,no acertaba a reprendernos,contemplando aquella estampade un sapo y un renacuajocon batas y con pijamaa las doce del domingosobre la mesa y las pastas,rebozaditos en leche,en migas y porcelana,riendo a moco tendido,sin entender qué pasaba;no salía de su asombro¡Qué gracia, por Dios, qué gracia!
Tuve que limpiar aquello,echar a lavar la bata,mis zapatillas viejas,la alfombra y hasta el pijama,y explicarle a mi señoramadraza, aunque muy novata,por qué rompí la bandeja.y dónde estaba la gracia…
Pero al pequeño sapitonadie le explicaba nadaaunque sacara la lenguaa todo el que le miraray el muy descarado, siempre,le preguntara ¿Qué pasa?
Seguro que no se acuerda,la vida le estaba larga,y ya no somos vecinosde los que acorralan pastas.
Hoy un tendero de al ladoque nunca le saludabame ha contado que la madrevive con unos drogatasy el niño en un centro dondele van a explicar qué pasa.
Tuvimos un niño un tiempo,mi esposa y yo, en nuestra casa.Y es que me sale la risacuando me acuerdo ¡Qué gracia!
Recuerdo que a mi señoraque no estaba acostumbradaporque no tuvimos hijospor cosas de esas que pasan,eso se le hacía un mundoy siempre estaba a la cargadetrás del pobre chiquillomandando y haciendo galade lo muy madre que eratan de golpe y tan novata.
Endika, aquel pequeño,con su carita villana,con sus ojuelos de búhoy la naricilla chata,con su flequillo revuelto,dorado, lleno de escarpias,y en su sonrisa de nieveque no cabía en la casaun huequecillo rosadode un diente que le faltabapor donde se le salíacuando reía la baba…tenía sólo seis años,y flaco, como una estaca,un palmo sacaba al metro,y la lengua a quien miraraque el muy descarado siempreiba diciendo ¿Qué pasa?
¡Qué gracia de aquel diablillo!Un domingo de mañanabuscaba letras al pliegoen el despacho de casadonde pasaba las horasque mi mujer me dejara,envuelto en humo de pipay en mi Karmina Burana,con mis zapatillas viejasy el albornoz como bata,cuando estremeció la puertacon su estrepitosa entrada;de un salto ocupó la mesasentado frente a mi carasobre el poema no natoy con un besito de agua,porque perdía salivapor el huequito de marras,me dijo ¿Qué escribes, Juanjo?(-después de, claro ¿Qué pasa?-)
-Pues qué quieres que te cuenteNada, la cosa está vaga.A veces, me salen versosy otras veces cucarachas(qué pillo, cómo reía)pero hoy no me sale nadaY como lo que le dijeno era lo que esperabasaltó y se fue como vinoen carrera desbocada.
Yo quedé, con mis papelesblancos, un boli de plata,un diccionario gastadolleno de letras extrañas,y un artefacto de esosde bolitas que no parande chocar en los extremoscomo por arte de magia,empleado en poner ordenen la mesa amancillada.
Cuando la calma y la puertacasi van por la ventana-esta vez lo tengo claro,de una solemne patada-.Apareció muy resuelto,en las manos transportabatorpemente una bandejamuy grande, de porcelana,con dos tazones de leche,y una montaña de pastas.Pero al legar a la mesa¡Dios mío, qué mala pata!comprobó que no traíalas puñeteras cucharasy al darse la vuelta el chicosin darse cuenta de nadarodaron por esa mesamareas de leche blanca,las pastas en estampida,las tazas, ya menos tazas,y chicles… ¡habían chiclesy regalices, qué gracia!dos sopas por servilletasy trozos de porcelana…
Miré sus ojos helados,con las cejas asustadas,y su pequeñas manitascubriendo su boca blanca...y un río que no era bueno,de repente, se asomabapor esos ojos brillantescon destellitos de agua…como la misma que huíapor el huequito del dientede leche que le faltaba.
Yo… no podía dejarlo“amor con amor se paga”así que salté a la mesacomo si fuese una ranay, con fiereza de lobo,ataqué a una incauta pastaque reduje a pocas migascon furiosas dentelladas.
El niño estaba perplejo,sus mejillas dilatabanuna sonrisa tan grandeque al soltar la carcajadaunos mocazos enormesse los llevó con la manga¡Qué asco, pero qué gracia!
-Venga, a qué esperas – Le dije-deprisa, que se me escapan-y aquel renacuajo, al punto,se plantó, como otra rana,cazando pastas salvajesen aquella jungla blanca
¡Qué gracia, pero qué pena!la suerte no le ayudaba,que su mamá, pobrecita,estaba enferma ingresadaen un hospital de drogasy cosas de esas tan malas.Y su papá estaba fuera,que no vivía en su casadesde hacía mucho tiempoy ni siquiera llamaba.
Y como somos vecinosde los que cuando ellos pasansaludan y no critican,y les invitan a pastas,pues allí estaba el chiquillomientras mamá se curaba.que no fue por vez primerani última que pasara¡Qué pena,verdad, qué pena!
¡Sí, pero también qué gracia!Cuando llegó mi señora,sin dar crédito a sus ojosy con los brazos en jarra,no acertaba a reprendernos,contemplando aquella estampade un sapo y un renacuajocon batas y con pijamaa las doce del domingosobre la mesa y las pastas,rebozaditos en leche,en migas y porcelana,riendo a moco tendido,sin entender qué pasaba;no salía de su asombro¡Qué gracia, por Dios, qué gracia!
Tuve que limpiar aquello,echar a lavar la bata,mis zapatillas viejas,la alfombra y hasta el pijama,y explicarle a mi señoramadraza, aunque muy novata,por qué rompí la bandeja.y dónde estaba la gracia…
Pero al pequeño sapitonadie le explicaba nadaaunque sacara la lenguaa todo el que le miraray el muy descarado, siempre,le preguntara ¿Qué pasa?
Seguro que no se acuerda,la vida le estaba larga,y ya no somos vecinosde los que acorralan pastas.
Hoy un tendero de al ladoque nunca le saludabame ha contado que la madrevive con unos drogatasy el niño en un centro dondele van a explicar qué pasa.