"CIVITAS MORTIS"
Publicado: Lun, 21 Dic 2009 10:14
Emergía aquella ciudad erguida e interminable,
un conjunto de incoherencia armonizada,
pródigamente encendida en su verdad más desnuda.
Un espacio aniquilado
enalteciendo espejismos
y estridentes groserías conceptuales
exhibiendo un virtuosismo minuciosamente hostil.
Un infausto mausoleo que ha tomando posesión
de la hegemonía del frío,
reposa en lo inconmovible de necróticos despojos,
da cobijo a los fantasmas,
a longilineas libélulas y centauros saturnales
de cuño contemporaneo.
Por sus estrados y templos pleitean santos y trileros.
Predican desde un estrado magnates y pederastas
ilotas y algún sicario,
facturando amor y deudas.
Aquí se emparedan sueños,
venden almas los voceros,
limbos, delirios y enigmas,
se pronostican zozobras,
vive errante la fatiga,
se lapidan ideales enfermos de narcolepsia,
se precipita la angustia de sus altas azoteas
se suicidaron los mares,
y se expropian las estrellas sin orden de desalojo.
Aquí defecó el neblero su adiposa seborrea,
extendiendo un escorial inabarcable
con silente vocación de eternidad.
Un sacerdocio de histriones regentan el laberinto,
donde apenas sobreviven sucias babas con ginebra,
cachivaches agresivos,
ignívomos y dementes.
Cadáveres sin papeles deambulan en la indigencia
en los márgenes mugrientos de la noche
buscando con avidez esperanza en la basura
donde criaturas sin venas hechizan a sus entrañas
para engañar al jinete.
Su intestino es horadado
por el hambre mineral del imponente gusano
que devora oscuridad sobre renglones de acero
con temblores y crujidos,
transportando somnolencia de anónimos transeúntes
de indolente acatamiento
como sísifos sumisos en condición de mutantes,
aún aquejados de vida,
bostezando indiferencia a un exilio de ida y vuelta
con prefijado destino.
Los rótulos luminosos cifran fúlgidos mensajes
que prestan carne y edenes,
perifollos para el vértigo,
oro, diamantes, espejos y dioses perecederos
que anuncian al Leviatán degollando al vellocino,
tras haberle devorado el corazón.
Aquí se abastece el frío de nieve carbonizada,
se confabula el silencio,
se propaga la epilepsia sin encontrar objeción,
sobre el pecho amoratado de un submundo de penumbra.
Y cuando irrumpe la lluvia es una eyección de plomo,
como una incisión letal inseminando inmundicia
en la oquedad de su vientre.
Una estampida de hollín escupe al cielo cenizas,
extendiendo la ceguera a cualquier pulsión de luz,
y un absceso de codicia aplaca las disidencias,
acicalando a sus presas previas a su deglución.
De su placenta de amianto se amamanta el cautiverio
de este emporio de alquitrán,
donde obeliscos de vidrio,
broncos muros de intemperie,
exhiben con arrogancia una erecta soledad,
geometrizando el vacío.
De aquí se escapó el mañana entre espasmos de neón,
tomando para la huída un ascensor hacia el sur,
y a sus espaldas un eco dictamina un paradigma,
reverberando sin pausa la nueva y constricta logia,
un organismo sin plasma de una nueva seudociencia,
una religión sin fe donde se marchitan credos
y cría sarro la emoción.
Un lugar donde acudir al amor del desamparo,
Un lugar de bienmorir
propicio para las bestias.
Nésthor Olalla
un conjunto de incoherencia armonizada,
pródigamente encendida en su verdad más desnuda.
Un espacio aniquilado
enalteciendo espejismos
y estridentes groserías conceptuales
exhibiendo un virtuosismo minuciosamente hostil.
Un infausto mausoleo que ha tomando posesión
de la hegemonía del frío,
reposa en lo inconmovible de necróticos despojos,
da cobijo a los fantasmas,
a longilineas libélulas y centauros saturnales
de cuño contemporaneo.
Por sus estrados y templos pleitean santos y trileros.
Predican desde un estrado magnates y pederastas
ilotas y algún sicario,
facturando amor y deudas.
Aquí se emparedan sueños,
venden almas los voceros,
limbos, delirios y enigmas,
se pronostican zozobras,
vive errante la fatiga,
se lapidan ideales enfermos de narcolepsia,
se precipita la angustia de sus altas azoteas
se suicidaron los mares,
y se expropian las estrellas sin orden de desalojo.
Aquí defecó el neblero su adiposa seborrea,
extendiendo un escorial inabarcable
con silente vocación de eternidad.
Un sacerdocio de histriones regentan el laberinto,
donde apenas sobreviven sucias babas con ginebra,
cachivaches agresivos,
ignívomos y dementes.
Cadáveres sin papeles deambulan en la indigencia
en los márgenes mugrientos de la noche
buscando con avidez esperanza en la basura
donde criaturas sin venas hechizan a sus entrañas
para engañar al jinete.
Su intestino es horadado
por el hambre mineral del imponente gusano
que devora oscuridad sobre renglones de acero
con temblores y crujidos,
transportando somnolencia de anónimos transeúntes
de indolente acatamiento
como sísifos sumisos en condición de mutantes,
aún aquejados de vida,
bostezando indiferencia a un exilio de ida y vuelta
con prefijado destino.
Los rótulos luminosos cifran fúlgidos mensajes
que prestan carne y edenes,
perifollos para el vértigo,
oro, diamantes, espejos y dioses perecederos
que anuncian al Leviatán degollando al vellocino,
tras haberle devorado el corazón.
Aquí se abastece el frío de nieve carbonizada,
se confabula el silencio,
se propaga la epilepsia sin encontrar objeción,
sobre el pecho amoratado de un submundo de penumbra.
Y cuando irrumpe la lluvia es una eyección de plomo,
como una incisión letal inseminando inmundicia
en la oquedad de su vientre.
Una estampida de hollín escupe al cielo cenizas,
extendiendo la ceguera a cualquier pulsión de luz,
y un absceso de codicia aplaca las disidencias,
acicalando a sus presas previas a su deglución.
De su placenta de amianto se amamanta el cautiverio
de este emporio de alquitrán,
donde obeliscos de vidrio,
broncos muros de intemperie,
exhiben con arrogancia una erecta soledad,
geometrizando el vacío.
De aquí se escapó el mañana entre espasmos de neón,
tomando para la huída un ascensor hacia el sur,
y a sus espaldas un eco dictamina un paradigma,
reverberando sin pausa la nueva y constricta logia,
un organismo sin plasma de una nueva seudociencia,
una religión sin fe donde se marchitan credos
y cría sarro la emoción.
Un lugar donde acudir al amor del desamparo,
Un lugar de bienmorir
propicio para las bestias.
Nésthor Olalla