Introito a Eros
Publicado: Lun, 28 Dic 2009 12:42
Fagotes, cítaras, tambores, oboes,
y el vespertino cántico de pájaros
llegan a mí cuando de pensamiento
me hundo en el húmedo pasadizo de tu hilarante cuerpo.
Tú lames, tú lames el grosor restablecido
del flautín de un solo agujero, lo acaricias
y sacas las mejores notas con las cinco cuerdas
Una vez más, amor, una vez más
deja que entre en ti, deja que sea en ti,
deja que muera en ti,
conduce con el arco de tus manos
el oleaje musical que no acaba
hasta las puertas de tu profunda cueva.
Sólo entro, sólo entro
para tocar un alma estremecida.
Ya la miel, el esperma y tus aceites
tejieron sobre tu piel mil constelaciones.
Palpitantes filigranas y láminas de espuma
cubren de tus pechos las aureolas.
Reposa en ti, esperando, retenido, flotando
como un vilano en el éter,
en ti habita y en ti quiere morir.
Fuego, la claridad nos llama.
Se yergue, se encabrita, estalla el gran señor,
sale, entra, sale, levanta su cabeza
y se regocija con la nevada
en la entregada extenuación de tus muslos.
Tú te estremeces, titilan lágrimas de araña en tu cuerpo
mientras vibra el gran señor con el último golpetazo.
Tiemblas, entras en el reino de la niebla.
Ya salgo, amor, ya salgo,
pero sumergiré mis asustados labios
en el difícil agostamiento de tus ingles
con el acompasado y unísono jadear de nuestros cuerpos,
por amor, por abandono en ti,
hasta que surja la luz
con los efluvios de los últimos aceites.
y el vespertino cántico de pájaros
llegan a mí cuando de pensamiento
me hundo en el húmedo pasadizo de tu hilarante cuerpo.
Tú lames, tú lames el grosor restablecido
del flautín de un solo agujero, lo acaricias
y sacas las mejores notas con las cinco cuerdas
Una vez más, amor, una vez más
deja que entre en ti, deja que sea en ti,
deja que muera en ti,
conduce con el arco de tus manos
el oleaje musical que no acaba
hasta las puertas de tu profunda cueva.
Sólo entro, sólo entro
para tocar un alma estremecida.
Ya la miel, el esperma y tus aceites
tejieron sobre tu piel mil constelaciones.
Palpitantes filigranas y láminas de espuma
cubren de tus pechos las aureolas.
Reposa en ti, esperando, retenido, flotando
como un vilano en el éter,
en ti habita y en ti quiere morir.
Fuego, la claridad nos llama.
Se yergue, se encabrita, estalla el gran señor,
sale, entra, sale, levanta su cabeza
y se regocija con la nevada
en la entregada extenuación de tus muslos.
Tú te estremeces, titilan lágrimas de araña en tu cuerpo
mientras vibra el gran señor con el último golpetazo.
Tiemblas, entras en el reino de la niebla.
Ya salgo, amor, ya salgo,
pero sumergiré mis asustados labios
en el difícil agostamiento de tus ingles
con el acompasado y unísono jadear de nuestros cuerpos,
por amor, por abandono en ti,
hasta que surja la luz
con los efluvios de los últimos aceites.