EN LOS AMENOS SOTOS DE AUSCHWITZ
Publicado: Sab, 13 Feb 2010 13:29
En los amenos sotos,
en las verdes praderas de los campos
de Auschwitz o Mauthausen,
en Austria y en Polonia,
corren y vuelan los trenes,
el Trabajo libera y las margaritas
florecen en abundancia
cuando alargan los días
y los más perezosos de los judíos
trabajan algunas horas más, hasta que el sol se cierra
y les espera una litera limpia de polvo y paja.
Los siete días de la semana
allí son siempre iguales,
porque nunca les brindan un día de descanso
ni el sabath más brillante por el que tanto rezan.
Allí se ha de morir en una hora cualquiera,
porque el más vago impulso de los jóvenes nazis
o cualquier jugueteo del amado,
debe ser satisfecho en un instante.
Dura es la roca y pesada, pero eso no importa:
la espalda del esclavo la sustenta
y luego cae con ella escaleras abajo.
En las verdes praderas
donde las hienas viven y los buitres
se comen las carroñas
que antes fueron médulas y vidas,
hay un pecho guardado que sangra a borbotones
en la memoria nítida del hombre.
Y aunque las rosas vuelvan a los campos de Auschwitz,
un humo se levanta en el cristal tranquilo de la tarde.
en las verdes praderas de los campos
de Auschwitz o Mauthausen,
en Austria y en Polonia,
corren y vuelan los trenes,
el Trabajo libera y las margaritas
florecen en abundancia
cuando alargan los días
y los más perezosos de los judíos
trabajan algunas horas más, hasta que el sol se cierra
y les espera una litera limpia de polvo y paja.
Los siete días de la semana
allí son siempre iguales,
porque nunca les brindan un día de descanso
ni el sabath más brillante por el que tanto rezan.
Allí se ha de morir en una hora cualquiera,
porque el más vago impulso de los jóvenes nazis
o cualquier jugueteo del amado,
debe ser satisfecho en un instante.
Dura es la roca y pesada, pero eso no importa:
la espalda del esclavo la sustenta
y luego cae con ella escaleras abajo.
En las verdes praderas
donde las hienas viven y los buitres
se comen las carroñas
que antes fueron médulas y vidas,
hay un pecho guardado que sangra a borbotones
en la memoria nítida del hombre.
Y aunque las rosas vuelvan a los campos de Auschwitz,
un humo se levanta en el cristal tranquilo de la tarde.