para disolverme en un binomio letal.
Algo así como olvidado
de pura médula lo invento,
hasta derrapar en el vértigo de su lado de la cama.
Vapuleante, se ha inmiscuido en cada laberinto neuronal
y apreta mis ideas con sus manos
arrodillado en el vidrio percutante del delirio.
La pérdida se ha encontrado un hueco
justo al sur de mi hombro izquierdo
y alarga sus tiesos bramidos hasta mis tobillos.
A veces se figura a lo lejos
apoderándose del humo de una peripecia insólita
en el vástago jardín que ha extendido hasta mis pies.
Como si el alma tuviera dos cabezas
me rodea en las alas de un vaso indebido
mientras zamarrea el índice y se estrangula la lengua.
Creería que al igual que los miedos,
sólo aparecerá en la noche, mientras duermo.
Al borde de cada pestaña le he puesto una sombra,
me he denigrado al barro tibio de los abriles difuntos
etiquetando la pobreza del lloriqueo a solas.
Yo sé que el crujido del cenicero me traerá su pellejo
aunque después de cada letra espío el pasillo
y me encuentro al duende que le enseñó mis defectos.
También sé que no hay becas para el manicomio.
El orden de mérito, no admite a los despechados