EL SOCHANTRE
Publicado: Vie, 01 Ene 2010 13:49
El hijo del sochantre jamás se avergonzó de su padre, ni de su condición humilde. Hombre de escasa cultura, aunque con bastantes conocimientos de solfeo y piano, el cantor a duras penas podía mantener a su familia; pero ello no era obstáculo para que en verano pudieran darse el lujo de comprar algunas gaseosas frescas ni para que todos salieran con frecuencia a una merienda-cena en el monte, sobre las aguas del mar, recibiendo en el cuerpo el aire nuevo del mar abierto e infinito. Compartía las tardes del verano con algunos pintorescos compañeros, jugando al dominó en un chiringuito, protegidos todos del calor.
Quizás los inviernos eran más tristes, sin el calor del sol, sin la luz espléndida de las pinadas. A primeros de diciembre partía el padre hacia un pueblecito de La Mancha, para participar como músico en sus fiestas patronales. Era un viaje largo, toda una noche en tren, aunque el tedio de las horas en el departamento se viera reducido por la ingenua alegría de los componentes de coro, que contarían chistes levemente verdes y picantes, pero mínimamente irreverentes.
¡Con qué alegría recibían al padre en la estación sus hijos más pequeños! La maleta grande venía cargada de alimentos muy sustanciosos: jamón y embutido que llegarían hasta la navidad; en una bolsa de mano, un montón de golosinas para los menores. Y la madre, también en el andén, ansiaba el encuentro con su marido, después de una semana de soledad.
Ciego ya, siguió cantando hasta sus últimos días, aunque su dinero ya no era necesario para el mantenimiento de la casa, que había prosperado bastante gracias a las aportaciones de sus hijos.
Yo conocí a aquel hombre y aunque ya ha muerto, y le han dedicado una calle en su recuerdo, sé que cantará para los ángeles, sin pedirles nada y que ellos estarán contentos con su compañía e incluso habrá algunos que estén envidiosos de la fuerza de su voz. Algunas de sus intervenciones han sido difundidas en grabaciones sacadas de los archivos y en ellas puede oírse, sobre la voz casi áfona del coro, una voz varonil que subía al cielo sin quebrarse.
Quizás los inviernos eran más tristes, sin el calor del sol, sin la luz espléndida de las pinadas. A primeros de diciembre partía el padre hacia un pueblecito de La Mancha, para participar como músico en sus fiestas patronales. Era un viaje largo, toda una noche en tren, aunque el tedio de las horas en el departamento se viera reducido por la ingenua alegría de los componentes de coro, que contarían chistes levemente verdes y picantes, pero mínimamente irreverentes.
¡Con qué alegría recibían al padre en la estación sus hijos más pequeños! La maleta grande venía cargada de alimentos muy sustanciosos: jamón y embutido que llegarían hasta la navidad; en una bolsa de mano, un montón de golosinas para los menores. Y la madre, también en el andén, ansiaba el encuentro con su marido, después de una semana de soledad.
Ciego ya, siguió cantando hasta sus últimos días, aunque su dinero ya no era necesario para el mantenimiento de la casa, que había prosperado bastante gracias a las aportaciones de sus hijos.
Yo conocí a aquel hombre y aunque ya ha muerto, y le han dedicado una calle en su recuerdo, sé que cantará para los ángeles, sin pedirles nada y que ellos estarán contentos con su compañía e incluso habrá algunos que estén envidiosos de la fuerza de su voz. Algunas de sus intervenciones han sido difundidas en grabaciones sacadas de los archivos y en ellas puede oírse, sobre la voz casi áfona del coro, una voz varonil que subía al cielo sin quebrarse.