El estruendo es a mi hija...
Publicado: Jue, 07 Ene 2010 23:10
El estruendo es a mi hija lo que el rumor es al bosque.
Hace años brotaban de no sé dónde las palabras.
Me recuerdo paseando por San Pedro,
mascullando un verso repentino
al parecer escondido tras un árbol,
embozado, oculto entre prisas y cegueras.
Luego, en casa, abría un cuaderno que hoy guardo en una caja,
junto a folios, folletos y postales.
Bajo la luz desprendida de la boca de mi flexo
grapaba el bolígrafo a mis dedos excitados
y empezaba.
Al principio dejaba salir al verso retenido
y luego lo tachaba, volvía a masticarlo, lo escribía,
aguardaba impaciente a que arrastrara a otros versos
borracho, inconsciente, sin entender el orden de las letras,
ni la razón, ni el sentido. A veces volvía atrás, o me frenaba,
encendía un cigarro, expulsaba el humo hacia la luz,
parecía rebotar como la estela de un avión
contra su lienzo, y lo transitaba el polvo de mi cuarto.
Durante un tiempo incontable
me entregaba al dolor de un verso estancado.
Como una bacante solitaria
sin dios al que romper en mil pedazos
expulsaba un gemido sordo de mi aliento,
rasguñado del anhelante vacío.
No sé en que área del cerebro una imagen nacía
para volar hasta mis dedos inmolados.
Por fin me sentía ligero. Tras la imagen
iban cayendo letras, una a una,
alineadas en su propia inteligencia.
Hace años era así.
Después nació mi hija
y supe,
que el estruendo es a ella igual que el rumor al bosque.
Hace años brotaban de no sé dónde las palabras.
Me recuerdo paseando por San Pedro,
mascullando un verso repentino
al parecer escondido tras un árbol,
embozado, oculto entre prisas y cegueras.
Luego, en casa, abría un cuaderno que hoy guardo en una caja,
junto a folios, folletos y postales.
Bajo la luz desprendida de la boca de mi flexo
grapaba el bolígrafo a mis dedos excitados
y empezaba.
Al principio dejaba salir al verso retenido
y luego lo tachaba, volvía a masticarlo, lo escribía,
aguardaba impaciente a que arrastrara a otros versos
borracho, inconsciente, sin entender el orden de las letras,
ni la razón, ni el sentido. A veces volvía atrás, o me frenaba,
encendía un cigarro, expulsaba el humo hacia la luz,
parecía rebotar como la estela de un avión
contra su lienzo, y lo transitaba el polvo de mi cuarto.
Durante un tiempo incontable
me entregaba al dolor de un verso estancado.
Como una bacante solitaria
sin dios al que romper en mil pedazos
expulsaba un gemido sordo de mi aliento,
rasguñado del anhelante vacío.
No sé en que área del cerebro una imagen nacía
para volar hasta mis dedos inmolados.
Por fin me sentía ligero. Tras la imagen
iban cayendo letras, una a una,
alineadas en su propia inteligencia.
Hace años era así.
Después nació mi hija
y supe,
que el estruendo es a ella igual que el rumor al bosque.