“Mariposa amarilla en el fango,
cuartel azucarado con mentiras,
debí ser el torrente silencioso,
tal vez, la mística quietud de mayo
el pliegue al viento una vez más
de algunos retazos de tu paso.”
Decime que la luna no escuchó mi llanto
aquella noche que los santos se marcharon.
Decime que no dije tres veces más tu nombre,
que no desperdicié tu amor en la gangrena del tiempo,
que aterricé justo antes de la cuenta viajera
para ver en sus ojos tus pestañas fugaces.
Decime que alguna vez las sirenas se escaparon
y el nudo en la garganta se aderezó de mate,
que hubo más pandemias de dolor en la calle
las veces que juramos que no éramos de alquimia.
Decime que la queda se fue antes de los miedos
que al rozar, vagabunda, tu camisa en mi antebrazo
le dimos cuerpo a la desierta caricia de almendra
y escapamos persiguiendo al cartero entre la gruta.
Decime que vas a dejarme al olvido,
que vas a desenredarte de mi alma
y vas a desenmascarar la cornisa.
Decime del silencio nocturno.
Vamos.
Decímelo.