Pequeñeces
Publicado: Sab, 16 Ene 2010 4:56
Corta la medialuna cesante,
que se hagan los rayos, una utopía,
el umbral te queda chico,
lo mismo que yo.
Una vez me decías mentiras:
acuareladas y pulcras mentiras.
Yo miraba tu guiño de inocencia
y te dejaba correr, igual que al río.
Pasadas las noches desterramos esas voces
mientras tus pestañas ardían de sueño
y mandaste a dormir el deseo
porque te quedaba chico,
igual que mi calzado
y el umbral.
Más tarde llegó el otoño
y esos árboles ralos que escupían hojas.
Vos revolviste la bruna y algunas dudas:
te quedaban chicas.
El invierno nos engulló las manos,
las miradas amantes bajo mi manga.
Vos, te sentaste en otra mesa
pues la mía:
sí,
te quedaba chica.
El desatino de los cigarros de Veramujica y Santa Fe,
el café de los muertos,
tu santa madre expiada,
los ojos castañosos y deudores,
nos quedaban chicos.
Entonces te dije del teorema de Laplace,
de la regla de L’ Hopital,
para que el pasillo se ensanchara
y se curaran las neuronas.
Una vez remonté algo de Niestzche
que aterrizaba desde enfrente,
y me apretaste la mano.
Yo deliraba con tu ausencia
por si acaso el dedillo te fruncía
y volvías,
pero para quererme.
Todo mi universo filosofal,
la clara piedra en la frente,
el virus inquieto de tu amor
eran una noche en tu hamaca,
el manto bisiesto de la sandía azul
y el apresto de tu camisa.
Una vez, era una mujer de argumentos,
una lágrima de soslayo
mientras los que me besaban,
no alcanzaban a mudarse.
Pero vos,
como le sucede a los inquilinos,
enmarañaste el destino arrugado
y alcanzaste la luz de neón
que procuraba hipnosis.
Era lo pequeño de la mundana suerte,
que alguna vez, pereció en mis rodillas,
una bicicleta sonriente,
ocho años a los tumbos
y Dios, que te pintaba la sonrisa
para que mi demonio izquierdo se arrodillara.
Uno a la vez,
mis pecados pasados de moda
te muerden la ceja,
y abofetean el estúpido interés por descubrirme.
Penitencio:
Lava en la bacha, mulatona:
mi madre me cortó las alas
y a Juan Ignacio de veintitrés.
El espejo me muestra la membrana,
las calorías enanas de tres décadas de siniestros,
los dedos más largos que los tuyos
y un altar en el oído al maratón de suspiros.
El burrito me mira desde la mesada.
Las entrañas pasean tu desdicha,
y estas maricas razones de nuevo milenio,
de retobarte para ser más cavernícola,
o para que la gruta se parezca al olvido.
Un mate, una mirada,
los pensamientos arribaron una tarde de mayo,
mientras alunizaba en mi mirada de vidriera torpe.
El espejo vuelve a mostrarnos,
señuelos parcos del humor divino,
hacinados van mis pensamientos por la rivera,
y vos, cadete, dormís a la buena del grillo.
que se hagan los rayos, una utopía,
el umbral te queda chico,
lo mismo que yo.
Una vez me decías mentiras:
acuareladas y pulcras mentiras.
Yo miraba tu guiño de inocencia
y te dejaba correr, igual que al río.
Pasadas las noches desterramos esas voces
mientras tus pestañas ardían de sueño
y mandaste a dormir el deseo
porque te quedaba chico,
igual que mi calzado
y el umbral.
Más tarde llegó el otoño
y esos árboles ralos que escupían hojas.
Vos revolviste la bruna y algunas dudas:
te quedaban chicas.
El invierno nos engulló las manos,
las miradas amantes bajo mi manga.
Vos, te sentaste en otra mesa
pues la mía:
sí,
te quedaba chica.
El desatino de los cigarros de Veramujica y Santa Fe,
el café de los muertos,
tu santa madre expiada,
los ojos castañosos y deudores,
nos quedaban chicos.
Entonces te dije del teorema de Laplace,
de la regla de L’ Hopital,
para que el pasillo se ensanchara
y se curaran las neuronas.
Una vez remonté algo de Niestzche
que aterrizaba desde enfrente,
y me apretaste la mano.
Yo deliraba con tu ausencia
por si acaso el dedillo te fruncía
y volvías,
pero para quererme.
Todo mi universo filosofal,
la clara piedra en la frente,
el virus inquieto de tu amor
eran una noche en tu hamaca,
el manto bisiesto de la sandía azul
y el apresto de tu camisa.
Una vez, era una mujer de argumentos,
una lágrima de soslayo
mientras los que me besaban,
no alcanzaban a mudarse.
Pero vos,
como le sucede a los inquilinos,
enmarañaste el destino arrugado
y alcanzaste la luz de neón
que procuraba hipnosis.
Era lo pequeño de la mundana suerte,
que alguna vez, pereció en mis rodillas,
una bicicleta sonriente,
ocho años a los tumbos
y Dios, que te pintaba la sonrisa
para que mi demonio izquierdo se arrodillara.
Uno a la vez,
mis pecados pasados de moda
te muerden la ceja,
y abofetean el estúpido interés por descubrirme.
Penitencio:
Lava en la bacha, mulatona:
mi madre me cortó las alas
y a Juan Ignacio de veintitrés.
El espejo me muestra la membrana,
las calorías enanas de tres décadas de siniestros,
los dedos más largos que los tuyos
y un altar en el oído al maratón de suspiros.
El burrito me mira desde la mesada.
Las entrañas pasean tu desdicha,
y estas maricas razones de nuevo milenio,
de retobarte para ser más cavernícola,
o para que la gruta se parezca al olvido.
Un mate, una mirada,
los pensamientos arribaron una tarde de mayo,
mientras alunizaba en mi mirada de vidriera torpe.
El espejo vuelve a mostrarnos,
señuelos parcos del humor divino,
hacinados van mis pensamientos por la rivera,
y vos, cadete, dormís a la buena del grillo.