De vampiro a vampiro
Publicado: Lun, 22 Mar 2010 22:02
Nadie pudo romperme el corazón
desde que no lo tengo y este crío,
abandonado al loco desvarío,
salvaje y fiero lobo de algodón,
cogió mi mano cuando un cielo impío
prendió a su madre en blanca cremación
y me pidió, en más de una ocasión,
un beso y un abrazo “para el frío”.
Y como soy de piedra y no me afecta
la frágil consistencia de un enano,
por más que con mirada tan perfecta
buscase en mi interior calor en vano,
tomé la decisión más fría y recta
y me estampé en el pecho aquella mano:
¡Endika, mi pequeño, ya lo siento!
He visto en mi pasado tu cochambre,
el trino de tu voz, cuerpo de alambre,
los ojos del cristal que lame el viento;
naciste de un designio fraudulento
e igual que yo serás carne de hambre.
Con la inocencia abrupta que te engaña,
reinventarás la risa perentoria
(lo más cerca que habrás de ver la gloria)
antes que te cercene la guadaña
el tiempo que te da como una araña
llenándote de huecos la memoria.
No habrá a tu alrededor más compañía
que el ruido bullicioso de la gente,
sonidos de cartón que solamente
ahuecan miedo, pena o apatía.
Irá pasando el tiempo y, raro el día,
verás un corazón por accidente.
Nunca serás feliz, es improbable.
Te van a devorar tres predadores
a cual más sanguinario; tus valores
masticarán el filo de su sable
y llorarás cuando el amor te hable,
y el odio; y el dolor, cuanto más llores.
Despertarás con una bofetada
en un lugar distante y diferente
cuando delante sólo tengas gente,
la masa informe, fría y despiadada,
que te dejó morir no haciendo nada
cuando bastaba un beso solamente.
Y a falta de otro abrazo y de otro beso
será tu risa álgida mañana,
tu voz de trueno, cuerpo de catana,
tos ojos, dos cañones en el yeso;
habitarán prestado su deceso
y, como yo, tendrás hambre inhumana.
Tu blanco languidece con desdén
leonino hasta vestir un gris oscuro
y el negro que otros tienen por seguro,
tú lo verás, o no, pardo también.
Aún, donde tus ojos no lo ven,
sólo en tus dientes brilla el blanco puro.
Y cuando al fin te crezcan los colmillos
donde un mendigo beso muere quieto
y tengas por abrazo en tu esqueleto
dos alas negras hechas con cuchillos,
verás con ojos ciegos y amarillos
la vacuidad del mundo por completo.
Yo no puedo hacer nada con la espina
que hurga en el destino que te espera,
tu madre es polvo en polvo prisionera
de aquella sombra blanca y asesina;
si acaso, un tibio beso de propina
que no florecerá tu calavera.
Pero no pidas tanto de un extraño
soy hambre predadora de lo mismo;
no puedo rescatarte del abismo,
en todo caso echarte del rebaño
para evitarte un poco más de daño
salvándote de mi canibalismo.
Ya márchate y no llores, hijo mío,
que mucho tengo ya con alejarte;
volver a componer de parte a parte
las piedras que rellenen tu vacío
y torturar palabras con el arte
de echar al mar el llanto en sordo río.
En esta tarde y sólo por el frío...
¡Quisiera tanto un beso y abrazarte!
desde que no lo tengo y este crío,
abandonado al loco desvarío,
salvaje y fiero lobo de algodón,
cogió mi mano cuando un cielo impío
prendió a su madre en blanca cremación
y me pidió, en más de una ocasión,
un beso y un abrazo “para el frío”.
Y como soy de piedra y no me afecta
la frágil consistencia de un enano,
por más que con mirada tan perfecta
buscase en mi interior calor en vano,
tomé la decisión más fría y recta
y me estampé en el pecho aquella mano:
¡Endika, mi pequeño, ya lo siento!
He visto en mi pasado tu cochambre,
el trino de tu voz, cuerpo de alambre,
los ojos del cristal que lame el viento;
naciste de un designio fraudulento
e igual que yo serás carne de hambre.
Con la inocencia abrupta que te engaña,
reinventarás la risa perentoria
(lo más cerca que habrás de ver la gloria)
antes que te cercene la guadaña
el tiempo que te da como una araña
llenándote de huecos la memoria.
No habrá a tu alrededor más compañía
que el ruido bullicioso de la gente,
sonidos de cartón que solamente
ahuecan miedo, pena o apatía.
Irá pasando el tiempo y, raro el día,
verás un corazón por accidente.
Nunca serás feliz, es improbable.
Te van a devorar tres predadores
a cual más sanguinario; tus valores
masticarán el filo de su sable
y llorarás cuando el amor te hable,
y el odio; y el dolor, cuanto más llores.
Despertarás con una bofetada
en un lugar distante y diferente
cuando delante sólo tengas gente,
la masa informe, fría y despiadada,
que te dejó morir no haciendo nada
cuando bastaba un beso solamente.
Y a falta de otro abrazo y de otro beso
será tu risa álgida mañana,
tu voz de trueno, cuerpo de catana,
tos ojos, dos cañones en el yeso;
habitarán prestado su deceso
y, como yo, tendrás hambre inhumana.
Tu blanco languidece con desdén
leonino hasta vestir un gris oscuro
y el negro que otros tienen por seguro,
tú lo verás, o no, pardo también.
Aún, donde tus ojos no lo ven,
sólo en tus dientes brilla el blanco puro.
Y cuando al fin te crezcan los colmillos
donde un mendigo beso muere quieto
y tengas por abrazo en tu esqueleto
dos alas negras hechas con cuchillos,
verás con ojos ciegos y amarillos
la vacuidad del mundo por completo.
Yo no puedo hacer nada con la espina
que hurga en el destino que te espera,
tu madre es polvo en polvo prisionera
de aquella sombra blanca y asesina;
si acaso, un tibio beso de propina
que no florecerá tu calavera.
Pero no pidas tanto de un extraño
soy hambre predadora de lo mismo;
no puedo rescatarte del abismo,
en todo caso echarte del rebaño
para evitarte un poco más de daño
salvándote de mi canibalismo.
Ya márchate y no llores, hijo mío,
que mucho tengo ya con alejarte;
volver a componer de parte a parte
las piedras que rellenen tu vacío
y torturar palabras con el arte
de echar al mar el llanto en sordo río.
En esta tarde y sólo por el frío...
¡Quisiera tanto un beso y abrazarte!